La Argentina cerró 2016 con el nivel de importaciones más bajo de los últimos siete años, apenas 55.610 millones de dólares, un 25,3 por ciento debajo del récord de 2013. El tímido aumento del 3,3 por ciento en el primer bimestre de 2017 ni siquiera alcanza a compensar parte de la caída.
Cualquier observador de la realidad económica manifestaría su preocupación ante una caída tan abrupta de las compras externas en un país que arrastra una tradición de cerrazón comercial. Y se preguntaría, entre otras cosas, si ese derrumbe obedeció a un proceso virtuoso de sustitución de importaciones o, por el contrario, a una descapitalización de la industria o a una baja en el consumo de la población.
Parecen ser demasiadas preguntas para una prebendaria dirigencia fabril local acostumbrada a desenvolverse en uno de los mercados que, a pesar de sus críticas, sigue siendo de los más cerrados del planeta. Como se dice habitualmente, “cazar en el zoológico”. Adivínese quiénes son los animales.
Lejos de plantearse esos interrogantes, algunos recurrieron al argumento de alertar sobre una “avalancha de importaciones”. En un país que soportó un apagón estadístico de nueve años, es fácil y tentador valerse de “sensaciones” sin sustento en la realidad. Pero los números del INDEC, la AFIP y el Banco Mundial indican todo lo contrario.
Un relevamiento del organismo multilateral de crédito sobre la relación entre las importaciones y el PIB de los países reveló que en 2015 la Argentina se ubicó entre las naciones con uno de los índices más bajos del mundo, con apenas el 11,9 por ciento, superando solamente a Nigeria y Sudán. No se cuentan con datos de 2016, pero vale la pena recordar que la caída de las importaciones argentinas de un año a otro fue del 6,9 por ciento y la del PBI un 2,3, lo que reduciría la corta distancia con los dos países africanos que cierran la tabla de posiciones.
El peso relativo de las importaciones del país es tan escaso que incluso en el improbable caso de que se duplicaran aún así estarían por debajo del promedio mundial del 28,794 por ciento. Y la comparación con el resto de los países de la región no deja lugar a dudas: el 11,9 por ciento de la Argentina es la mitad del nivel de Perú y Uruguay y un tercio del de México, Chile y Bolivia. Incluso es inferior al 14,3 por ciento del ya de por sí bajo nivel de Brasil.
Si no alcanzara con la información del INDEC y el Banco Mundial, la Secretaría de Hacienda y la AFIP aportaron una tercera variante: todos los impuestos vinculados a la importación tuvieron importantes caídas en su recaudación en lo que va de 2017.
Frente a una inflación interanual del orden del 30 por ciento, el IVA aduanero creció en el primer trimestre un 16 por ciento respecto del mismo período de 2016, en tanto los derechos de importación lo hicieron en un 19 por ciento. Con Ganancias de Aduanas, la brecha es mayor: la suba fue de apenas 1,9 por ciento, con un -5,4 por ciento en febrero.
El consumo interno
Contra toda esa evidencia, dirigentes empresarios y sindicales de determinados sectores industriales pusieron el grito de alerta ante la “avalancha” que, aseguran, pone en riesgo su supervivencia. Y exhiben como supuesto ejemplo los recientes cierres y suspensiones de personal en varios sectores fabriles. Al respecto, hay que señalar que esos cierres obedecieron a una evidente caída de la actividad económica, con su inevitable repercusión en el consumo. El problema es grave, arrastra más de cuatro años y en la actualidad, con algunos datos privados y oficiales favorables, los economistas y el gobierno se debaten entre asegurar que comenzó la recuperación o bien solo se trata de un rebote estadístico.
Pero en la gravedad del problema las importaciones no tuvieron nada que ver. Fue por la caída del consumo interno y el mejor ejemplo es el sector lechero, uno de los más castigados sin que medie ninguna “avalancha” importadora.
Si no alcanzaron los datos ya señalados por el INDEC, el Banco Mundial y la Secretaría de Hacienda, puede volver a recurrirse al organismo estadístico oficial y confrontar la evolución de las importaciones y el PBI.
La sorpresa que se llevarían los partidarios de la “avalancha” sería mayúscula, aunque no sería una novedad para cualquier analista con un mínimo de seriedad. Es que una caída del PBI se corresponde con una de las importaciones, así como el crecimiento del primero por lo general es acompañado por una suba de las segundas.
Para que no queden dudas: en 2009 a la caída del PBI del 6 por ciento le correspondió una del 33 por ciento en las importaciones y lo mismo ocurrió en 2012 cuando una baja del 1,1 por ciento en la actividad económica fue acompañada por otra del 8,1 por ciento en las compras del exterior.
La correlación también se da en etapas de crecimiento. El mayor incremento del PBI de la última década fue en 2010, con el 10,4 por ciento, al igual que el de las importaciones, con el 46,4 por ciento. Al segundo en la lista, el de 2011, le correspondieron alzas del 6,1 y 30,2 por ciento, respectivamente.
De lo que se desprende que, tanto en, las buenas como en las malas, la importación va de la mano de la actividad económica. Salvo en casos excepcionales, no es un reemplazo de la producción local sino un complemento ante el aumento del consumo.
Desde ya que la Argentina no debe resignarse a que el crecimiento de la demanda solo pueda ser atendido por productos provenientes del exterior. Podrá revertirlo en la medida que se incremente la capacidad instalada de la industria local. Pero para eso será necesario un fuerte proceso de inversiones, una “avalancha” sobre la que los cazadores del zoológico prefieren no hablar.
(*): DyN.
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