“Nunca pensé que tendría una dimensión tan grande”
Una extensa nota a Leonardo Gutiérrez antes de su partido de despedida en el Polideportivo.
por Sebastián Arana y Marcelo Solari
La fantástica carrera de Leonardo Gutiérrez tendrá mañana un broche de oro soñado. Formalmente, su capítulo como jugador terminó en aquel superclásico en el que su Peñarol le ganó a Quilmes, en mayo pasado. Pero el olímpico cordobés se autorregalará una despedida acorde con su trayectoria. Rodeado de amigos y amparado por la gente. En las horas previas, el basquetbolista con más títulos ganados en la Liga Nacional hizo un gran repaso de su carrera junto a LA CAPITAL:
– ¿Cómo estás viviendo estas horas previas que deben ser un locura, inmerso en los detalles y en un momento en el que todavía no terminaste de ser jugador ni empezaste a ser entrenador?
– Es extraño. Lo estoy viviendo bien. Las últimas dos semanas han sido muy movidas. Tuve el curso de entrenador en Buenos Aires, de lunes a viernes, con jornadas de casi doce horas, y después del Juego de las Estrellas, llevamos tres días bastante agitados pero es lindo. Lo estoy disfrutando mucho.
– Forma parte de la promoción también…
– Sí, seguro. Estar en muchos detalles, hablando con los chicos que dan una mano para el evento. Tengo muchos invitados, armar las mesas con los invitados para la cena, el armado de los equipos. Lleva mucho tiempo y hay que ir haciéndolo de a poco. Está bueno. Es algo que tenía ganas de hacer pero nunca pensé que tendría una dimensión tan grande. Después de veintipico de años jugando, miraba la lista de jugadores y cada vez eran más. Me hubiera gustado poder invitar a todos pero era muy complicado.
– ¿Es como hacer una lista de casamiento?
– (Risas) El doble. Tengo muchos más invitados ahora que cuando me casé. Y es muy lindo que prácticamente todos los que llamé me dijeron que sí. Algunos era entendible que no iban a poder estar porque estaban en el exterior pero la gran mayoría va a venir.
– ¿Dejaste de entrenar o pudiste mantener algo de ritmo?
– Paré, paré. Esta semana recién hice tres entrenamientos. La realidad es que la nueva faceta de entrenador me llevó también mucho tiempo. Fueron jornadas de trabajo muy largas para el armado del equipo, hablar con jugadores, entrenadores, managers, presidentes, agentes. En las pocas prácticas que hice me sentí bien. Cansado, pero bien. Sé que no voy a correr con la misma intensidad que antes pero no pasa nada. Vamos bien.
– De todas maneras no van a ser partidos en serio…
– No, no. Se va a ir dando. Hay chicos jóvenes y otros no tan jóvenes. Hay gente que hace bastante que no juega y otros que están en actividad. Los fuimos mezclando para que la gente pueda ver un espectáculo atractivo y disfrutar de las grandes figuras que van a venir. Se trata de pasar un rato juntos dentro de la cancha, divertirnos y que el público también lo haga.
– ¿Dejaste la vara muy alta con tu último partido? El clásico con Quilmes fue buenísimo.
– Sí. Para ser mi último partido por los puntos, salió muy lindo, muy emotivo. Me hubiese gustado terminar de otra forma, jugar más arriba, llegar a algún play-off, pero tampoco estoy desconforme por lo que se hizo en la temporada. Competimos, hicimos todo lo posible para llegar más lejos, no se pudo, pero terminamos con una alegría en el clásico que siempre es importante.
– ¿Qué te enorgullece más de tu carrera?
– Creo que las amistades que he cosechado. Me llena de orgullo que todos mis compañeros me quieran, me respeten. No es fácil conseguir y cosechar tantas amistades en el deporte, cuando hay tantos celos y prioridades que uno se pone a la hora de competir. Por eso lo pongo en un lugar muy especial. Mi familia, mi vieja, me criaron de una forma y nunca perdí esa esencia. Y creo que mis compañeros, mis amigos, se dieron cuenta de que yo seguí siendo siempre el mismo más allá de ganar uno, dos o tres campeonatos.
– ¿Cómo explicás ese cambio en la gente, que ha pasado de putearte en colores a tomarte como ídolo? ¿Te lo planteaste alguna vez?
– Creo que pasa más por la entrega del jugador. Siempre defendí todas las camisetas con las que jugué como si fueran la mía. Es el respeto que hay que demostrarle al club que te contrata. Y siempre lo hice de esa forma. Me parece que la gente vio eso en mí. Más allá de los campeonatos y los resultados, es más importante la entrega.
