Miramar, la ciudad de los niños que fueron robados de sus tumbas
Ciro Lescano y Liam Rodríguez fueron robados de sus tumbas. Una comunidad de 35.000 personas transita la novedad entre el estupor, la indiferencia y las teorías de rituales de magia negra.
Por Juan Salas
Miramar todavía asimila la noticia de que al menos los cuerpos de dos bebés fueron robados de sus tumbas en el cementerio municipal. No hay detenidos. No se sabe si las profanaciones fueron parte de un culto siniestro, magia negra, brujería o qué. No se entiende todavía si lo que pasó es un delito o una mera contravención sin demasiadas consecuencias. “La ciudad de los niños”, donde los cadáveres de Ciro Lescano y Liam Rodríguez desaparecieron, nunca el slogan estuvo tan equivocado.
Por estos días hay una sombra sobre Miramar y no se debe a que falta poco para las PASO o a que las nubes tapan el sol y amenazan con lluvia de un momento a otro. La sombra sobre Miramar es como una oscuridad casi palpable que tiene como epicentro un cementerio que parece no poder asegurar el descanso eterno de los muertos de la ciudad.
“Ah, ni idea qué habrá pasado en el cementerio. No soy religioso, ni nada. Queda a 20 cuadras derecho por la 26, pero ni idea qué pasó”, dice un cuidacoches del centro mientras se cubre de unas gotas con un paraguas algo destartalado, preocupado por sus problemas más terrenales que por las noticias de profanaciones de tumbas.
En vacaciones de invierno las mañanas en Miramar parecen tener una parsimonia adicional. Las cuadras al cementerio están más transitadas por perros sueltos que por personas, quienes no dudan en saludar amablemente a cada conocido o desconocido por igual.
“Qué horrible lo que pasó. Que se te muera un hijo y que después te roben el cuerpito. Me pongo en el lugar de las madres y no sé qué haría”, las palabras de Gabriela a la salida de una panadería se repetirán en muchas otras personas. “No sé qué haría”, nadie realmente sabe qué haría si alguien profanara la tumba de un ser querido.
Hay hipótesis y teorías. Cuando algo tan siniestro y sinsentido aparente pasa siempre las hay. El tráfico de órganos se le ocurrió a algún conspiracionista en el transcurso de la mañana, pero enseguida otro que se suma a la charla lo corrige, le dice que es imposible y lo convence a pura lógica: los cuerpos de los bebés fueron robados para algún tipo de ritual umbanda.
Los ataúdes de Ciro y Liam están tan cerca que parece mentira. Separados por unos 10 o 15 metros entre una y otra. El de Ciro tiene fajas de seguridad colocadas por la policía. El de Liam, que fue exhumado el lunes a la tarde, tiene a un costado unas baldosas que cubrían la tierra, que habían puesto sus padres a los días del entierro, sin saber que el cuerpo de su hijo ya había sido robado.
Uno de los sepultureros del cementerio dice no creer en la magia negra, pero enseguida asegura que existe y que se la encontró entre las tumbas. En más de una ocasión, al llegar, tuvo que limpiar los restos de algún ritual: partes de gallina, pochoclo, ofrendas. Para el hombre, como para tantos más, el robo de los cuerpos de los bebés es obra de un culto oscuro.
A media mañana, la mamá de Ciro, Noelia Lescano, y un puñado de personas se paran en la puerta de la municipalidad de Miramar -partido de General Alvarado-, con banderas que reclaman justicia y señalan a quien consideran el gran responsable: el intendente Germán Di Cesare.
La gente pasa, lee las banderas y pregunta qué hacen ahí, por qué. “Se robaron el cuerpo de mi hijo del cementerio y también el de otros bebés”, contesta Noelia. “Qué horrible, tenés que seguir en la lucha”, responde una mujer sin siquiera frenar su marcha.
“No me siento acompañada, no hay solidaridad, parece que hasta que no les pase no se van a sumar a la causa. Y lo peor, es que tal vez sus familiares también fueron robados del cementerio y no lo saben”, dice Noelia Lescano mientras sostiene la foto de su hijo Ciro y agrega: “Yo solo quiero que aparezca el cuerpo y que esto no pase más. Hay al menos tres o cuatro familias que van a pedir que exhumen las tumbas de sus nenes”.
Noelia reconoce que su mamá -es decir la abuela de Ciro- es devota a San La Muerte y que un amigo de ella -algunos dirán la pareja o la expareja de la madre- es un venerado pai umbanda de Miramar. Estas dos personas quedaron en el centro de la investigación y si bien sus casas fueron allanadas -el pai umbanda vive a unos 200 metros del cementerio- la policía no encontró ninguna evidencia para vincularlos con el saqueo de tumbas, pero siguen bajo sospecha.
Un policía cree que la gente no se suma al reclamo porque Noelia Lescano, “hace unos días intentó ver al intendente y rompió algunos vidrios en la municipalidad”. “Igual, vienen muy tranquilas, si me pasaba a mí hubiese reaccionado mucho peor”, dice luego el oficial y agrega: “A estos los van a agarrar, no pueden haber muchos sospechosos de algo así. Estos caen seguro”.
La mamá de Ciro toma una bandera con los nombres de los bebés que fueron robados del cementerio. La siguen otras mujeres con sus hijos e hijas. En total no son más de 10 personas. Caminan por el centro, pasan por la plaza principal. Nadie se suma al reclamo. Ni siquiera están los padres de Liam Rodríguez con ellos.
“¿Y estos qué quieren?”, se pregunta un hombre dentro de un café, más preocupado por el resultado de un partido de pelota paleta de los Panamericanos que del robo de cuerpos de bebés en las tumbas del cementerio de la ciudad en la que vive.
¿Cómo se vive en una comunidad en la que alguien roba cuerpos de niños del cementerio para vaya a saber uno qué?
Se vive, no queda otra. A algunos les importa más que a otros, les duele más que a otros. Mientras, dos familias sufren las pérdidas de los cuerpos de sus bebés, como una segunda muerte de la cual no se pueden despedir.
Miramar, la ciudad de los niños: el slogan parece haber seducido a las personas equivocadas.