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Cultura 18 de diciembre de 2024

“Monstruos” de Gabriela Urrutibehety: mucho más que una crónica

Reseña de la crónica del juicio a “los rugbiers” por el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell el 18 de enero de 2020.

Gabriela Urritibehety.

Gabriela Urrutibehety

“Monstruos”

Vinilo Editora

Buenos Aires

2024

92 páginas

Por Eduardo Balestena

La crónica del juicio a “los rugbiers” por el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell el 18 de enero de 2020 es indiscernible, para Gabriela Urrutibehety, de una serie de observaciones -breves, agudas y muchas veces escépticas- sobre varios motivos que podríamos pensar como capas del texto, que se sitúan a partir de un centro geográfico: “Vivo en una ciudad que tiene el inverosímil nombre de Dolores. Como si la hubieran condenado a sufrir desde el bautismo”.

El centro geográfico lo es no solo de la jurisdicción de los tribunales, sino de su propia autopercepción como periodista y escritora. Pareciera que la pura crónica de algo no puede ser separada de todo aquello que conforma su escritura (ella como sujeto que percibe y es en su escritura, sus experiencias y expectativas).

Concisión, agudeza, y la precisión de metáforas siempre originales son rasgos de una escritura marcada precisamente por lo judicial -el encierro, el crimen, lo injusto- que muestra en obras como “La banda de los seguros (discreta geografía criminal)” (Ciccus, 2011) donde los hechos de una extensa operatoria homicida son narrados no desde la acumulación de datos sino desde su selección.

Si “La banda…” es la ficcionalización de hechos reales y se encuentra en esa zona intermedia entre ficción y realidad, “Monstruos” es una crónica que tiene rasgos de novela: no en lo ficcional sino en aquello de significancia para la escritura y que constituye su propio sustrato. En otras palabras: se trata de la narración de una escritora en el rol de periodista elaborando una crónica que no le significa renunciar a su condición de escritora sino precisamente que, a la inversa, le permite elaborar una escritura que solo externamente tiene los rasgos del texto periodístico pero que es esencialmente literaria.

Libro ganador del Mundial de Escritura 2023, elegido entre diez finalistas.

Libro ganador del Mundial de Escritura 2023, elegido entre diez finalistas.

Las capas de un texto

Aunque objetivo en lo que cuenta, no se trata para nada de un texto lineal sino de uno elaborado a partir de varios elementos: ella como sujeto que enuncia, el clima opresivo de un tórrido verano de sequía, y la reflexión permanente sobre dos cosas: el modo social de percepción de las noticias y el ejercicio del periodismo. También lo es sobre la justicia.

Así: “Hace mucho calor este enero. La Niña reseca los campos y las cuentas del Banco Central. La cosecha se pierde, los incendios arrasan […] siento que el cerebro se me derrite y me gana el mal humor”.

El calor impide pensar, hace más intenso el hacinamiento en la sala de audiencias y es la época donde no sucede nada o suceden cosas que desbordan a la ciudad, como el asesinato del fotógrafo José Luis Cabezas el 25 de enero de 1997 -y el consiguiente juicio- que Gabriela Urrutibehety cubrió como periodista. Las épocas se superponen y hay algo en común: la invasión de los medios masivos capitalinos que todo lo inundan y desplazan y la permanente reflexión: sobre lo político en un caso y lo social y periodístico en el otro.

El clima es una realidad, un marco y un símbolo. La injusticia es igual de opresiva; todo parece un escenario fantástico del que no es posible salir: “El viento levanta tierra y la ciudad parece envuelta en una nube de smog que no puede tener porque no hay fábricas, solo campo seco alrededor. Algunos días se escucha tronar, promesas vacías”.

Los tribunales y la sala de audiencias son mostrados de un modo realista y simbólico a la vez: la madera oscura lustrada y su techo ornamentado contrastan con mamparas de material barato y escritorios metálicos estrangulados por cables puestos provisoriamente para siempre. El edificio, de un perdido esplendor, responde a otra época, “serán estos los tiempos de la justicia”, se pregunta. Se trata de una imagen poderosa planteada como al pasar: las cosas superan a la justicia.

