Milei y “la casta” en el subibaja
El presidente Javier Milei encabezará en Parque Lezama el acto de lanzamiento de LLA a nivel nacional.
Por Jorge Raventos
El Presidente se apresta a cerrar espectacularmente –con un show en pleno Palacio Legislativo- una semana que le deparó alegrías y sinsabores, triunfos y reveses. Esta noche, en el prime time televisivo presentará en cadena, con una sala diezmada en materia de diputados y senadores, el proyecto de Ley de Presupuesto y, motosierra en ristre, entonará la consigna que lo guía: déficit cero.
Amigo de los gestos excepcionales, Javier Milei eligió una noche de domingo para asumir personalmente una tarea que habitualmente desempeñan los ministros de Economía. También forzará otra excepción: aunque no se presentará ante la asamblea legislativa, sino ante la comisión bicameral de Presupuesto y Hacienda, y pese a que ese trámite supone la discusión de la propuesta y el intercambio entre el presentador y los congresistas (preguntas, respuestas, críticas, etc.), esta vez no se producirá ese diálogo. Solo se prevé un monólogo (algunos temen que con momentos agresivos). Por ese motivo, muchos congresistas no concurrirán esta noche. Por caso, el diputado Vicente Massot, miembro de un bloque caracterizado como dialoguista (el que conduce Miguel Pichetto) declaró que no asistirá porque “ir a presentar el Presupuesto debería ser también discutirlo con los legisladores, pero todo en lo que vamos a ver, lo que busca es incrementar más la ira con mentiras y exageraciones para legitimar su gobierno que empieza a ponerse en duda”.
El miércoles 11, Milei se había acreditado en el Congreso un triunfo en el que se involucró personalmente. No solo porque lo que estaba en discusión ese día era el veto impuesto por él a la ley de mejoras jubilatorias, sino porque, para evitar un rechazo legislativo que habría erosionado fuertemente la confianza en su gobierno, había tenido que trocar momentáneamente las prolijas fórmulas de la economía austríaca por los tratos pampa de la política criolla, y resignarse a protagonizar reuniones “de casta”, con la misión de convertir a “degenerados fiscales” en héroes y consolidar en otros la fe liberal-libertaria.
Justo antes de que la Cámara de Diputados tratara la cuestión del veto, que pintaba complicada -pues la ley cancelada por Milei había conseguido para aprobarse los dos tercios que se necesitaban para anular ahora el ucase presidencial-, el equipo del gobierno sufrió la sensible lesión de Guillermo Francos, un probado negociador de la Casa Rosada.
El jefe de gabinete había sufrido un soponcio después de una fuerte trifulca con Santiago Caputo (decisivo cateto del triángulo de hierro oficialista) y con el vocero, Manuel Adorni, que lo habían desautorizado públicamente.
Con Francos internado en La Sagrada Familia, Milei tomó las negociaciones en sus manos, armó un fuerza de tareas con dos alfiles de Francos (José Rolandi y Lisandro Catalán) y se agenció el asesoramiento de Patricia Bullrich (a quien se llegó a mencionar como eventual reemplazo del jefe de gabinete, en caso de que la enfermedad de éste se prolongara o los roces con Santiago Caputo se volvieran irremontables, dos eventualidades que en definitiva no se consumaron).
De esas conversaciones con los diputados (las públicas y las discretas) emergió una coordinación parlamentaria, un sucedáneo del interbloque que libertarios y PRO no se deciden aún a concretar. El PRO, pese a los esfuerzos de Cristian Ritondo por evidenciar disciplina, no consiguió que sus diputados tuvieran una postura única en la aceptación del veto: el larretista Álvaro González le votó en contra.
Golpes sobre la UCR
Lo más notable de las negociaciones fue su efecto sobre el bloque de la Unión Cívica Radical: Milei consiguió atraer a cinco miembros de esa tribu y contó con la colaboración pasiva del propio jefe del bloque, Rodrigo de Loredo. Lo más sugestivo es que la UCR había sido la fuerza que motorizó en julio la aprobación de la ley, ahora plenamente vetada, y que los cinco desertores habían votado por su aprobación. Incluso en algunos casos la habían defendido enfáticamente, enfrentando entonces los argumentos que ahora eran fundamento del veto presidencial.
Sin embargo, con esas cinco contribuciones radicales y las que se descontaban del PRO no habría bastado para ahorrarle un revés significativo al oficialismo. Ayudaron las manos amigas de varios gobernadores que aconsejaron a sus diputados abstenerse o ausentarse para no enfrentar al Presidente o, lisa y llanamente, votar contra el veto. Aquí el razonamiento principal fue la idea de defender la gobernabilidad. No se trataba solo de la probablemente discutible idea de que el equilibrio fiscal exigía vetar la ley que beneficiaba (magramente) a los jubilados, sino de que insistir en aprobarla contra el veto dañaría sensiblemente la autoridad del Presidente.
Que además haya existido entre provincias y gobierno central algún toma y daca no debería sorprender a nadie. Los gobernadores deben utilizar los medios de negociación a mano para mejorar las condiciones de sus provincias. Pueden, en cambio, provocar legítimo disgusto los trapicheos y cambios de casaca en los que lo que se custodia es un mero interés personal, actual o potencial, concretado o prometido. Justa o injustamente esa conducta recibió dos décadas atrás el nombre de “borocotazo”, aludiendo al seudónimo de un diputado que en 2005 cambió súbita (y para muchos, sospechosamente) de partido. Lo que quedó claro es que, cuando las papas queman, todas las partes se avienen a lo que algunos condenan como “prácticas de la casta”.
