En un mundo de lógica individualista donde el afuera es hostil, la familia adquiere creciente protagonismo e influencia. Esto nos lleva a repensar la sociedad, asumiendo al núcleo de pertenencia primario como lo que efectivamente es: una matriz básica de la vida personal y comunitaria.
Proyectar en este sentido supone que las políticas públicas la promuevan fuertemente a la familia, tanto en la provisión de los apoyos necesarios para su consolidación como sistema y el empoderamiento de sus miembros potencialmente vulnerables, como en la formación de cada integrante en las competencias necesarias para el ejercicio de sus funciones. Pero engloba también otro aspecto fundamental: la totalidad de las políticas debe estar permeada por esta visión, que exige mirar la sociedad en clave de familia.
Las acciones previstas deben estar atravesadas por este enfoque, que no sólo pone en el centro de la escena la dimensión relacional y los vínculos que se establecen en el ámbito familiar, sino que contempla a las familias como elemento esencial y factor de posibilidad de un desarrollo humano sostenible.
Es claro que las familias son insustituibles para la sostenibilidad de cada persona y, por ende, de las sociedades. Como agentes activos, con particular injerencia sobre dos funciones capitales del desarrollo social, la educación y los cuidados, las familias entrenan en la comprensión de la racionalidad comunitaria y preparan para una apertura eficaz a otros grupos humanos. Como mediadora hacia un despliegue social más amplio, la trayectoria educativa emprendida en el ámbito familiar, desde el momento mismo del nacimiento, es idealmente acompañada por los afectos fundacionales y los valores que éstos encarnan. También la capacidad de cuidado debe desarrollarse en el entorno primario y desde allí expandirse: la importancia de protegernos y asistirnos unos a otros podrá extenderse así a todos los ámbitos de la sociedad.
En este orden de ideas, avanzar hacia un paradigma de cuidados contribuye al desarrollo sostenible: es preciso que niños y jóvenes cuenten con un medio propicio para su plena realización, con equidad e igualdad de oportunidades, como correlato de una mayor cohesión familiar y comunitaria. Al tiempo que las familias deben reapropiarse del papel central que ocupan en el ecosistema social, a través de un quehacer participativo, constituyendo redes y abriendo también su espacio interno a una mayor colaboración entre sus miembros. Todo ello con vistas a instalar un modelo de cuidados recíprocos que, connatural a nuestra vocación dialógica y convivencial, nos mueva a comprometernos y responsabilizarnos mutuamente.
La dimensión relacional es constitutiva del ser humano, tiene su raíz en el mismo hecho de su generación en y por otros. Los lazos interpersonales, como en un ceñido entramado, lo contienen y definen su identidad más radical: la persona coexiste, es con otros. Como sujeto familiar, viene a la vida contextualizada, inserta en el seno vincular que la recibe.
Por tanto, tener a las familias como piezas clave en la agenda del desarrollo sostenible, abordando las iniciativas sociales y políticas desde una perspectiva de familia, no es más que reconocer su condición de fuente de sentido existencial y urdimbre de las relaciones más necesarias, profundas y permanentes. De ésas que nos permiten, de manera positiva y armónica, crear, recrear y plasmar un proyecto de vida.
(*): Profesora del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad Austral.
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