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Cultura 29 de agosto de 2016

Once

Por Sofía Di Santo

Era un hombre misterioso, es lo único que puedo decir para definirlo; aunque cuando lo encontraron asesinado en el living de su casa se le acabaron los misterios. A veces una muerte resuelve muchos enigmas.
Llevaba una vida tranquila; se oía movimiento en su departamento a eso de las seis de la mañana, ahí empezaba el día de Santulli. A las siete en punto bajaba por el ascensor ocho pisos y se iba al trabajo. Luego se sometía a una larga jornada laboral hasta que regresaba a su departamento ubicado a diez metros de la avenida Rivadavia; a veces comía, otras no. Se acostaba y volvía a empezar. Sí, llevaba una vida simple, para quien no lo observara. Yo lo observaba todo el tiempo.
Todo empezó esa noche. Era de madrugada y el edificio se encontraba en un silencio profundo y seco. Desde mi ventana pude ver como Santulli ingresaba a su departamento acompañado. Vi cómo se reían, cómo la sostenía de la cintura. Comenzó a besarla, primero despacio, después no. Pude distinguir que era casi una nena, no más de dieciséis años. La llevó al sillón.
Sabiendo lo que estaba por pasar, puse la cortina en su lugar y me dispuse a ir; hasta que escuché gritos, gritos desesperados. Gritos que no dejaban ser escuchados, ahogados. Volví a la ventana y tomé la cortina con fuerza y precisión, sabía lo que estaba por ver. Al abrir la cortina lo vi, Santulli tomaba a la chica por las manos haciendo que no pudiera escapar, mientras que con la otra ahogaba sus gritos. Vi cómo la violaba, cómo rompía cada parte de su inocencia, cómo se adentraba en ella una y otra vez y se reía, y la golpeaba, hasta que me vio. Como si sólo fuera un fantasma en mi ventana se rió y siguió, y yo no hice nada.
Santulli era un abogado de 69 años, por lo que su aspecto de traje y corbata junto con el maletín y los papeles escondían perfecto al psicópata que llevaba dentro.
Parecía no importarle el que lo haya visto cometer un crimen ya que cada vez que nos encontrábamos por el edificio me sonreía y seguía de largo; yo por el contrario comencé a seguirlo y a averiguar todo lo que pudiera sobre él. A las semanas violó a otra, y después a otra y así hasta que llegaron a ser once, ninguna dijo nada, ninguna habló, yo tampoco. Pude averiguar que todas eran hijas de sus compañeros de trabajo.
La única persona a la que veía entrar en la casa aparte de él y sus víctimas era un amigo. Un hombre de pelo canoso, que realmente no sabría decir si sabía lo que hacía la persona con la que hablaba todos los días, aunque algo me decía que sí, ya que Santulli le contaba cosas y él se reía, se reía como si nunca hubiera hecho sufrir a una chica de quince años, como si nunca hubiera violado y golpeado a once nenas, como si nunca le hubiera arrebatado nada a nadie. Y cada vez era peor, cada vez escuchaba más fuerte los gritos de aquellas por las cuales no hablé, de aquellas a las que no salvé.
Al otro día lo esperé. Cuando llegó lo vi desde la puerta de mi departamento y antes de que pudiera cerrar la suya lo tomé por atrás y lo metí adentro. Lo até al sillón, le tapé la boca y le saqué toda la ropa que llevaba puesta. Hable con él, le dije todo lo que vi, le dije cuánto había esperado, le conté todas las veces que no había podido dormir recordando los gritos, recordando todo. El sólo se reía. Saqué el cuchillo que llevaba en el pantalón y me abalancé sobre él. Se lo clavé en el pecho no solo por mí sino por ellas y por todas las que iban a venir, se lo clavé hasta el fondo y vi la sangre salir de su pecho, vi cómo intentaba gritar, vi cómo trataba de respirar. Se lo clavé devuelta en la garganta, viendo cómo toda señal de vida abandonaba su cuerpo, cómo la carne se abría y dejaba salir cantidades de sangre que no sólo manchaban el sillón blanco sino que también me manchaban a mí, no sólo de sangre, también de venganza. El cuchillo atravesó nueve veces más su cuerpo, cumpliendo así con el número de víctimas que yo había visto por mi ventana. Cuando terminé lo desaté y le envolví la cara con noticias que yo había recortado de los diarios. Cada titular era de una violación.
Regrese a mi departamento y esa noche pude dormir recordando no los gritos de las chicas, sino los gritos ahogados de Santulli cuando intentaba defenderse.