Mozart a los 12 años: infancia, música y barbarie en el siglo XVIII
Durante el trabajo de puesta en escena de la ópera “Bastián y Bastiana”, que se vio recientemente en Mar del Plata, el autor de este artículo descubrió a un Mozart de doce años, lleno de misterio, que le disparó incesantes preguntas.
por Pablo González Aguilar
La vida en la Europa del siglo XVII. Las cortes, los viajes.
La Europa de mitad del siglo XVIII, o mejor dicho, sus capitales (Paris, Londres, Viena Munich, Venecia entre otras), asociaban a la opulencia de las cortes, un sistema de saneamiento ambiental (agua potable, cloacas, manejo de la basura) absolutamente deficiente en relación con los adelantos que ocurrirían casi un siglo más tarde. La pestilencia era la regla, no la excepción. Y se la podía encontrar a pocos metros de los grandes palacios.
Los viajes eran verdaderamente penosos, con pocas opciones: a pie o en carruajes. De confort variable, pero siempre incómodos, trayectos largos y extenuantes. Sólo algunas travesías en barco (en mares y en ríos, como el Danubio o el Rhin), ofrecían – de no haber temporal- una estancia más confortable, eventualmente lujosa.
Se comía mal, y sobre todo, se sabía poco de la fuerte interrelación entre la alimentación y la salud. Para mediados de siglo, recién se tomó conciencia, por ejemplo, de que el escorbuto guardaba relación con la falta de consumo de cítricos.
Las epidemias diezmaban a las poblaciones, particularmente en las grandes aglomeraciones urbanas. Aún fuera de las epidemias la mortalidad infantil era increíblemente alta: podía llegar a más de un tercio de la población de los niños.
Arte, mecenazgo y niñez
Para los artistas era virtualmente imposible pensar en sobrevivir sin la ayuda explícita -y frecuentemente caprichosa- de gente pudiente (nobles, hombres del clero, y burgueses adinerados). Casi sin excepción, la música compuesta era la respuesta a encargos, más o menos recompensados, remunerados.
De hecho, se verá que Mozart pagó muy cara su rebeldía, en su pretensión de independencia: en sus últimos meses de vida, ofrecerá clases a cambio de comida y de leña.
La mayoría de las biografías de los músicos del siglo no suelen ser otra cosa que la enumeración de mudanzas, de un peregrinaje sin fin, condicionado por la búsqueda de abrigo en las diversas cortes de Europa y otros salones de poder.
En esa Europa, recién se empezaba a fraguar la noción de la niñez, en el sentido de su individuación, y desde luego más tarde, también la concepción de que un niño pudiera tener gravitación en las decisiones o elecciones familiares.
Ahora bien: reconocimiento como individuo, de todos modos, no implicaba necesariamente reconocimiento de sus derechos. Habitualmente, sus padres ejercían sobre ellos una relación absolutamente autoritaria, marcada por medidas punitivas que iban el castigo corporal hasta el retiro del derecho a la herencia. Este tipo de relación pautaba el futuro de cada uno de los hijos (y ni se hable del de las hijas) hasta un extremo realmente asfixiante: formación, elección de pareja, tipo de trabajo y edad de inicio, entre otras tantas.
La adolescencia como período etario específico, situado entre la infancia y la adultez, no existía como concepto: se necesitará más de un siglo para que aparezca con cierta nitidez.
La música a mitades del siglo XVIII
Los compositores de esa época se encontraban entre los últimos ecos del barroco, lo que se conocía como el estilo galante, y el inicio tímido del clasicismo: menos gravitación de la polifonía y del contrapunto, con mayor preminencia de la melodía, la que debía poderse cantar con facilidad y sin necesidad de tanto virtuosismo.
Aparece el forte-piano, antecesor inmediato del piano de la actualidad, fabricado por Stein en centro Europa y luego por otros alemanes y franceses. Este instrumento, que fascinara a Mozart desde su primer contacto, iría reemplazando progresivamente al clavecín, hasta hacerse imprescindible en toda habitación donde viviera y trabajara un músico, ya a inicios del siglo XIX.
La toma “prestada” de obras (o de fragmentos) entre compositores, contemporáneos o no, era extremadamente común y en modo alguno se consideraba plagio.
