“No me veo en otra función que no sea la de jugador”
Alejandro Reinick acepta que el retiro es una posibilidad pero todavía no tiene la decisión tomada porque ya extraña el día a día del basquetbolista. Extensa y enriquecedora charla con un veterano de mil batallas.
Alejandro Reinick se estira para alcanzar las cadenas del aro. Como simbolizando lo mucho que le cuesta soltar su profesión de basquetbolista.
Por Marcelo Solari
El lugar elegido para la entrevista fue la plaza “Güemes”, esa que Alejandro Reinick frecuenta varias veces por día y en la que, en marzo pasado, fue salvajemente agredido por supuestos simpatizantes de Peñarol. El “Colo” aceptó sin problemas porque pese al desagradable momento vivido, “yo voy a seguir siendo el mismo y voy a seguir viniendo a la plaza”, asegura.
El final de la campaña 2020/21 lo encuentra a los 43 años, más de la mitad de ellos dedicado a ser basquetbolista profesional. Y aunque acepta que la posibilidad del retiro es real, tampoco se termina de convencer de tomar esa decisión. “¿Sabés qué pasa? -le pregunta a LA CAPITAL- Que apenas hace unos días desde que terminamos de jugar y ya extraño todo otra vez. No me imagino cómo sería en caso de algo definitivo. Pero soy consciente de que si llega la despedida, no nos va a tomar por sorpresa”. En esa sentencia se sintetizan un montón de emociones vividas en una temporada muy particular por diversas cuestiones que, una por una, fueron profundizadas en esta extensa charla que se reproduce a continuación:
-Empecemos por el final. ¿El partido ante Villa Mitre fue el último o todavía queda margen para continuar?
-Lo estoy pensando y analizando mucho. No me gusta tomar decisiones apresuradas pero es obvio que el retiro es algo que tengo en mente desde hace bastante. Es una posibilidad. Lo estoy hablando con mi familia. Es una probabilidad. Si no es ahora, está a la vuelta de la esquina. Si llega, no nos va tomar por sorpresa.
-¿Qué es lo más difícil a la hora de tomar esa decisión?
-Todo. Abandonar lo que vengo haciendo hace 29 temporadas, más de lo que uno imaginaba. De pronto el hecho de jugar al básquet se transformó en una forma de vida, con un día a día muy especial. Obviamente que hay cosas más allá del deporte. Pero en nuestro trabajo, el retiro te convierte en un jubilado de cuarenta y pocos años. Se hace muy difícil. Apenas pasaron pocos días de la eliminación de Quilmes en la Liga Argentina y ya se extraña el día a día. No sé si en algún momento, después del retiro, uno deja de pensar como jugador. Se lleva incorporado desde chico. En mi caso, desde que tenía 8 años.
-Generalmente la intención es continuar ligado a la actividad, pero no hay tantas opciones. Ser entrenador o manager y no demasiado más…
-Sinceramente, hoy no me veo en otra función que no sea la de jugador. Tal vez más adelante, no sé. También hay que prepararse. Estoy haciendo el curso de entrenador Eneba 3, pero mi cabeza no está preparada para estar en otro rol dentro de una estructura deportiva. Y tampoco me siento capacitado. Está bueno capitalizar la experiencia de tantos años como jugador, pero con eso no alcanza. Hay que preparse para saber comunicar y transmitir esa experiencia. De la misma forma en que en su momento, nos fuimos preparando para ser jugadores profesionales.
-Si fue la última, fue una muy buena temporada. ¿Quizás se llegó más lejos de lo que se esperaba en un principio pero luego quedó el sabor amargo de que se podría haber jugado la final por el ascenso?
-Sí, nos quedó una sensación ambigua. Primero estábamos contentos porque se pudo jugar, algo que en un momento parecía que no iba a ser posible, incluso después de prácticamente un año de paréntesis a causa de la pandemia. Habíamos frenado en marzo 2020 y recién pudimos volver a entrenar como equipo en enero de este año. Fue una forma de disputa rarísima. Estar alejados de la gente, del apoyo que uno está acostumbrado a vivir de local, en Mar del Plata, con formato de giras en burbujas. Extraño, pero se volvió a jugar. Después, por suerte encontró su mejor versión en la última parte de la fase regular, avanzamos muchísimo en los play-offs y cuando parecía que podíamos entrar en la final por el ascenso, nos quedamos en ese último juego con Villa Mitre.