Hay otra realidad en el centro geográfico: la sequía y la pobreza, que nadie registra, ocupados como están todos en el juicio y los personajes mediáticos: se ha secado el pozo de Mónica, empleada doméstica, casada con un jubilado que cobra “la mínima”. No tienen dinero para una nueva perforación y menos para conectarse a la red de agua corriente: un vecino les da agua por medio de una manguera.

El periodismo como actividad es otra de las capas: de concebirlo dentro de un código elaborado de escritura, con sus convenciones, como la de nunca usar adjetivos en los titulares en pos de una noticia expuesta objetivamente, las noticias se convierten en un reality show donde reina la imagen, pero una desinvestida de toda solidaridad: “Nadie hizo nada durante la agresión”, dice la testigo que le hizo a la víctima maniobras de respiración; todos filmaban pero nada más.

El juicio es ponerle palabras a las imágenes del ataque. La crónica es una reflexión tan aguda como desesperanzada: “Hoy la prensa reproduce ad infinitum la verdad filmada. Todo a la vista, como si fuera un reality show en loop permanente […] las redes claman en el segundo previo a que otro video reemplace al anterior […] Se vive para ser filmado. Se muere en vivo”. 

La narradora se vive como ajena a ese mundo de la imagen vertiginosa sin contenido, se siente -en lo que resulta una constante en la obra- ser de otra época.

La descripción de los imputados como un sujeto múltiple y silencioso donde no es fácil distinguir uno de otro, ya que tienen el mismo corte de pelo y llevan barbijos y responden a un pacto de silencio, con las resonancias espurias de la palabra “pacto” es otra de las capas del texto.

Impresiona su insensibilidad y la violencia de la que son capaces -que se muestra en las imágenes de la agresión y en las de lo que sucedió después- pero al verlos en la sala de audiencias señala que los imaginaba mucho más grandes. Uno de ellos informa a los demás lo que había sucedido con la víctima: “caducó”, dice escuetamente: “Apabulla la eficacia de la palabra”.

Es cierto, apabulla porque refleja la total insensibilidad.

Los monstruos son necesarios, reflexiona de manera repetida, porque permiten colocar al mal absoluto en un solo lugar pero la sociedad misma es monstruosa y casos semejantes al de Fernando Báez Sosa -como lo detalla en la enumeración del final- suceden todo el tiempo, solo que este pudo galvanizar en un solo lugar la imagen del mal en estado puro y hacer de eso un reality show.

Las referencias a todos lo que el juicio implica son muchas y todas están dichas de manera breve y contundente. Monstruos, es un libro cuya eficacia también apabulla.

En el mismo lugar

El texto no sería el mismo si estuviera despojado de la subjetividad de la cronista-narradora; una subjetividad atravesada por los juicios que le tocó vivir -el de Cabezas, el de Báez Sosa y aun el de la banda de los seguros, que no aparece mencionado en el Monstruos-, y también por el modo en que se vive a sí misma a lo largo de esa larga historia: “Nos volvemos a encontrar varios de los que estábamos en esta misma sala veintitrés años atrás […] Ellos han avanzado en sus carreras. Yo estoy en el mismo lugar: dejé hace años de soñar con ser periodista famosa, con dar clases en la universidad, con escribir libros que se tradujeran a varios idiomas. Algunos días tengo cierta nostalgia de esos anhelos”.

El pasaje recuerda a uno de la novela “Los puentes del condado de Madison”, en el cual el personaje dice casi lo mismo: “tuve grandes sueños y no se cumplieron, pero qué suerte que los tuve”.

La idea de la periodista de pueblo atraviesa esta escritura pero la calidad de dicha escritura desmiente la idea del sueño incumplido al menos de dos maneras: el hecho de poder concebir el texto es por sí mismo una muestra de solidez literaria, una que encuentra en las imágenes y la agudeza de observaciones y reflexiones un universal, donde la categoría periodista de pueblo resulta falsa: el propio texto la desmiente. La otra es que la escritura en su propia meta y que el “éxito” no es una categoría literaria.

“Monstruos” es un libro tan breve como certero y rico y lo es por gran capacidad de Gabriela Urrutibehety por extraer una reflexión profunda, que obedece a su sensibilidad y talento como escritora.