Bartolomeo Vanzetti y Nicola Sacco. Foto: Credit Boston Public Library.
Con motivo de celebrarse el Día del Trabajador, quisiera hacer llegar este mensaje a todos los hombres que viven en la dignidad del trabajo narrando un hecho triste e injusto como fue el cruel asesinato de dos humildes trabajadores, Sacco y Vanzetti, acusados de un crimen que no había cometido.
En agosto de 1927 en una prisión norteamericana fueron ejecutados en la silla eléctrica dos obreros italianos, Nicolás Sacco y Bartolomeo Vanzetti.
Siete años permanecieron en esa cárcel, luego de un proceso plagado de groseras violaciones de la ley y con la sospecha confirmada con los años, que los dos hombres habían sido condenados por ser anarquistas e inmigrantes y no porque existieran pruebas fehacientes en su contra.
Como miles de italianos, Sacco y Vanzetti habían emigrado a los Estados Unidos movidos por el sueño de la América próspera.
Sacco era zapatero y Vanzetti era vendedor de pescado. Ambos formaban parte de un grupo de obreros anarquistas que participaban en las luchas sindicales contra las condiciones de semiesclavitud que imperaban en aquel momento en el régimen laboral norteamericano.
A principios de mayo de 1920 fueron arrestados en una de las comunes redadas policiales contra los sindicalistas.
Las autoridades los vincularon a un doble crimen que se había cometido, 20 días antes, en un pueblo cercano a Boston, donde residían.
De nada sirvieron las numerosas pruebas que los desvinculaban del asesinato.
El juicio comenzó un año después de ser detenidos. Fue en mayo de 1921 y estuvo viciado de nulidad desde el comienzo.
Por ejemplo, los jueces no escucharon a un testigo que en un reconocimiento de rostros declaró a la Policía que Sacco y Vanzetti no eran los hombres que había visto disparar sus armas durante el robo.
Tampoco tomaron en cuenta que el cónsul italiano declaró que a la hora del crimen, Sacco se encontraba con él, en su despacho en la embajada italiana.
Ni siquiera repararon que la bala homicida era de un calibre diferente de la de las armas secuestradas a los dos obreros.
Pero aun así fueron condenados, incluso -y esto es terrible- después un compañero de prisión confesó haber sido él uno de los asesinos.
La evidente persecución ideológica y racista -recordemos que eran extranjeros, italianos en este caso- la injusticia de las autoridades de Estados Unidos quedaba en evidencia.
Un gran movimiento de solidaridad recorrió el mundo y en casi todos los países se formaron comisiones para intentar ayudar a los dos detenidos anarquistas, a pesar de las prohibiciones de varios gobiernos europeos.
Por Sacco y Vanzetti se produjo la primera huelga internacional, que se cumplió en casi todos los países del mundo.
Entre muchas otras personalidades pidieron clemencia Einstein, Marie Curie, Bernard Shaw, Orson Welles, Miguel de Unamuno, además de otros intelectuales y científicos.
Vanzetti, expresó minutos antes de ser ejecutado: “Si no hubiera existido este acto de injusticia probablemente hubiéramos muerto en el anonimato y nuestras palabras ideas y sufrimiento no significaría nada.
“Pero desde hoy, nuestra muerte es lo único que cuenta. La condena se ha convertido en nuestro triunfo”.
Recién 50 años después de aquel 23 de agosto, Michael S. Dukakis, gobernador de Massachusetts, rehabilitó la memoria de los dos obreros italianos al reconocer formalmente que eran inocentes y que fueron condenados más por sus convicciones políticas y por su condición de inmigrantes que por cualquier prueba fehaciente contra ellos.
El caso de estos hombres me hace pensar que a veces solemos condenar con la declaración de una sola de las
partes.
Y un aforismo final para esos jueces tan fríos como insensibles: “Hombres superiores fueron condenados por jueces inferiores”.
(*): Poeta y escritor argentino, considerado el “rey del pensamiento corto”. Se especializa en aforismos. Especial para NA.