-Fue un sube y baja de emociones tremendo ese partido…
-Tal cual. Parecía perdido en un momento, después parecía que lo teníamos ganado y se nos escapó. En el balance de la temporada nos pasaron muchas cosas positivas pero también está ese sabor amargo de saber que podríamos haber estado en la final, en busca de volver a la Liga Nacional.
-¿Es extraño que un partido tan loco puede haberse resuelto por un par de detalles?
-Creo que todo partido de play-off se termina definiendo por detalles, por situaciones, por virtudes y errores propios y también del rival. No hay que quitarle mérito a Villa Mitre, un equipo que juega muy bien, tiene muchísimas variantes y juega un básquet distinto para la categoría. Me gusta. Juega posesiones largas, busca opciones, nunca se sale del libreto, muy paciente. Sin jugadores rutilantes en rubros específicos, sino como una fortaleza colectiva. A nosotros nos hizo sentir siempre incómodos. No solamente cuando nos enfrentamos en play-offs, sino también en la fase regular. Creo que teníamos argumentos para ganarles, y ellos igualmente tenían argumentos para ganarnos y por eso se llevaron la serie.
El fútbol también lo apasiona, y por supuesto, admira a Diego Maradona.
-¿Qué fue lo mejor de Quilmes en esta temporada?
-El grupo. Si tengo que rescatar algo, es que se formó un grupo humano bárbaro, que nos permitió saber sobrellevar los malos momentos. Un grupo de chicos jóvenes, salvo en mi caso (risas), que tenía muchas ganas de trabajar, mejorar y aprender. Eso me hizo sentir muy bien, porque me sentí escuchado, respetado y valorado. Y porque me daba cuenta de que los mensajes que podía transmitir llegaban y eran interpretados. Me sentí importante dentro de ese gran grupo.
-Después de toda la ilusión que seguramente tenían ante la posibilidad de ser campeones del Sur, ¿cuál fue la sensación inmediata después de la derrota, apenas terminó el partido o cuando volvían para el hotel?
-Una tristeza enorme. Estábamos dolidos. Inconscientemente, cuando eliminamos a Deportivo Viedma, creo que todos nos empezaron a ver como candidatos a nosotros. Eramos el número cuatro y eliminamos al número uno. Pero nos tocaba el número dos de la fase regular. Sabíamos que no iba a ser fácil y que por algo Villa Mitre estaba en la final de Conferencia. Cuando te elimina un rival superior y no tenés mucho para hacer, por ahí la sensación es diferente. Pero acá, nos sentíamos golpeados porque por un detalle más, algo que podíamos haber corregido, podríamos haber llegado a la final por el ascenso.
Reinick valoró la temporada global de Quilmes, aunque se lamentó por haber quedado a un paso de la final por el ascenso.
-¿Cómo se explica esa vigorosa reacción para cambiar por completo el mapa del partido en el segundo tiempo?
-Eso habla muy bien de nuestro equipo. Cuando terminamos el primer tiempo 20 puntos abajo dijimos que no íbamos a tirar la toalla y que íbamos a ir por todo. Se remontó rápido el resultado, logramos pasar al frente y cuando ya acariciábamos la clasificación, aparecieron un par de situaciones de juego y todo cambió. Nos quedamos con las manos vacías. Mérito de Villa Mitre, que supo encontrar las mejores opciones y capitalizarlas.
-¿Cuánto influyó la llegada de Tirrell Brown en la evolución del equipo?
-A nosotros nos potenció porque era algo que necesitábamos. Un jugador al que se le podía dar la pelota para que resolviera por su cuenta en los momentos trabados. Nos ayudó, pero también el resto del equipo lo potenció a él. Fue algo recíproco. El rindió muchísimo y eso sirvió para mejorar colectivamente.