– Está bien, pero has tenido la virtud de hacer mejores a todos los equipos en donde te tocó jugar…
– Considero que fui inteligente a lo largo de mi carrera, porque supe elegir bien. Yo sabía dónde iba. Elegía dónde quería ir y sabía con qué entrenador y jugadores iba a estar. Eso cuenta mucho a la hora de estar en un equipo y conseguir cosas. Siempre tuve la fortuna de poder elegir y de ayudar a ese equipo a ser un poco mejor.
– ¿Y alguna vez estuviste en un lugar en que no te sintieras a gusto?
– No, nunca. Como dije recién, todos los lugares a los que fui, los elegí después de decisiones pensadas y meditadas. Siempre estuve convencido de que la decisión tomada era la correcta.
– Suele decirse que los equipos campeones parten de un gran grupo humano. ¿Tiene que ser así o si el juego fluye, no importa como se lleven sus integrantes?
– Es que no con todos vas a ser amigo o vas a entablar una relación. Con el 98% de los jugadores con los que he jugado tengo una relación de hablarnos, saludarnos, por ahí salir a comer. No de irnos de vacaciones. Es decir, no son todos amigos. Pero sí tenemos un respeto mutuo. Y eso es clave a la hora de formar o ser parte de un equipo. Llevarte bien con tus pares se refleja mucho en los resultados.
Sus vivencias con todas sus camisetas
– ¿Podemos hacer un repaso por cada uno de los clubes donde pasaste?
– ¿Qué quieren que les cuente?
– Lo primero que se te venga a la mente de cada lugar. Empecemos con San Martín de Marcos Juárez…
– Fue el club donde me crié, donde empecé a jugar al básquet. En donde me ayudaron a concretar mi sueño de jugar al básquet. La familia Mantegari fue muy partícipe de todo esto, a la cabeza de otras familias que me ayudaban. Vengo de una familia muy humilde y entonces recibíamos ayuda. Me compraban zapatillas, me pagaban algún viaje. Siempre los nombre por el respeto y la gratitud que les tengo. Los llevo en el corazón y en mi cabeza. Me inculcaron muchos valores relacionados con el esfuerzo que hacían, con lo que me entregaban. Fue una etapa que me marcó mucho y me dio muchas cosas.
– Olimpia de Venado Tuerto también significó muchísimo para vos…
– Fue el paso al profesionalismo. A conocer qué era el básquet profesional. Llegar y conocer a Héctor “Pichi” Campana, a Sebastián Uranga, a Fabián Tourn. Los había visto jugar el Mundial de 1990 en Argentina. Ellos y un montón de jugadores más. Me sorprendía todo porque yo nunca me había alejado más de 20 kilómetros de Marcos Juárez. Y llegar, aunque son sólo 200 kilómetros de mi casa, a los 15 años, a vivir solo en una ciudad diferente, con otros chicos. La cancha de Olimpia estaba flamante, increíble. Me aluciné. No me quería mover, quería ser parte de eso. Ahí fue aprendiendo cómo era el profesionalismo, ver a los jugadores que podían vivir haciendo lo que les gustaba, el incentivo que nos daba el club, allí tuve mis primeras zapatillas de cuero. Fueron muchas cosas que me fueron pegando y mostrando el camino que quería seguir.
– ¿Cuándo llegaste a Olimpia te imaginabas que iba a ser basquetbolista profesional?
– No. A esa edad sos bastante inconsciente. Fui a probar, a ver qué pasaba. Me hicieron trabajar un montón. Nunca en mi vida había hecho pesas, teníamos seis o siete horas diarias de entrenamiento. Fueron muchos cambios que me fueron gustando, los fui adoptando y los quise hacer siempre. Y también tuve una cuota de suerte. Al mes o dos meses de haber llegado me llevaron a una gira de pretemporada del equipo de Liga por Venezuela y Ecuador. No conocía un avión, no conocía Buenos Aires, no conocía el mar ni la playa. Estaba alucinado. Cosas que nunca había vivido y tener la suerte de vivirlas tan pronto reafirmaron esa idea.
