Milei transformado en sol de una política disgregada

Por Jorge Raventos
La Libertad Avanza es un partido político de poca historia y escaso peso, tanto territorial como legislativo. No controla provincias, los contados municipios que gobierna son fruto del pase de tránsfugas de partidos que fueron parte de Juntos por el Cambio (particularmente del Pro); en cuanto a sus bloques parlamentarios, están constituidos mayormente por inexpertos bulliciosos, propensos al cotilleo, las luchas intestinas, las divisiones, las peleas y los papelones.
Las razones de un milagro
Que con esos elementos propios Javier Milei haya conseguido atravesar catorce meses de gestión signados por el brutal ajuste del que se envanece, sorteando varios desafíos a la gobernabilidad, respaldando sus iniciativas con decretos de (controvertidas) necesidad y urgencia y eludiendo iniciativas de juicio político, solo puede explicarse porque la disgregación del sistema anterior transformó a la mayoría de las fuerzas que lo integraban en satélites objetivos de su poder; no en aliados –en rigor, varias de esas fuerzas se autoperciben como competidoras y hasta opositoras del oficialismo-, sino en tributarios de sus decisiones y cooperadores necesarios de su sostenimiento.
Esta semana el Presidente consiguió que la Cámara de Diputados aprobara el DNU que habilita al Poder Ejecutivo a sellar con el Fondo Monetario Internacional un acuerdo de nuevo endeudamiento del que se ignoran hasta el momento monto, plazos y condiciones.
Se sabe que el FMI prefiere que ese tipo de acuerdo cuente con un apoyo político suficientemente amplio que haga previsible su sostenimiento en el tiempo y que, en ese sentido, una ley es lo recomendable: se supone que mayorías de dos cámaras implican una representación amplia y duradera. Milei prefirió el decreto, que queda vigente si obtiene el respaldo de una cámara: desconfiaba de poder atravesar exitosamente el Senado y sacrificó entonces lo mejor para conformarse con lo bueno, algo que sus principales socios parlamentarios –el Pro- habían definido, a través de Mauricio Macri, como una vía que “no ayuda a generar confianza” y “confirma la debilidad institucional”.
Pese a esa filosa objeción, el Pro acompañó con su voto la aprobación del DNU. También lo hicieron la Coalición Cívica de Elisa Carrió, buena parte del Encuentro Federal que conduce Miguel Pichetto, la mayoría de los radicales y una cantidad de diputados de la genealogía peronista, principalmente de provincias (Catamarca, La Rioja, Santiago del Estero, Córdoba).
“No acompañar sería poner a Argentina en riesgo con todo el esfuerzo que se está haciendo, y que volvamos de nuevo para atrás –argumentó Martín Llaryora, el gobernador cordobesista antes de que votaran sus diputados-. Sería una tremenda señal, mala y negativa”. Y Carrió le dijo a su público: “Nunca avalé un decreto, pero este tiene necesidad y urgencia porque si no las consecuencias van a ser nefastas para la Nación. La situación del Banco Central es muy difícil. Si no tiene un ingreso de dinero fresco, no se puede avanzar en el programa de estabilización”.
Sin ese heterogéneo respaldo el DNU no hubiera sido aprobado en Diputados.
El sol y los satélites
La virtud de Milei en su relación con la dispersa oposición cooperativa reside en mantener con firmeza (y hasta ahora con éxito) un rumbo que está determinado por la extensa decadencia de la sociedad argentina: los ciudadanos esperan que se frene el proceso inflacionario, se estabilice la economía, que el país crezca y dé trabajo. El Presidente ha dado pasos importantes en la materia caída de la inflación y el viejo sistema político, que exhibió dilatadamente su impotencia en ese campo, se inclina ante la realidad. Por otra parte, los restos de aquel sistema no tienen unidad para oponerse ni un programa alternativo. No les queda mucha chance fuera de amoldarse al programa central de Milei y ejercer un seguidismo práctico sólo matizado por algunos cuestionamientos formales y verbales.
Milei se beneficia, asimismo, por el hecho de que la oposición más numerosa a su gobierno la practica la fuerza hegemonizada por el kirchnerismo que, aunque se va desgranando paulatinamente, mantiene una considerable unidad que la convierte para el oficialismo en una conveniente amenaza agitable.
Esta semana contabilizó a su favor el castigo que Donald Trump decidió infligirle a Cristina Kirchner y sus hijos, a quienes prohibió el acceso a los Estados Unidos.
Los movimientos de las oposiciones política y sindical también son retóricamente imputadas a la malévola influencia K en complicidad con la izquierda y el paro anunciado por la CGY para ka segunda semana de marzo es incluído como otro capítulo de esa saga. Alimentar ese relato conflictivo forma parte del cálculo político-electoral del oficialismo: que quiere convertirse en la principal (o, mejor, la única) aspiradora del voto antiK.