Una agresión cobarde y el coronavirus
-En algún momento, cuando tomaste la decisión de firmar para Quilmes con un pasado en Peñarol, ¿pensaste que te podía pasar lo que te pasó en esta misma plaza?
-No, para nada. Nunca lo pensé. Yo soy un basquetbolista profesional y me estaba contratando un equipo histórico de la Liga Nacional, con todo lo que significaba. Por supuesto que era consciente de mi paso anterior por Peñarol. La gente lo sabía y me recibieron de la mejor manera. Apenas me puse la camiseta y vieron que me entregaba al cien por ciento y no me guardaba nada, me trataron súper bien. Por las dos partes. Porque la gente de Peñarol también siempre me trató bárbaro. Esto que me pasó lo tomo como un grupito formado no por hinchas, sino por violentos disfrazados de hinchas. Un grupo minúsculo que puede estar en Peñarol, en Quilmes, en Aldosivi o en Alvarado. No generalizo para nada. Mi recuerdo de todo lo bueno que yo pasé en Peñarol nunca se verá empañado por culpa de un hecho aislado. Yo voy a seguir siendo el mismo, voy a seguir viniendo a la plaza y mi vida va a seguir igual. Por supuesto que no quiero que se repita. Me pasó a mí, un tipo grande, con cierto rodaje, pero lo podría haber pasado a un juvenil, a un pibe, a un reclutado. A cualquiera. ¿Por el solo hecho de tener puesta una camiseta? ¿Estamos todos locos? No hay que naturalizar estas situaciones porque no son normales, aunque sí me di cuenta de que son bastante más frecuentes de lo que pensamos.
El mal momento vivido por la agresión no cambia en absoluto los buenos recuerdos que guarda de su paso por Peñarol.
-Es más, a esta plaza venís cientos de veces y nunca te había pasado nada. Hasta que un día pasó…
-Exacto. Sé que es una plaza donde se junta la mayoría de los hinchas de Peñarol. Y los conozco a casi todos desde mi época en el club. No tengo relación ni amistad, pero sé quiénes son. Nunca había tenido ningún problema hasta ese día.
-¿A los que te agredieron los conocías también?
-No, la verdad es que no los tenía identificados. No sé si son más jóvenes o nuevos. Tampoco sé si estaban en pleno raciocinio, por decirlo de alguna manera. En 5 segundos se descontroló todo en un lugar al que vengo cinco veces por día: a pasear mi perra, a tomar mate, a despejarme, a lo que sea. Me agarraron totalmente desprevenido. Eso me molestó. Hablan de los códigos del hincha, que solamente tiene problemas entre ellos, y yo estaba totalmente ajeno, con mi familia y pasamos un momento horrible. Era un viernes a la tarde. Estaba lindo y la plaza estaba llena. Pero la gente se asustó y se empezó a ir. Tiraron piedras. Podría haber sido mucho peor. Por suerte no pasó de ahí. De mi parte, al menos, quedará como un recuerdo desagradable.
-Dentro de todo lo bueno que pasó en la temporada, ese incidente en la plaza entra en la parte mala, lo mismo que haberse contagiado de coronavirus…
-Sabíamos que estábamos bastante expuestos. Todos me decían que era joven, deportista, que no me iba a pasar nada. Y viendo la cantidad de muertos que hay y la cantidad de gente que hubo que internar, me da un poco de vergüenza decir que la pasé mal. Pero sí me tocó atravesar un momento feo. Fueron dos semanas con 40 grados de fiebre, de perder 10 kilos, no podía dormir, no tenía hambre, me dolía todo el cuerpo, no paraba de transpirar. Tuvo un mes seguido de tos. Cuando volví a los entrenamientos no podía correr una cancha entera porque me agitaba. Después, por suerte los estudios dieron todos bien, pero demoré otras dos semanas para volver a agarrar ritmo, hacer una dieta para recuperar peso. Cuando volví al gimnasio, sentía que hacía cinco años que no tocaba una pesa porque no podía mover ni un kilo. Entre una cosa y otro, fue más o menos un mes en plena competencia. Un montón de tiempo. Y me costó volver a recuperar el ritmo. Pero viendo todo lo que ha pasado y la gente que ha sufrido consecuencias mucho más graves, no me puedo considerar deafortunado. Lo que no fue agradable fue cuando pude volver a salir, porque la gente me veía y se corría, cruzaba la calle o se frenaba, como si uno tuviera lepra o tuberculosis, no sé. Me hubiera gustado manejarlo de otra forma, pero son cosas que exceden a uno.
