Nunca tan grande
La revolución de "Napoleón", la reivindicación frente a Boca y las razones que hicieron posible la consagración de River, la más importante de su historia. El ciclo de Gallardo superó todo.
Por Juan Miguel Alvarez
Enviado especial
MADRID.- River escribió el capítulo más grande de su historia. De 117 años, numerosas proezas, pero ninguna tan placentera como la del 9 de diciembre de 2018. Ganó la final de todos los tiempos en la Copa Libertadores de América más difícil -y bochornosa- de las ediciones recientes. Lo hizo frente al clásico rival, Boca, en el mítico estadio Santiago Bernabéu. Después de dar vuelta el resultado y en tiempo suplementario.
El equipo de Marcelo Gallardo ratificó en el partido más importante la superioridad de los últimos años frente a Boca. Se impuso en la final de vuelta 3-1 con justicia, tras 120 minutos, luego del 2-2 en La Bombonera y de más de un mes de ansiedad.
La lógica a veces se impone en el fútbol. Porque River hoy es más equipo que Boca. Es una obra de autor, con la firma de su entrenador.
Gallardo logró una identidad colectiva no apegada a un solo sistema táctico o a una misma estrategia. Además, inyectó a sus jugadores de un convencimiento y una fortaleza mental sorprendente. Esa fue la gran revolución de “Napoleón”.
Desde la derrota en la final de la Libertadores 1966, a River le quedó el mote de “gallina” como sinónimo de cobarde. Con el tiempo los hinchas dejaron de lado esa connotación negativa y tomaron el apodo para identificarse. Pero sufrieron el dominio de Boca en los clásicos. Fueron puñales las eliminaciones en las Libertadores 2000 y 2004. Tevez se burló con su “gallinita” y Guillermo también hizo de las suyas en el propio Monumental.
River aguantó todo. Hasta el descenso. Tocó fondo para pegar el salto más alto. Para asumir un protagonismo internacional como nunca antes. Para tomarse desquite de Boca, una (Sudamericana 2014), dos (Libertadores 2015) y tres veces (Libertadores 2018). Tevez y Guillermo lo sufrieron en carne propia.
El club de Núñez sacó pecho en la Libertadores más deseada, la que era una verdadera obsesión. Porque también tuvo a Palmeiras, Gremio, Independiente, Racing, Flamengo, Corinthians, Santos y Estudiantes entre los principales protagonistas. Y porque por primera vez en 59 ediciones concluyó con un Superclásico, en la última final a doble partido. En una serie en la que no jugó como local, ya que por los episodios de violencia del 24 de noviembre la vuelta se trasladó a Madrid.
A River justamente le sobró valentía para coronarse campeón. Estuvo a pocos minutos de quedarse afuera contra Independiente y metió los dos goles que necesitaba en el tramo final contra Gremio -campeón defensor- en Porto Alegre. Sacó pecho en la Bombonera, perdió la chance de definirlo en el Monumental por cuestiones ajenas al equipo, pero igual no lo dejó escapar con carácter para asumir la responsabilidad en el Santiago Bernabéu. Allí otra vez remó de atrás, pero no bajó los brazos, lo buscó con sus armas y se llevó el premio grande.
El “millonario” contó con argumentos desde el juego y con nombres propios que se ganaron un lugar especial en las páginas doradas de la institución. Un Armani con atajadas decisivas -a Gigliotti, Everton y Benedetto- en los cruces. Una defensa que salió de memoria, con la seguridad de los experimentados zagueros Maidana-Pinola. Casco cambió críticas por aplausos. Montiel (21 años), Palacios (20), Martínez Quarta (22), fruto de las inferiores, lograron algo tan grande como el futuro que tienen por delante. Ponzio fue el emblema y corazón, el gran capitán.
El desequilibrante “Pity” Martínez -el más determinante de los Superclásicos de la última década- mostró frialdad absoluta: pateó el penal contra Gremio como solo lo hacen los elegidos. El genial “Juanfer” Quintero, de una zurda mágica, tuvo una actuación consagratoria, memorable, para cambiar el destino del partido más importante del fútbol argentino.
Borré se ganó un lugar en base a sacrificio y goles importantes. Scocco fue otro jugador con un aura especial, de apariciones rutilantes. Los dos delanteros estuvieron ausentes en la definición. Pero alcanzó con Pratto, el traspaso más caro de la historia del club, que pagó cada dólar con interés en las finales. Todo propiciado por Gallardo, un DT con sangre riverplatense que ya pasó a la inmortalidad.
El ciclo del “Muñeco” es fabuloso. Como el que condujo José María Minella entre 1952 y 1957, el de Labruna entre 1975 y 1980 o el de Ramón Díaz entre 1996 y 1999. Pero este tendrá un sabor especial por las dos Libertadores en tan poco tiempo y por el mágico 9 de diciembre de 2018.
River siempre fue grande, pero nunca tanto como ahora. Y se lo mostró al mundo entero.
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Lee otra nota del enviado especial sobre la consagración de River en Madrid
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