– Te pasó todo muy de golpe…
– Exacto. Volvimos de la gira y a los tres meses me llamaron para la preselección argentina de cadetes. Eramos 40 pibes todo un fin de semana en Lanús. Formaron ocho equipos de cinco y a jugar partidos y partidos. Quedé entre los doce y al poco tiempo salimos campeones sudamericanos. No me la creí. Pero me quería quedar ahí. Eso era lo mío. Quería seguir trabajando, seguir creciendo. A los 17 años Horacio Seguí ya me consideraba parte del plantel de Liga, salimos campeones y yo tuve entre 8 y 10 minutos de promedio en la temporada y jugué todos los partidos de la serie final. Esas te van marcando. Cuando probás el sabor de ganar la primera vez…
– Eso fue lo que te alimentó después a lo largo de toda tu carrera.
– Y sí. Es un incentivo que te motiva a seguir para adelante persiguiendo sueños y objetivos.
– En Peñarol te pusiste a algunos jugadores bajo tu ala para marcarle cosas. ¿Quién te puso bajo el ala cuando llegaste a Olimpia?
– En la primera etapa Marcelo Duffy me guiaba en varias cosas y yo copiaba mucho de él, era muy aguerrido defensivamente y yo quería ser así. Y Uranga no sólo a mí, sino a todo el grupo de juveniles nos tenía “zumbando”. Pero también nos invitaba a comer a su casa, nos hablaba mucho, nos decía lo que teníamos que hacer y lo que no. Y verlo entrenar en el día a día era excelente.
– ¿Atenas fue un salto grande?
– Tremendo. Me abrió un gran panorama. Llegué a un equipo con mucha historia, que no se formaba para ver qué pasaba, lo hacía para salir campeón. Atenas me abrió las puertas de la Selección mayor. Tuve mucha suerte ahí también. Justo ese año, 1999, se retiraron todos. Marcelo, Pichi, todos… Hasta el último, no quisieron jugar más. Nos abrieron las puertas a un montón de jugadores jóvenes. Yo venía de una temporada muy buena en Olimpia, di el salto a Atenas, juego bien. Anoto menos porque venía de un promedio de más o menos doce puntos por partido en Olimpia y pasé a hacer la mitad. Pero salimos campeones y yo fui titular. Y gracias a Atenas me llegó la oportunidad de la Selección y yo todavía no tiraba de tres puntos. Tenerlos de compañeros a Marcelo Milanesio, Pichi Campana y Diego Osella fue grandioso. Contagiaban mucho todo el tiempo. Te impulsaban siempre a querer más. Eran obsesivos por el triunfo, por conseguir títulos, por los detalles. Siempre querían jugar poquito mejor. Eso me marcó mucho y me ayudó a crecer.
– No eras un especialista de arranque. ¿Cuándo te diste cuenta de que el tiro de tres puntos podía ser un arma fundamental en tu juego?
– En el primer año en Atenas no tiraba de tres puntos, sólo dobles largos. El cambio fue al año siguiente. Casi tiraba apoyando los talones en la línea de tres puntos y, en un Argentino, tirando en la previa de un entrenamiento, “Mili” Luis Villar y Marcelo me dan el consejo. “Che, Cabeza, ¿por qué no das medio pasito para atrás y te probás un tiro de tres puntos?”, me dijeron. “¿Les parece?”, les pregunté. “Dale, abrite y tirá. Una, dos, tres veces. Si la metés, seguilo trabajando”, insistieron. Marcelo siempre decía una verdad muy grande: “Hay que repetir, repetir y repetir”. Es la única manera de mecanizar un movimiento, incorporarlo a la computadora. Después, una vez asimilado, la mano se mueve sola. Es prueba y error. Bueno, con el asunto del tiro de tres puntos, probé, me gustó, la fui metiendo y ese año mi tiro exterior fue una de las sorpresas de la Liga. Terminé con porcentajes altos, alrededor de un 40%. Esa temporada fue la que caímos en quinto partido en los cuartos de final con Quilmes. El tiro de tres puntos a mí me abrió mucho el juego. Todavía tenía muchas piernas y me abría la cancha. Cuando empezaron a respetar mi tiro, tenía espacios para ir hacia adentro a hacer bandejas.
– Medio paso te cambió una carrera…
– Sí, suena increíble, pero es así. Ese medio paso que me sugirieron Marcelo y “Mili” me abrió las puertas a un mundo nuevo.
– ¿El líder dónde nació?
