“No tengo miedo: las cosas que tengan que pasar, pasarán, y listo”
Es uno de los sobrevivientes de “La noche de los lápices”. Vivió tres décadas en Francia y desde 2009 reside en Mar del Plata. Hoy es vecino del genocida Miguel Osvaldo Etchecolatz.
Luciana Mateo
Corresponsal en La Plata
Desde hace dos meses Gustavo Calotti es vecino de uno de sus torturadores.
“Uno piensa hasta dónde llega el poder de este hombre, qué puede llegar a hacer”, dice Calotti, uno de los pocos sobrevivientes de “La noche de los lápices”.
“Un animal de éstos, que tiene cientos de desapariciones, torturas y robo de bebés, no tendría que estar pasando días felices en un barrio tranquilo y lindo”, se queja.
“Este hombre, este animal” es Miguel Osvaldo Etchecolatz, el represor con seis condenas por delitos de lesa humanidad y procesos todavía pendientes que en diciembre pasado fue beneficiado con la prisión domiciliaria y se encuentra actualmente en su casa del Bosque Peralta Ramos, en Mar del Plata.
Calotti no sólo fue víctima de Etchecolatz; también declaró en su contra en varios juicios.
Pese a todo, este platense de 59 años no siente miedo: “pienso que este señor debe tener bastante menos poder que antes”.
Entrevistado por LA CAPITAL, Calotti asegura además que no le sorprendió la decisión del Tribunal Oral Federal 6: “Creo que hay un resabio bastante importante de aquella época y lo vemos en el momento en que alguien dice que estábamos mejor con los militares o que vota por este gobierno sabiendo que iba hacia los indultos o, por lo menos, hacia frenar los juicios”.
-¿Cree que los votantes de Mauricio Macri sabían que se iba a beneficiar a los genocidas?
-Sí, algunos miran para otro lado, pero la gente votó eso. Pensar que no se sabía es pecar de ingenuo: se sabía perfectamente, al igual que se sabía cómo, cuándo y por qué los militares se llevaban gente en los ’70 y qué pasaba con ellos.
-¿Siente miedo por tener a Etchecolatz de vecino?
– No, realmente no tengo miedo. Pienso que debe tener bastante menos poder que antes; además ya pasé la edad de los miedos. Las cosas que tengan que pasar, pasarán, y listo.
“Lo conocí personal y fugazmente”
En septiembre del ’76, Calotti cursaba quinto año en el Colegio Nacional de La Plata y militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).
El 8 de ese mes –a punto de cumplir los 18 años- fue secuestrado por una patota militar.
Desde ese momento permaneció desaparecido, preso en varios centros clandestinos de detención, hasta que lo pasaron a disposición del Poder Ejecutivo Nacional.
Finalmente, en junio del ’79 lo liberaron y se exilió en Francia: allí vivió 30 años; allí se casó y tuvo dos hijos; allí conserva todavía el título de profesor de la educación nacional francesa.
-¿Por qué volvió a Argentina?
-En 2009 decidimos con mi señora retornar al país porque mis hijos ya eran grandes. Yo soy una persona bastante organizada, me propongo proyectos y los trato de sacar adelante: como quería vivir cerca del mar y siempre me pareció que Mar del Plata era una ciudad muy linda, me vine a vivir al Bosque. No lo conocía pero mi mamá consiguió una casa y nos establecimos acá. Y resulta que ahora nos encontramos con que este señor es mi vecino.
-Conoció personalmente a Etchecolatz, ¿es así?
-Sí, lo conocí personal y fugazmente. Cuando me detuvieron, me llevaron directo a su oficina, la Dirección de Investigaciones. Yo por supuesto estaba vendado, no sé si él habrá estado participando de los interrogatorios y las torturas, pero seguramente estaba al tanto. Toda la represión que en la provincia de Buenos Aires dependía de la Policía, dependía directamente de él: era el brazo ejecutor de Ramón Camps.
-¿Qué piensa de la historia que se cuenta en “La noche de los lápices”? Según el libro y la posterior película, pareciera que sólo sobrevivió Pablo Díaz.
-Ocurre que Pablo aceptó darle su testimonio a María Seoane para que ella escribiera el libro. Pero a mí la señora Seoane no me preguntó nada. Fue así como se escribió la historia, muy tergiversada.
-Quedó la idea de que luchaban únicamente por un boleto estudiantil…
-Era la época del gobierno de Isabel Perón y nosotros no estábamos para nada de acuerdo; había que movilizarse. Encontramos que la lucha por el medio boleto secundario era un buen motivo para manifestarse. Entonces creamos una Coordinadora porque ya teníamos una actividad semi clandestina (en ese momento estaban actuando todos los grupos parapoliciales) y con esa organización nos movilizamos y logramos el medio boleto. Pero cuando nos detuvieron -que fue en diferentes fechas: a mí el 8 de septiembre, a otros compañeros el 16, a Pablo Díaz el 21- no fue por la lucha del boleto: nos detuvieron porque éramos militantes. Los militares tenían que hacer desaparecer a la oposición real o potencial, y bueno, hicieron desaparecer a todos los que pudieron: nos tocó a nosotros como estudiantes secundarios en ese momento pero, si mirás bien, en todo el Proceso hubo estudiantes secundarios que desaparecieron.
-¿Por qué cree que la historia se cuenta tergiversada?
-Creo que correspondía a una etapa de la sociedad y, si bien falsea la verdad, esa historia tuvo su papel importante porque ahí le cayó la ficha a muchos. Para el que todavía no lo sabía, la película mediatizó la represión que no discriminaba. Me parece que en ese sentido la película tocó muy fuerte.
-¿En los últimos años cambió la mirada de la sociedad sobre todo lo que pasó en la última dictadura?
-Creo que algo cambió, pero tampoco hay que ser demasiado optimista. Si todo hubiese cambiado de manera profunda, no hubiésemos tenido al 51% de la gente votando a este gobierno, que evidentemente quería amnistiar a los genocidas. Creo que hay un resabio bastante importante de aquella época y lo vemos desde el momento en que alguien te dice que estábamos mejor con los militares o que vota por este gobierno sabiendo que iban hacia los indultos o, por lo menos, hacia frenar los juicios.
La foto de Jorge Julio López
LA PLATA (C) – En agosto de 2006 GustavoCalotti y otros sobrevivientes y testigos de la última dictadura participaban de un reconocimiento visual en un centro clandestino de detención de La Plata conocido como “Pozo de Arana”.
Entre ellos estaba Jorge Julio López.
Gustavo sacó le sacó una foto: media sonrisa, campera bordó y boina azul, la imagende López que luego se convirtió enemblema.
¿Cómo conoció a López?
Lo conocí en la cárcel, éramos vecinos de celda. Nos juntábamos siempre en el patio, tomábamos mate y charlábamos de todo. Lo volví a ver muchos años después cuando él fue a declarar en el Juicio por la Verdad, cuando todavía estaban vigentes las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Yo había venido al país a declarar; recuerdo que fue una alegría inmensa encontrarme al ‘viejo’. Después nos veíamos regularmente cuando yo venía al país una vez al año.
¿Usted le sacóesa famosa foto con la boina?
Sí, estábamos con los jueces haciendo el reconocimiento visual en una dependencia policial en la que estuvimos desaparecidos. Yo le saqué una foto al ‘viejo’. Cuando desapareció, una compañera muy luchadora, Adriana Calvo, nos dijo: ‘no tenemos ni una foto’. Yo en ese momento vivía en el Canal de Mozambique, entre Madagascar y Mozambique, y se la mandé. Después se hizo muy conocida.
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