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Cultura 20 de junio de 2016

Para matar la poesía: La vidriera

Por Federico Bagnato

www.paramatarlapoesia.com

¿Cómo que no importa?, es lo único que importa. La señora tiene 67 años, pero aparentaba unas décadas menos. Le llevaría una cabeza con tacos. Ella estaba en plena degeneración, pero disponible. Además se veía simpática así encorvada. Me gustó cuando se puso de perfil, el pelo le caía por detrás de la oreja, como una nena. Pero se acababa el tiempo y tenía que elegir a alguien. Las otras dos tenían cara dura. Por lo que le escuché decir a Marisa, la encargada, a la de la izquierda se le murió el hijo hace tres años y quedó deprimida. ¿Qué podría hacer yo con una abuela deprimida? Tengo que ocuparme de otras cosas. ¿Y esa? Pregunté señalando a una que casi se caía del rincón de exposición. Pero Marisa me dijo que ni loca, que esa señora tiene un aura oscura y que puede predecir ciertas cosas porque es medio bruja. Pero no había nada más interesante que pensar en una abuela medio bruja con premoniciones, porque era como juntar un cuento con la realidad. Y le dije a Marisa que la quería a ella, pero Marisa trató de hacerme cambiar de opinión hasta que discutimos y me puse a gritar mientras al otro lado del vidrio las ancianas comenzaban a cansarse de estar de pie y empezaban a charlar entre ellas y alborotarse. Todas, excepto la que se caía de la esquina. Porque esa señora ahora miraba justo hacia nosotras, atravesando el vidrio. Y casi que se le sale una sonrisa medio macabra de la boca, me dijo Mariana como para engordar su postura, pero yo no la vi. Tenía más miedo de los fantasmas del altillo que de esa señora. Así que insistí por última vez y se encendió una luz sobre su cabeza al tiempo que las otras ancianas volvían a sus cubículos. Entonces entró el guardia y la hizo pasar a la habitación de al lado mientras me hacían firmar unos papeles que no sabría decir para qué eran, pero que ahora me ligaban a la anciana. Y cuando nos encontramos en la puerta del instituto de dispersión de ancianos (¡vaya nombre!) ella me agarró de la mano y caminamos sin decir una palabra, porque como bien había dicho Marisa, la anciana sabía ciertas cosas.