Milei, su liderazgo y los límites institucionales
Por Jorge Raventos
Para bien o para mal, el presidente Javier Milei ha decidido compensar su extrema debilidad en el plano legislativo y su ausencia de expresiones libertarias en el elenco de gobernadores, con un intrépido protagonismo propio y una política ostensiblemente alejada de actitudes defensivas y rasgos negociadores. La primera expresión de esa conducta fue su discurso inaugural, pronunciado lejos y a espaldas de las Cámaras del Congreso y escenificando la imagen de un diálogo directo con sus votantes. Ese primer gesto fue una señal de lo que vendría.
Recién electo con una diferencia notable sobre su rival en el balotaje, en primera instancia parecía amurallado frente a cualquier riesgo. Lo señalamos en este espacio una semana atrás: “Por el momento Milei es inmune a las críticas”.
Apenas unos días después ya no se puede afirmar categóricamente lo mismo. Con su estilo de pelea, golpea primero pero también empieza a recibir castigo.
El último domingo, Milei se levantó temprano y acudió presuroso al estadio de Boca Juniors para votar por la lista que Mauricio Macri integraba como candidato a vicepresidente. Llegó embozado con una capucha que lo protegía de la lluvia y también de la curiosidad del público, pese a lo cual fue identificado por gran cantidad de hinchas boquenses que lo abuchearon y repudiaron a los gritos. Seguramente se trataba de seguidores de Juan Ramón Riquelme (que terminaría imponiéndose rotundamente a la lista de Macri en un comicio muy controversial).
Muchos observadores se preguntaron si ningún asesor había advertido al Presidente que su gesto lo exponía gratuitamente a un mal momento (el propio Macri se abstuvo de ir a votar). A posteriori, alguien de su gabinete quiso convertir la necesidad en virtud y destacó “el coraje” de Milei. Tal vez se trató solo de imprevisión. Lo cierto es que el Presidente tuvo esa mañana su primera silbatina.
La caridad bien entendida
Desde Boca, Milei viajó a Bahía Blanca, ciudad que venía de ser arrasada por una tempestad conun saldo de muertos, heridos, desplazados y destrucción. El Presidente y su ministro de Defensa llegaron al lugar vestidos con camperas militares de camuflaje. Ante una auténtica situación de emergencia se esperaba la ayuda del Estado Nacional. No obstante, Milei llevó otro mensaje a los bahienses:“Sé que ustedes pueden salir adelante con los recursos existentes”. Una versión levemente modificada de su ya clásico “No hay plata”. Los bahienses no deben esperar recursos especiales.
A la luz de esas palabras, en las redes sociales se censuró que Milei decidiera donar a Ucrania dos helicópteros de la Fuerza Aérea, destinados hasta ahora a misiones de transporte, búsqueda y rescate y operaciones antárticas. “La caridad debe empezar por casa”, le reprochó un bloguero.
Así, la semana fue presentando al Presidente nuevos desafíos. Primero se reunió con todos los gobernadores de provincias y con el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma. Milei buscaba el acompañamiento de los mandatarios a las medidas ya anunciadas y programadas por su ministro de Economía, Luis Caputo, y a la catarata de reformas que se aprestaba a anunciar (pero que no adelantó a los gobernadores).
Obtuvo de la mayoría de sus visitantes palabras de comprensión, pero no necesariamente los respaldos que él buscaba.
Todos destacaron el gesto institucional del diálogo entre el Ejecutivo nacional y los ejecutivos locales en conjunto, pero no hubo coincidencias ni en el apoyo a un paquete de normas que los gobernadores aún desconocían, ni en la idea de reponer el impuesto a las ganancias a los trabajadores como vía para restituir a las provincias recursos perdidos. Veintidós gobernadores presentaron un proyecto de ley que dispone la coparticipación de un 70% del impuesto al cheque. Milei dijo que él no adoptaría esa solución.
El grupo más crítico fue, previsiblemente, el que con forman los gobernadores ligados a la Unión por la Patria.
Resumieron sus planteos en un comunicado. No todos los gobernadores peronistas acordaron ese texto: el tucumano Jaldo, el catamarqueño Jalil, junto al cordobesista Llaryora y al salteño Sáenz se mantienen más bien en una actitud de colaboración genérica y críticas punto por punto, tratando de centrar este capítulo en las necesidades de sus distritos.
Tratan de eludir dos riesgos: el de aparecer poniendo prematuros palos en la rueda a un gobierno que acaba de iniciarse después de cosechar una mayoría clara en el balotaje y el de ser empujados a una suerte de complicidad en las medidas más aventuradas que encara Milei.
Es en ese contexto que cobran mayor importancia los desafíos ulteriores que asumió el gobierno.