Sin prejuicios para emplear el instrumental clásico de la política, el Gobierno, con la participación directa del Presidente, salvó un desafío difícil y, además, pareció dar inicio al ordenamiento y coordinación una fuerza parlamentaria (primero en Diputados, luego en el Senado) más numerosa que la que le depararon las urnas.
Empujado por las circunstancias, intentaba componer una apoyatura más amplia. No estábamos, ni mucho menos, ante una reconfiguración general del sistema político, sino más bien ante algunos movimientos sensatos de adecuación, supervivencia y reagrupamiento ante la disgregación del sistema viejo.
Pero el decorado cambió velozmente. Si el miércoles 11 el gobierno pudo impedir que las dos terceras partes de la Cámara de Diputados rechazar su veto a la ley jubilatoria, entre el jueves y el viernes hubo más de dos tercios de la Cámara para anular el decreto de necesidad y urgencia que otorgó 100.000 millones de pesos en fondos extraordinarios a la Secretaría de Inteligencia. Y también (57 contra 10) para dar sanción definitiva a la Ley de Financiamiento Universitario, que Diputados había aprobado en agosto por una mayoría abrumadora (143 a 77). “El Gobierno como cualquier gobierno tiene victorias y derrotas parlamentarias, no hay que asustarse”, explicó el viceministro de Interior, Lisandro Catalán, para consolar a un oficialismo que no tuvo demasiado tiempo para festejar el triunfo del veto. Ahora viene una nueva porfía: Milei prometió aquí también aplicar el veto. ¿Conseguirá un triunfo como el del miércoles o una caída como las de jueves y viernes? “Los sistemas de alianzas o acuerdos no son trasladables a todos los temas”, se ataja Catalán. Conviene evocar la enorme manifestación -una de las mayores, si no la mayor, de la era democrática- y la amplia solidaridad pública que acompañó la aprobación en Diputados del financiamiento universitario para comprender mejor la cautela del viceministro.
Después de haber convertido el veto en un dispositivo esencial de su motosierra, el Presidente está, en cualquier caso, atado de manera inflexible a ese instrumento que usó gozosamente para la ley “de los abuelos”. Hay costos, pero Milei parece convencido de que la inflexibilidad lo favorece políticamente, aunque las encuestas empiecen a registrar un progresivo desgranamiento en sus respaldos. El Presidente apuesta a que la intransigencia en su programa de ajuste lo convierte en un eje de reagrupamiento frente a un paisaje político de dispersión. Esa intransigencia requiere, eso sí, que se consoliden logros, en principio en materia de inflación, que este mes mostró un resultado de estancamiento.
Segundos afuera
La reaparición en el escenario de Cristina Kirchner forma parte de ese mismo fenómeno. Ella ha salido a torear al Presidente, buscando monopolizar el rol de principal figura opositora, un papel que Milei está muy dispuesto a otorgarle: en esa polarización, estima él (y muchas encuestas de los últimos meses le daban la razón), el nombre de ella empuja a la mayoría de la opinión pública en favor del gobierno.
Ambos quieren polarizar, quieren echarle flit a las ofertas que buscan diferenciarse de uno y de otro y que, en cierto sentido, ejemplifican la disgregación. Estiman que un sistema de dos polos protagonizado por ellos sería ordenador.
La expresidente parece consciente de que, para no sucumbir en el aislamiento, necesita componer “una música nueva”, como había sugerido hace algunos meses Axel Kcilof. Y se adelanta a hacerlo, aprovechando que no tiene obligaciones de gestión que la condicionen o limiten. En sus últimas intervenciones, ha incorporado materias que eran ajenas a su discurso acostumbrado (por ejemplo: atender el equilibrio fiscal, modernizar la legislación laboral).
Debe, con todo, esforzarse por producir una melodía que suene bien a públicos ajenos sin por ello espantar al propio. Supone que, si quiere polarizar, debe custodiar la unidad del polo propio.
El último viernes, en la Universidad del Oeste, en Merlo, ofreció por ejemplo una conferencia de título provocativo: “Sigue siendo la economía bimonetaria, estúpido”.
La señora intenta mostrarse opositora al tiempo que procura adecuarse a los nuevos tiempos. “Aunque conservamos la tasa de sindicalización más alta de Latinoamérica, ha surgido un mundo informal. (…) No podemos hacer como el avestruz, meter la cabeza en el hoyo. No podemos quedar atados solamente a las demandas del 45 (1945, está hablando para el público peronista). El mundo cambió y tenemos nuevas demandas y hay que sentarse en la mesa a cranear cómo hacemos para volver a representar al conjunto de los trabajadores de la República Argentina”.
Así como los estudios de opinión pública, por más que destaquen la prevalencia de las menciones negativas que recoge la señora de Kirchner, reafirman que tiene un público fiel que no baja del 25 por ciento y que supera esas cifras en el conurbano; pero varias encuestas recientes muestran también el crecimiento de una opción, que se engloba bajo el rubro “peronismo no kirchnerista”, que ha trepado a una tercera colocación en la opinión pública (después de “libertarios” y “kirchneristas”), con mediciones de dos cifras que representan más de la mitad del caudal atribuido al “kirchnerismo”. La polarización con Milei que ella busca, intenta aspirar a ese sector de la opinión pública de genealogía peronista, del mismo modo que el Presidente pretende, con el mismo recurso, quedarse con el grueso del público antikirchnerista que todavía sigue al macrismo o a la UCR. El Presidente tiene un ojo en la economía y el otro en la elección de 2025. La señora piensa en cómo evitar que el proceso de dispersión general termine atomizando sin freno las fuerzas sobre las que se apoya. También ella le da a las urnas de 2025 la jerarquía de un parteaguas.
Por eso Milei y la señora vuelven a tomar la palabra. Se tiran centros simulando que patean penales. Pero la polarización que alientan no es la reconfiguración del sistema político que el país necesita.
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