El factor K
Para la llamada oposición cooperativa la presencia activa de Cristina Kirchner en el escenario es un argumento inapelable e insoslayable para justificar el alineamiento (verbalmente crítico) detrás de Milei.
Si el kirchnerismo se opone al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, Milei concentrará objetivamente un respaldo multicolor. No es que la oposición sea capaz de unificar y articular un apoyo a la iniciativa del gobierno, sino que el poder central recolecta y capitaliza los respaldos dispersos.
Se compone así, de hecho, un conjunto integrado por mileístas incondicionales (el partido oficialista) y también por una pléyade de mileístas de facto, algunos meros seguidistas del poder, otros parcialmente críticos (del estilo agresivo de Milei, de su énfasis en la “batalla cultural”, de su insensibilidad) y varios inclusive con voluntad de autonomía en el mediano plazo.
Ese conjunto, al que cabe sumar fragmentos del llamado círculo rojo, es la auténtica base de poder que explica la gobernabilidad alcanzada por el país en estos difíciles meses. Una suerte de “frente único de la revolución libertaria”
Mandar o conducir
Ahora bien, al Presidente parece no alcanzarle con el ejercicio de ese liderazgo de hecho: pretende atornillarlo; por un lado, consolidando un partido propio, tarea de la que se está ocupando principalmente su hermana Karina. Pero, además, aspira a ejercer el monopolio de la centralidad en aquel frente único. No quiere competidores, no quiere conducciones autónomas o con vuelo propio. Karina es la que ejerce “la desconfianza organizada”.
El golpe sufrido por Rodrigo Marra en la estructura porteña de La Libertad Avanza permite medir hasta donde llega el celo por una jefatura sin sombras cercanas.
En otro orden, allí puede encontrarse la causa de los rozamientos con Mauricio Macri. Milei no tiene problemas con los cuadros del Pro (especialmente cuando forman parte del grupo seguidista, como Diego Santilli y Cristian Ritondo en estos días y Patricia Bullrich antes) y quisiera integrar a muchos de ellos a cargos oficiales o a posiciones en la boleta electoral. Lo que decididamente no quiere es que eso dibuje una alianza o coalición. Prefiere que esos relacionamientos se den bajo el techo de su propio partido.
La reunión consumada esta semana en Balcarce 50 entre Karina Milei, el mismo Presidente y los armadores de su partido en la provincia de Buenos Aires con Ritondo y Santilli fue un paso en esa dirección.
A Macri no le quedó más remedio que tragar amargo y escupir dulce. Ritondo y Santilli no le contaron toda la verdad sobre lo que estaba a punto de cocinarse en la Casa Rosada y si Macri transparentaba ese hecho, quedaría claro que lo habían puenteado ignorando su autoridad. Dijo, pues, que había dado el visto bueno aunque un día más tarde ajustó la declaración: reiteró que la reunión había sido “positiva” pero destacó que “todavía estamos en la fase de palabras y fotos, todavía no hay nada concreto”, Lo concreto, para él, es alcanzar un acuerdo entre el Pro y La Libertad Avanza (algo que ya no ocurrirá en la Ciudad Autónoma, por ejemplo).
La pretensión de Macri choca con la concepción francamenete centralista de Milei y su entorno, que así incorpora un ruido quizás contraproducente en la delicada situación política.
Macri no puede acompañar la intención hegemónica de Milei cuyo objetivo último es erradicar al Pro como partido y, en paralelo, erosionar el extenso control amarillo en la Ciudad Autónoma, donde oficialismo y macrismo se enfrentarán a cara de perro.
Para un amplio espectro del “mileísmo fáctico”, sería preferible que las fuerzas que coinciden en las reformas capitalistas que Milei impulsa, en lugar de enfrentarse, se juntaran.
El mercado en suspenso
Para sostener sus intenciones “imperiales”, Milei debe mantener el rumbo de su cruzada antiinflación y, antes o inmediatamente después de contar con el aporte que espera del FMI, despejar las dudas sobre el régimen cambiario que esta semana flotaron sobre el mercado y lo mantienen nervioso, aún pese a la buena noticia del DNU que facilitará el acuerdo con el Fondo.
Al cerrar la actividad semanal, el último viernes, el Banco Central había perdió algo más de 1000 millones de dólares de sus reservas (negativas). La afirmación de Luis Caputo de que el acuerdo con el Fondo no traerá aparejada ninguna devaluación no alivió, sino que incrementó las preocupaciones. Conviene no mentar la soga en casa del ahorcado.
“El milagro del mercado argentino está en suspenso”, escribió el influyente The Wall Street Journal en un artículo sobre el futuro inmediato de la economía argentina. Para el diario, “el futuro económico de Argentina dependerá no solo del nuevo acuerdo con el FMI, sino también de la capacidad del gobierno para implementar reformas estructurales que consoliden la estabilidad fiscal y el crecimiento sostenible”.

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