Nada se compara al orgullo de un abuelo ante un logro de su nieto…
Llegó una carta a la redacción. Algo inusual. De otros tiempos. Unas líneas escritas por un hombre que quería que todos supieran de su orgullo.
Por Marcelo Pasetti
@marcelopasetti
El sobre estaba sobre uno de los escritorios de la redacción. Quizás descansaba allí desde hace un par de días. Ya es extraño recibir una carta en el diario. Los tiempos cambiaron. Hoy todo es mails y Whatsapp. Hace algunos años, el periodista comenzaba su tarea revisando la correspondencia seleccionada y depositada en lo que llamábamos “el palomar”.
Se trata de un sencillo mueble colgado sobre una pared -aún permanece allí, sin uso, sobre el escritorio donde hay también un fax jubilado sin que nadie se atreva a enviarlo al depósito, donde lo esperan las viejas máquinas de escribir Olivetti, escritorios llenos de calcomanías y gigantescas computadoras- que hoy solo acumula polvo.
El periodista entraba entonces a la redacción, saludaba e iba derecho al “palomar” a retirar cartas, revistas, publicaciones y mensajes que allí se depositaban. Así arrancaba la jornada.
Volviendo a esta carta, ahí estaba el sobre, esperando que alguien, al menos por curiosidad, lo abriera. Con solo leer el encabezamiento, se entendía que se trataba de una de las típicas “cartas al director”, que se publicaban en una sección específica en la edición papel.
En ellas, abundaban los agradecimientos a médicos y enfermeras tras alguna operación, alguna denuncia por un bache o alguna reflexión política.
Era la “carta al director”, en definitiva, el único “ida y vuelta” con el lector. Nadie imaginaba en una redacción que años más tarde estaría pendiente de una herramienta llamada Analytic, que marca en tiempo real las visitas a la web, las notas más leídas y hasta la franja etaria de quien en ese instante esta “navegando” entre las distintas noticias.
Ni hablar de la sección “las más leídas”, donde se consigna al instante por dónde está pasando el interés mayoritario de los lectores.
En la época de las “cartas de lectores”, las “más leídas” se palpaban al otro día, con el comentario de un familiar, del verdulero o de la “espiada” que todo periodista de bien realizaba cada vez que iba a un café y encontraba alguien leyendo “su” diario.
Un vicio que, quienes comenzamos a trabajar en el diario cuando se transmitía por télex, luego reemplazado por el increíble y mágico fax, todavía se mantiene.
No hay paz hasta que el periodista “detecta” cuál es la nota del diario en papel que atrapó a esa mujer que lee con atención ese artículo, tres mesas más allá en el café. O al hombre que fuma y no despega la mirada de esa página impar.
Volvamos al punto, al verdadero motivo de estas líneas. “No todo está perdido”, era el título de esta carta que apareció en un escritorio.
Tras el obvio y respetuoso “de mi mayor consideración”, el lector comenzaba señalando lo siguiente: “Molesto su atención, en el recuerdo de una nota publicada en ese medio el día lunes 30 de diciembre de 1996 y titulada ‘Una ventana al mundo’, donde aparecía un niño de menos de dos años leyendo el diario LA CAPITAL, en razón que ese niño, Facundo Arriaga, el 3 de diciembre ppdo., en un acto en la localidad de Tandil realizado por la Universidad Nacional del Centro de la provincia de Buenos Aires, participó de la colación de grados, donde se entregó a jóvenes de distintas profesiones los títulos correspondientes”.
El periodista supo en ese instante que, tras terminar de leer la misiva, debería ir al archivo, buscar la colección del diario, hallar el libraco de diciembre del 96, y hallar el ejemplar del 30 de diciembre de aquel año y luego la mencionada nota.
La carta continuaba consignando que Facundo Arriaga, joven hoy de 27 años, recibió su diploma de licenciado en Ciencias Físicas, más una mención de honor por su trayectoria durante todos los años de estudio. Además, accedió gracias a su capacidad y esfuerzo a distintas becas y posgrados como la Fulbright en Estados Unidos, el Instituto Balseiro e YPF, entre otras.
“En el acto -continúa la carta en la zona donde estaría lo más jugoso de la comunicación-, el joven Facundo recibió su diploma de manos de la decana de la Facultad de Ciencias Exactas, Silvia Stipcich. Agradeciendo desde la posibilidad de un comentario en ese distinguido medio de prensa, le saluda con la mayor consideración”, se apunta antes de la firma.
Y hay una firma, claro. Y una aclaración de dicha rúbrica. La carta la firma “El Abuelo”. Así, a secas.
El periodista volvió a leer “El Abuelo”. ¡Cuánto orgullo de ese hombre ante el logro de su nieto! ¡Cuánto amor en haber guardado aquel viejo recorte del 96, quizás apostando a este día en el que el pibe se recibió de licenciado en Ciencias Físicas y él consideró que lo tenía que saber todo el mundo! ¡Cuánto empeño en incluir en la carta una fotocopia color, prolijamente recortada, de su nieto, diploma en mano, junto a la decana de la facultad!
Facundo Arriaga, el flamante profesional, cuya foto se publicaba hace 27 años en LA CAPITAL (se ve a un mocoso con lentes leyendo un ejemplar de este diario), seguramente no tiene idea de la carta enviada por su abuelo. De haber tenido conocimiento, hubiese intentado convencerlo de que no lo hiciera.
Desconoce el joven Facundo Arriaga que nada ni nadie puede detener a un abuelo orgulloso.
Y desconoce también que el periodista siente un dejo de nostalgia por aquellas cartas que se perdieron y que estaban llenas de historias.
Como esta que firma “El Abuelo”, un tal Máximo Arriaga. Un hombre al que su nieto hizo feliz.
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