El miércoles tuvo que afrontar el reto de la movilización que organizaban el Polo Obrero y otros sectores de la izquierda. Patricia Bullrich copó el escenario en rol Dama de Hierro: dictó un protocolo antipiquetes de discutida legalidad, prometió que quienes lo incumplieran serían sancionados y perderían los subsidios que tuviesen y movilizó a cuatro fuerzas de seguridad nacionales para hacerlo obedecer.
El costo no fue reducido, pero en principio consiguió su propósito: la manifestación fue contenida y las calles no fueron cortadas más que esporádicamente. Las medidas de disuasión incluyeron requisas policiales en transportes y rutas: imágenes y métodos enojosos para buena parte de la opinión pública, incluyendo a muchos que se sienten molestos por la frecuencia de los piquetes.
Primer cacerolazo
En todo caso, el protocolo de la ministra de Seguridad se convertiría en papel mojado unas horas más tarde, cuando los piqueteros ya habían vuelto a sus barrios.
A partir de que el Presidente ocupó durante un cuarto de hora la cadena nacional y anunció su vastísimo proyecto de desregulación embutido en un decreto de necesidad y urgencia las calles fueron escenario de un espontáneo cacerolazo.
El primer cacerolazo de cuestionamiento al gobierno: abarcó desde centros del conurbano como Lomas de Zamora y Avellaneda hasta barrios de clase media porteños como Belgrano, Caballito, Palermo y Almagro y tuvo una significativa expresión callejera en varias esquinas y, sobre todo, en la Plaza del Congreso, que fue centro de una movilización. Las exteriorizaciones callejeras omitieron minuciosamente el cumplimiento del protocolo de Patricia Bullrich (y también la copia resumida que emitió el ministerio de Seguridad porteño): se cortaron calles y los colectivos debieron modificar sus recorridos. En algunos casos, los choferes hicieron sonar sus bocinas solidariamente. Ya no había cuatro fuerzas de seguridad en la ciudad de Buenos Aires (¿se podría acaso tenerlas en esas funciones todo el tiempo?). Las movilizaciones se reprodujeron en otros puntos del país: fueron muy numerosas en Rosario y en Ushuaia, y nutridas en Mar del Plata, Mendoza y Córdoba.
Así no
La legislación anunciada por Milei no sólo fue contestada en las calles, también fue ampliamente cuestionada por empinados juristas que la consideraron inconstitucional, criterio en el que coincidieron desde la CGT hasta líderes de lo que fue Juntos por el Cambio- como Miguel Pichetto, Nicolás Massot, Martín Lousteau y dirigentes independientes como Margarita Stolbizer. Se avecinan decenas de amparos sobre aspectos particulares del proyecto de Milei y recursos ante la Corte pidiendo que se la declare inconstitucional.
La CGT vaciló entre llamar a una movilización o convocar a un paro general. Milei empieza a perder la inmunidad.
No se está discutiendo frontalmente su idea desreguladora, que es compartida –en general, no siempre caso por caso- por buena parte de la opinión política. Lo que se cuestiona principalmente es el modo: la iniciativa de legislar al margen (y eventualmente contra) el control legislativo y la consulta social.
Un liderazgo a prueba
La elección le premió a Milei su intensidad para sostener la necesidad de reformas hondas en el sistema. Ahora se le empieza a exigir que compatibilice su liderazgo con las exigencias institucionales. Que lidere dentro del marco constitucional, no sobre sus márgenes. Y que no imponga al Congreso la opción de hierro de aprobar o desaprobar en su totalidad sus iniciativas (algo que impone el tratamiento de un DNU).
Desde fuerzas que no están en contra de la renovación que él propone (más bien al contrario) se le sugiere al gobierno que cambie el DNU por una serie de proyectos de ley, lo que seguramente permitiría aprobar, si no todas, muchas de las reformas y, sobre todo, les otorgaría a las normas una solidez y credibilidad mucho mayores que las que ofrece un decreto que puede ser barrido con la misma lógica con la que hoy se lo procura imponer.
Algo ha ido cambiando desde el triunfo electoral y parece haber evolucionado más esta semana. En una medición registrada días antes del último miércoles, la encuestadora Circuitos ya observaba que Milei “tiene un diferencial de imagen positiva de apenas 5 puntos, algo inusualmente bajo para un gobierno que lleva poco más de una semana. Ese número resulta al sumar las imágenes muy buenas (23) y buena (20) y restarles la mala (11) y muy mala (27)”. Y agregaba, midiendo la reacción a la devaluación y a las disposiciones económica tomadas por Luis Caputo: “Sólo el 41 por ciento de los encuestados se mostró de acuerdo con las medidas implementadas, dato que confirma el malestar entre sus propios votantes”.
Todavía no han llegado otros efectos que el cuerpo social deberá probar: los incrementos en las tarifas de la energía y en los transportes. La sociedad votó reforma. Ahora es el momento de analizar los detalles.
Ir “por todo” puede tener consecuencias desagradables. Otros y otras que lo intentaron antes chocaron y se desgastaron. Milei está empeñado en darle velocidad a su experiencia.
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