Por Juan Lamarche
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Jacobo Fijman es uno de los más grandes poetas argentinos aunque ignorado en buena parte de los ámbitos académicos. Nació en Moldavia, cercana a Rumania en 1898 y murió en Buenos Aires en 1970. Descendiente de judíos, buena parte de su vida transcurrió en el hospicio Borda. Llega a Buenos Aires en 1902 ya que sus padres emigraron en busca de trabajo. Su padre instalaba vías férreas y se instalaron en la Patagonia, posteriormente se ubicaron en Lobos donde inició sus estudios primarios.
Mostró gran habilidad para el dibujo. En 1917 abandonó a su familia para radicarse en Buenos Aires donde estudió el profesorado en francés. En el instituto de lenguas vivas estudió filosofía antigua, griego y latín. Tocaba el violín y asistía a conciertos de música clásica, apasionado de Arcangelo Corelli. Sufrió una crisis mental y vagabundeó por el país ganándose la vida como violinista callejero, allí compone sus primeros poemas.
Vuelto a Buenos Aires fue internado por primera vez en el hospicio de las Mercedes donde recibe electroshocks. Trabaja como periodista en El Litoral. Leopoldo Marechal lo integra al grupo Martín Fierro y en 1926 publica su primer libro de poemas, Molino Rojo, título que alude a los anarquistas. Ingresa en un misticismo fascinado con la religiosidad medieval. Es columnista de arte en Crítica, el diario de Natalio Botana, junto al psicólogo Enrique Pichon Riviere.
Entre 1927 y 1928 viaja a Europa, llega a París en plena efervescencia del surrealismo, allí conoce a Breton, Eluard y Artaud. Vuelto a la argentina sufre una crisis de fe y conoce a Benito Quinquela Martín, con el que alternan en el café Tortoni. En 1929 publica su segundo libro Hecho de Estampas. En 1930 es bautizado en la iglesia católica. Se enamora de Teresa, sobrina de Oliverio Girondo, que aparece en sus poemas. Lo internan nuevamente en el neuropsiquiátrico Borda. En 1948 se lo retrata como personaje en el Adan Buenosayres de Leopoldo Marechal con el nombre de Samuel Tesler.
El abogado y escritor Vicente Zito Lema lo acompaña fielmente hasta su muerte. Escribe en su poema El canto del cisne: “Demencia: /el camino más alto y más desierto./ Oficio de las máscaras absurdas; pero tan humanas/ Roncan los extravíos;/ tosen las muecas/ y descargan sus golpes/ afónicas lamentaciones”.