Como si el mundo laboral no estuviera revuelto, el presidente Mauricio Macri le agregó un ingrediente que lo puso más picante.
Sorpresivamente, en la asunción del nuevo canciller, soltó la denuncia de la “mafia de los juicios laborales” y puso en cabeza de esa supuesta organización al veterano abogado Héctor Recalde.
Empresarios, funcionarios y abogados pro-patronales hicieron fila durante varios días para apoyar al jefe de Estado en esta nueva cruzada cuya suerte es aun altamente incierta.
Algunos extremaron sus dosis de audacia y le endilgaron a los juicios laborales casi toda la responsabilidad por la falta de inversiones.
Del otro lado, lógicamente con Recalde como bastonero, se escucharon las réplicas en favor de los abogados y los jueces laboralistas.
El tema, obviamente, no es nuevo. Como tampoco es nueva la persistencia de una normativa en materia de trabajo que necesita indudablemente aggiornarse pero a la que todos, sin excepción, le han sacado el pecho durante muchísimo tiempo.
En la Argentina parece que los protagonistas de décadas de desaguisados, cuyos nombres -sin diferencia de colores y sectores- se vienen repitiendo día tras día, mes a mes y año tras año, hubieran nacido en el momento en que ellos empiezan a hablar o a tener protagonismo en las grandes ligas.
Como si no se conocieran y no conocieran la situación de la cual se quejan y por la que se pelean y que no han podido o no han querido modificar.
Sabido es, y deberían asumirlo sin intencionales distracciones, que muchas veces esos cambios no se han producido porque mantener el statu quo le convenía a más de uno. Inclusive, aunque parezca paradójico, aun de manera tácita hasta se establecía una virtual sociedad en determinadas circunstancias.
Muchos de los nombres que hoy están en el poder político, en las centrales empresariales y en las organizaciones sindicales se conocen de memoria; se han abrazado para la foto y se han sentado infinidad de veces a la misma mesa también en innumerables negociaciones.
Hay dichos que encierran verdades absolutas y por tal razón seguirán vigentes hasta el fin de los tiempos. Uno de los clásicos, escrito con tinta indeleble, es “entre bueyes no hay cornadas”.
Por ello, es una incógnita cual será el destino de esta embestida de Macri, como otras que ha emprendido, sobre todo cuando enseguida empiezan a aparecer otras cuestiones que tienen más incidencia en la economía no solo de las empresas sino del país en su conjunto.
Por ejemplo, la UIA, que pone el grito en el cielo por el tema de los juicios laborales, también lo pone por las importaciones, por los impuestos, por el “costo argentino” y etcétera.
Pero apareció otro fantasma que tiene raíces más profundas que vienen de antes y que parecen no estar siendo atacadas. El desempleo en el primer trimestre de 2017 ascendió a 9,2 por ciento. Significa un aumento de 1,6 por ciento con respecto al último trimestre de 2016.
Y el mayor índice de desocupación se da en el siempre explosivo conurbano bonaerense. La mayor franja afectada por este problema son los jóvenes, lo que corrobora lo que ya viene anticipando desde hace rato en sus veraces estadísticas la UCA.
Y las razones del desempleo, la subocupación, la pobreza y la indigencia ya son harto conocidas. Diagnósticos hay a carradas. Soluciones, muy pocas.
Sin embargo, también hay que mencionar un punto que cada día va acercándose al núcleo de las problemáticas: la gente sigue corriéndose a los centros urbanos por la desesperación, ante el raquitismo de las economías regionales. Pero ya la gran metrópoli, está a la vista, no es la tabla de salvación de tantos y tantos espíritus corroídos.