La Capital publicó hace muy poco una foto en el despacho principal de la Comuna. Allí aparece su ocupante y puede verse también la estatua -de grandes proporciones- de una virgen, la imagen de un arcángel y ploteado sobre la boisserie (esperemos que no se dañe) puede leerse “Dios es mi copiloto”. La frase la ha repetido varias veces el intendente. La hace suya plagiándola de algunas creaciones artísticas que ya la usaron. No sólo no la ha considerado un desatino sino que pretende elevarla a la condición de axioma inapelable grabándola en el epicentro de la histórica cívica marplatense.
Es decir, juzga sus palabras tan geniales que no duda en autocitarse grabándolo en el espacio menos privado de la ciudad. La veleidad autoreferencial desnuda una realidad más cercana a la patología que a la política.
¿Qué quiere decir el intendente con ese mensaje? En principio que el hombre cree en Dios. Y podríamos deducir que también nos quiere decir que sus acciones están regidas por la vigilia del todopoderoso y por consiguiente que no existe posibilidad alguna de un yerro o equivocación de lo que haga o diga. Difícilmente el principio de infalibilidad del Papa llegue a tanto.
Otra deducción es que el ínclito lord mayor se considera en un nivel superior al de Dios, toda vez que un copiloto es -según el diccionario- un piloto auxiliar.
La ocurrencia del singular funcionario abre otra cuestión. Los intendentes representan al conjunto de la sociedad, integrada por militantes de distintos credos y también por quienes son ateos. Un funcionario tiene todo el derecho de profesar la religión que le plazca o ninguna. Es un derecho personalísimo. Es decir, se trata de un rasgo que concierne a su esfera privada. Atañe a su libertad particular, no a sus atributos como intendente.
Ese despacho no es de él como persona sino del intendente. La diferencia no es sutil. Convertirlo poco menos que en una ermita no sólo es un abuso sino que distorsiona la garantía de pluralismo e igualdad con la que deben verse protegidos todos y cada uno de los integrantes de nuestra heterogénea comunidad.
Creo que la autoridades de la Iglesia Católica deberían ser los primeros en pedirle que retire esa inscripción de las paredes del despacho, ya que si el gobierno municipal tropieza en su gestión la gente tendrá derecho a mirar al copiloto con comprensible desconfianza.
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