Su carrera, en retrospectiva
-Mirando hacia atrás, ¿estás conforme con tu carrera?
-Si hoy tuviera que retirarme, diría que me voy conforme sobre todo con una cosa. No sé si mi techo fue alto, bajo o más o menos, porque es algo subjetivo. Pero sé que en cada club en que jugué, yo me entregué al máximo, di lo mejor que pude. A veces las cosas salieron bien y a veces, no. Entonces puedo decir que llegué a mi techo personal. Todo lo que logré y lo que no logré fue siempre entregando todo lo que tenía. Y eso me da una tranquilidad muy grande a esta altura de mi carrera. Si al Colo Reinick de 8 años, que empezaba a picar una pelota de básquetbol, le hubieran dicho: “vas a jugar 15 años en la Liga Nacional, vas a vivir un montón de situaciones, vas a jugar torneos internacionales, vas a salir campeón”, estoy seguro de que ese chico firmaba. Yo al básquet le he dado absolutamente todo hasta hoy. Pero el básquet también me dio una vida, me permitió conocer un montón de gente, conocer a mi señora, formar una familia, viajar, vivir de lo que me gusta hacer y poder mirar hacia el futuro bien plantado. Nos hemos dado cosas mutuamente.
-Tuviste un par de lesiones bravas, alguna de la rodilla, en un pico importante de tu carrera. ¿Conspiró tal vez contra tu evolución como jugador?
-Puede ser que sí. Era joven, había sido el máximo reboteador de la Liga Nacional, se hablaba de que podía pasar a jugar en Europa, de que me podían convocar para la Selección. Pero es como todo. Lo que no te mata, te fortalece. Me puse fuerte de la cabeza, me recuperé, aunque me llevó un tiempo. Fue una lesión gravísima, que hace 20 años atrás era muy complicada y hasta se pensó que no iba a poder volver a jugar. Le puse mucha garra y la motivación por volver a jugar la usé como combustible para seguir adelante en la rehabilitación.
El doctor postergado
-¿En qué quedó el proyecto del doctor Reinick?
-Es una de las cosas que estoy analizando. Tengo muchas ganas de retomar y terminar la carrera de medicina. Es algo de lo que tengo pendiente. A los 20 o 21 años decidí postergar los estudios para ser basquetbolista profesional porque no podía dejar para los 40 años una carrera deportiva, pero sí una carrera universitaria. En eso estoy, averiguando. Sería un nuevo desafío para esta etapa de mi vida.
-¿Cuánto te quedaba de cursado?
-Me faltaban dos años. Había hecho el primer año de ingreso y luego cuatro años más. Me quedaban los dos años más lindos, de ir al hospital, las prácticas, contacto con el paciente, y no tanto el culo en la silla y leer muchos libros (risas).
-¿Tenés pensada alguna especialidad?
-Hay tiempo para eso, pero seguramente va a terminar siendo algo relacionado al deporte.
-¿Tu idea es quedarte en Mar del Plata?
-Sí, seguramente. Tenemos la ventaja que, por el trabajo de mi señora, mientras haya una buena conexión de internet, podemos estar en cualquier lado. Así que supongo que será un poco acá, que nos gusta mucho, la pasamos bien, hicimos base. Un poco en Santa Fe, para visitar a mi familia, y un poco en La Pampa, para visitar a la familia de ella. Y ver qué proyectos surgen y qué nos depara el futuro.
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