– Creo que en Ben Hur de Rafaela. Julio Lamas me dio esa responsabilidad. Yo ya había mamado muchas cosas de Milanesio, Pichi, Seba Uranga, Osella…Distintos líderes, con diferentes personalidades, pero líderes al fin. Pichi era un líder callado, pero que hacía mucho, que siempre marcaba el camino. A la hora de ponerse fuerte, él estaba ahí siempre. Diego era parecido. Sebastián era el líder que bajaba una mano dura, que nos hablaba mucho, que decía las cosas correctas en el momento correcto. Marcelo era líder con la palabra y con el ejemplo. Hablaba, acomodaba. Aprendí mucho de ellos. Cuando Julio me dio esa responsabilidad, había aprendido tanto de ellos que me salió muy natural. En ese momento, me había soltado y hablaba mucho más. Pero sobre todo hacía. Para ser líder hay que hacer mucho. No es meter puntos. No es pedir la pelota para tirarla y ganar un partido. Hay que ayudar, aconsejar, trabajar a la par o más que el resto, mostrar un camino…Adentro y afuera de la cancha. Un equipo de básquetbol es como una familia. Pasás más tiempo con nueve o diez tipos que, a lo mejor no conocías con anterioridad, que con tu mujer y tus hijos. Tenés que hacer todo lo posible para congeniar con ellos. Y las mejores oportunidades para relacionarte se dan afuera de la cancha. Con un asado en tu casa, con una reunión familiar… La cuestión del asado la fui perfeccionando con los años
– ¿Y en España?
– Era un desafío que no tomé como tal. Fue un desafío para mi representante, para mi mujer y mi familia y no lo tomé así. Por eso no me fue tan bien como me pudo haber ido. Por eso no pude volver. Al no tener pasaporte de comunitario, tenía que jugar como extranjero. No fui con esa cabeza. Cuando me acomodé, se terminó la temporada. Y cuando quise volver, ya no tuve la posibilidad de hacerlo. Pero no me quejo. Las cosas pasan por algo.
– ¿Obras?
– En Obras jugué como nunca antes y después. Individualmente, fue mi mejor año. Y no salí campeón. Tuve números muy buenos, me desenvolví muy bien. Cuando me apareció la posibilidad de ir a Obras, yo estaba jugando en Colombia, en Los Paisas de Medellín con Horacio Seguí. Tenía mucha sed de revancha y de mostrar que estaba bien, que quienes decían que yo estaba mal y que no podía jugar más la Liga no tenían razón. Vine con las ganas de demostrar que yo podía jugar bien y que estaban equivocados los que pensaban lo contrario. Me demostré a mí mismo que podía jugar y también a los que no confiaban en mí. Obras fue el equipo en el que mejor jugué al básquetbol.
– ¿Cómo definirías la etapa de Boca Juniors?
– Un sueño cumplido. Yo siempre fui hincha de Boca. Jugar con esa camiseta, ser campeón y dar la vuelta olímpica en la Bombonera fue maravilloso. Me di el gusto de conocer el Mundo Boca. Un club distinto a cualquiera. Podés ver que nadie va a la cancha a ver básquetbol. Pero todos saben lo que pasa en el club. Entonces vas a entrenar y te cruzás con una persona a la que jamás viste en tu vida y te comentan algo. “Vamos muchachos que esto es Boca”, te dicen siempre. Cuando ganás y, sobre todo, cuando perdés. La presión en el ambiente siempre estaba por más que a la cancha vayan trescientas o cuatrocientas personas. A mí esa exigencia me encantó. Fueron dos años buenos para mí. El primero fue irregular, pero jugamos cuatro finales y ganamos tres. Al año siguiente, aunque salí goleador de la Liga, perdimos en cuartos de final. Para mí fue un año para olvidar. Para archivarlo, quitarlo, meterlo en la papelera de reciclaje. Por más que individualmente fue bueno, no me llenó. A mí me llena lo grupal, no lo personal. Y grupalmente ese año no pudimos conseguir cosas.
– ¿Tu siguiente etapa en Atenas tuvo un sabor amargo por el final?
– No, para nada. Fue un paso sumamente exitoso. Quise darlo, tenía muchos deseos de hacerlo, lo busqué y tuve la posibilidad de volver a un club que quiero y que siempre voy a querer por más que haya pasado lo que pasó al final. Atenas fue un trampolín para mi carrera. Lo que hicimos ese año fue maravilloso y nada puede empañar lo que hizo ese equipo.
– Después de tantos años en el club, ¿cómo resumirías tu etapa en Peñarol?