La salud del pequeño Mozart
Mozart forma parte, junto a su hermana Nannerl, del tercio de sobrevivientes de la progenie entre Leopold y Ana María Pertl (sus padres). Dos hijos de siete (¡solo dos!) sobrevivieron a la primera infancia. Y como dijimos, esto no era la excepción. Lo mismo había sucedido con los hijos de Bach, y sucedería con los de Verdi, entre tantos otros, un siglo después.
A Mozart se lo describía como un niño de hábito enfermizo, extremadamente delgado, y pálido. Ya a los doce años, había padecido escarlatina, fiebre reumática; se había salvado milagrosamente del tifus junto con su hermana, (a quien llegaron a darle la extremaunción) y de la viruela. Esta última les dejó marcas en la piel de las que se rieron discretamente los nobles de la corte de Viena.
Esta fragilidad podría explicarse, aparte de lo determinado por las generales de la ley asociadas con el siglo, por la suma de viajes extenuantes y de jornadas de exhibición no menos arduas, que lo hacían tocar frecuentemente más de tres veces al día, con todo tipo de dificultades que ponían de manifiesto su extraordinaria destreza. Y sin duda también por la falta de sueño, que lo perseguiría toda su vida.
Sentarse de vez en cuando en la falda de la emperatriz, no compensaba desde luego, el monto de estrés y angustia, esperables en tales circunstancias. Su vida y la breve duración seguirían signadas por las enfermedades.
A los doce años
Imaginemos a un jovencito incómodo con su cuerpo, desvalido. Ya no más un prodigio que fascinara a los reyes; férreamente gobernado por su padre, con quien nunca pudo jugar (aparentemente sí lo hizo con su madre, con quien podía decir palabrotas, como en un juego). Un adolescente de aspecto ¿aniñado?, posiblemente desconcertado con los perturbadores cambios de la pubertad (posiblemente temprana), lleno de ideas y de deseos de grandeza y reconocimiento. Con un manejo musical tal que le permitió ya por entonces componer una ópera, varias sonatas y alguna misa, entre tantas otras obras de cámara.
Imaginémoslo dirigiendo sus obras en un concierto en el que cantaban y tocaban artistas adultos que lo doblaban o triplicaban en edad. Imaginémoslo dirigiendo a su padre, en una sonata para violín.
Acompañémoslo a la sala de un exitoso médico vienés, ya con la idea de componer bajo la inspiración de un libreto en alemán, su Bastian y Bastiana.
Y sólo doce años…
Bastian y Bastiana
Esta ópera, de algún modo la consecución alemana de una obra de Rousseau (Le devin du village, de 1752), comparte la trama en su esencia, y por sobre todas las cosas, espeja cierta ironía no sólo en el texto (encarnada en el personaje de Colas, una especie de brujo viejo, lleno de escepticismo) sino también en la música.
El texto, por cierto habla por momentos de la muerte, del suicidio, de la tumba… hasta podría pensarse sin forzar en absoluto las cosas, que Colas intenta aprovecharse del estado de indefensión de Bastiana con una insinuación algo oscura. Cuesta aceptar que tal sutileza, que semejante sagacidad en la percepción del matiz, de lo gris, de lo ambiguo, pueda haber provenido de un chico de doce años. O al menos, que el pequeño Mozart se hizo cabalmente cargo de todos y cada uno de estos rasgos oscuros, provenientes del mundo de los adultos. Decía que también en la música que compuso se oyen estas sombras. En la escucha conjunta que hemos disfrutado con Beatrice Luppi
y Francesco Paganini, los directores musicales de la puesta actual, hemos podido notar muchas señales en tal sentido. Como ejemplo, ya cerca del final, una serie melódica descendente y cromática, que aparece y se repite curiosamente cuando el conflicto amoroso ya está resuelto. La sensación que percibe el oyente es de deflación, la que se vuelve ciertamente irónica si se tiene en cuenta que sucede justamente en el momento en que cabe esperar el mayor optimismo.
Cuesta pensar que a los catorce años se le haya dado el cargo de director musical en Salzburgo. Cuesta aceptar su gigantesca producción musical en los pocos 35 años que durara su vida. Cuesta acercase a esta vida a través de sus obras sin emocionarse profundamente.
(*): Director escénico de ópera y pediatra. Dirigirá “Bastián y Bastiana” con un elenco de artistas formado por Belén Baldino, Miguel Silva Macías y Facundo Domínguez Marzano. La dirección musical será de Beatrice Luppi y Francesco Paganini.
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