Así fue como Pocho cruzó la puerta y se desplomó en el suelo. Así lo contó la abuela, yo todavía era muy chico para entender la palabra desplomar. Pero ella, como toda buena vieja, pensó que yo tenía que saberlo. Y ahí quedó, en el doble sentido.
A mí me hicieron creer que sólo había sido eso, una caída… pero también el viejo Pocho murió, desplomado. Cuando crecí y Martita me contó, me dijo que era algo del corazón. Y si a eso le sumás de setenta y ocho para arriba, siempre decimos que está bien, que es algo de la edad.
Pero si el viejo era uno de esos que enseñan la gimnasia parados sobre sus estudiantes mientras les dice que sin dolor no hay ganancia, también está bueno que muera. Y yo me enteré antes de que me lo dijera Martita. No era el más vivo del barrio pero las neuronas siempre me funcionaron bien.
Y cuando no vi más al viejo Pocho bastoneando en la vereda empecé a sospechar. Me ayudó que la gente obviara el tema. Pero era ilógico, mientras más misterio más preguntas. En el barrio era como si Pocho estuviera sentado ahí en la vereda como todos los días.
Algo le pasaba, y como yo intuí que no era bueno agarré los avisos fúnebres del diario y ahí estaba. Primero me dio escalofríos y después lo negué, igual que mamá, que estaba enamorada del viejo. A ella le saqué la ficha al toque porque un día puso cara de velorio y no la cambió más.
No quería salir de la casa para nada, me mandaba a hacer las compras a mí y yo no podía decirle que no. Todo el barrio estaba conmovido y esperaban que yo también sintiera algo parecido. Yo no quiero que muera gente, pero si le tocó a Pocho me resbala. Es decir, no me interesa en lo más mínimo.
Con él, como con el resto del mundo (a excepción de mi familia y amigos), puedo decir que la muerte me resbala o que soy egoísta. Pero también pienso que cuando yo muera nadie va a ponerse en mi lugar. Y lo entiendo. Ahora de grande lo entiendo.
Si setenta y ocho años no me sirvieron para pensar así, desperdicié mi vida. Pobre pocho. No puedo decir más. De hecho, sólo es un decir. No me apena. Yo estoy en la misma. Esa es la única empatía real. En un par de horas o pasado mañana yo también voy a morir, y eso también está bien.
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