– Está todo dicho, pasé ocho años maravillosos acá. Pongo los triunfos a un costado, pude construir algo que me afianzó como jugador y como persona. Gané mucho respeto y cariño de la gente, me quedó con eso. Tuvimos distintos equipos, pasamos diferentes etapas, jugamos bien, mal o regular. Los primeros cinco años fueron increíbles. Todos teníamos el mismo objetivo en la cabeza y queríamos llegar a la misma meta. Ni jugadores, ni dirigentes, ni hinchas pensamos que se podían ganar todas las cosas que se lograron en cinco años. Pudimos construir y transmitir una mentalidad muy fuerte. Se iban y llegaban jugadores. Pero todos compartían las mismas ganas y deseos del grupo. Eso fue lo fundamental para mantenerse durante tantos años. Por más que se podían tocar dos o tres fichas, la mentalidad, la esencia de Peñarol continuó por la misma senda. Siempre quedaron dos, tres o cuatro jugadores del grupo original que le marcaban el camino a los que venían. Esos años en Peñarol creo que marcaron para siempre a todos los que integraron ese equipo.
– ¿Cómo también marca la Selección, no?
– Sí, pero te marca de otra forma. Los procesos de Selección, no son menos importantes, pero son más cortos. Ni te dan tiempo a pensar. Tenés que actuar todo el tiempo. Estuve en la Selección de 1999 a 2014. Todos fueron procesos exitosos, no sólo el de la medalla olímpica. Por más que algunos piensen que un cuarto o quinto lugar, como hemos logrado, no fueron buenos. Siempre conseguimos los objetivos propuestos. Estuvimos en semifinales de Mundiales, en semifinales olímpicas, en una final de un Mundial, una final olímpica, peleamos el título en todas las clasificaciones…
– Construyeron un grupo que no tuvo miserias…
– Quedaban afuera. Las miserias de un deportista tienen que ver con el egoísmo, con pensar demasiado en uno mismo, por ponerte delante del equipo. Jamás pasó en la Selección. Todos tenían su rol, sabían lo que tenían que hacer y para qué estaban en ese equipo. A todos los que ingresaban el grupo mismo les enseñaba que éramos todos pares y que el desafío era jugar bien para ganar en conjunto. Había momentos en los que algún jugador iba a ganar un partido. Pero, por regla general, todos teníamos que hacer algo para que el equipo gane y todos lo entendíamos de esa forma. Las otras selecciones también nos marcaron el camino…
– ¿A qué te referís?
– Nosotros aparecimos en 1999. Antes hubo otras selecciones. Nos mostraron el camino que había recorrer para ser exitosos y también el que no había que recorrer. Ahí tuvieron mucho que ver los jugadores que ya habían estado en procesos anteriores: Hugo Sconocchini, Alejandro Montecchia, Rubén Wolkowyski, Juan Espil. Ellos nos marcaron el camino que teníamos que seguir para lograr algo bueno. Y también la Selección tuvo los jugadores justos en las mejores ligas del mundo, compitiendo y conociendo contra quiénes íbamos a jugar. Esa fue una ventaja muy grande. Después podés ganar o perder, pero sabíamos cómo jugaban todos. Por ejemplo, teníamos que enfrentar a un jugador X, siempre uno de nosotros te detallaba cómo jugaba, que tiros tomaba, qué movimientos hacía… Ya no había que estudiarlo. Luis (Scola) y Fabricio (Oberto) conocían a todos los que jugaban en España; Sconocchini a los que lo hacían en Italia; Manu, luego Chapu, el propio Luis y el Colo habían enfrentado a muchos en la NBA…Los veías por televisión, sí. Pero el conocimiento que te da enfrentar con frecuencia a tus rivales no tiene precio. Es otra cuota de suerte que tuvo la Selección.
– Venir a Peñarol fue también venir a Mar del Plata, la ciudad qué elegiste para establecerte…
– Una ciudad que me enamoró. Nosotros conocíamos Mar del Plata de venir al Juego de las Estrellas o de venir a jugar uno o dos fines de semana al año, muchas veces en verano. “Nunca quiero vivir en este loquero”, decía. Colas para ir a comer, colas de autos para ingresar en algún balneario, terrible… Pero cuando pude conocer Mar del Plata a fondo te das cuenta de que es una ciudad maravillosa, con gente muy buena. El presente del equipo ayudó muchísimo, claro. Pero conocimos muy buenas personas. Hicimos muchos amigos, gente que nos abrió la puerta de sus casas, conocimos sus familias, sus vidas. Y después está otra cosa. Cuando llegué a la ciudad mi hijo era un preadolescente, él había padecido mucho todos los cambios anteriores. Soportó nueve mudanzas y once cambios de colegios en diez años. Establecerme fue la decisión correcta. Un poco por él, mucho por la ciudad y por el club. Peñarol fue clave.
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