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Interés general 21 de febrero de 2016

Mil barcos hundidos sin tesoro cuentan la historia perdida de la Patagonia

En 2015, un grupo de arqueólogos marinos localizó 7 embarcaciones. Una de ellas es el Villarino, que trajo de Europa los restos de José de San Martín.

por Nerea González

Como “esqueletos” en la “escena del crimen”, así descansan en el fondo del mar más de un millar de barcos hundidos frente a las costas patagónicas, como el que trajo de Europa los restos de José de San Martín, prócer de la Independencia, o los que llevaban víveres a los colonos, sin tesoros, pero esperando a contar fragmentos de historia perdida.
Sobre tablas, clavos oxidados, cerámica y hasta pedazos de cuero encontrados en aguas cercanas al pueblo de Camarones, en la sureña provincia de Chubut, trabajan los arqueólogos marinos del Instituto Nacional de Arqueología y Pensamiento Latinoamericano, único equipo de su tipo adscripto a un organismo público en Argentina, que recientemente localizó 7 de estas embarcaciones sumergidas.
“Estudiar naufragios es una vía única para acceder a nuestra historia con un nivel de detalle que no tenemos. Es como llegar a la escena del crimen: hay relatos, pero hasta que no llegas a la escena no puedes sacar toda la información”, explicó a la agencia de noticias EFE Mónica Grosso, investigadora del Programa de Arqueología Subacuática (Proas) del instituto.
Solo de dos de las siete embarcaciones encontradas a lo largo de 2015 en esta zona se sabe el nombre: el chileno Flora (conocido como Potosí cuando navegaba para Alemania) y el Villarino, de la armada argentina.
El primero fue uno de los veleros más rápidos de su tiempo: con sus 5 mástiles y 110 metros de eslora, a finales del siglo XIX podía hacer en dos meses el viaje entre Gran Bretaña y Chile que a sus contemporáneos les llevaba tres.
El segundo fue testigo de la construcción de Argentina: encargado de trasladar el cadáver de San Martín desde Francia en su viaje inaugural (hacia 1880), pasó parte de su vida dedicado a una tarea menos vistosa pero igual de importante, la de unir los incipientes poblados de la Patagonia argentina en una época en la que apenas había presencia del Estado.
Estos dos fueron relocalizados para ser estudiados con los recursos del siglo XXI -filmados con cámaras “go-pro” o dibujados en el fondo del mar con hojas sintéticas especiales- gracias a los datos de hace décadas que pioneros del buceo en Argentina facilitaron a Proas.
El resto son nuevos hallazgos y, probablemente, “de muchos nunca sabremos el nombre”, apuntó a EFE Cristian Murray, codirector del proyecto junto a Grosso.
“En el siglo XIX, particularmente, y un poco antes, estas aguas estaban visitadas por embarcaciones europeas y de América del Norte, pero se conoce de un modo muy general”, indicó Grosso.
Se dedicaban a cazar ballenas, pingüinos o lobos marinos, apreciados por su grasa y cuero, pero también a obtener guano, el excremento de las aves marinas que se codiciaba como fertilizante.
Salvo por las Islas Malvinas, casi desde la provincia de Buenos Aires hasta Chile no había poblaciones a las que los barcos pudieran acercarse para hacer reparaciones o abastecerse.
“El resto de la Patagonia era una gran zona donde si te pasaba algún accidente tenías que esperar tener la suerte de que alguien te pudiera rescatar”, relató Rosso.
De la vida en estas embarcaciones apenas se sabe, aunque desde Proas reivindican la arqueología marina como patrimonio histórico común, más allá de la búsqueda del tesoro a la que se dedican muchas expediciones privadas.
En opinión de Grosso, “lo que mueve esos barcos es dinero que pone alguien y que quiere ganar dinero o tener su aventura y cotizar en bolsa”, por lo que “va a haber una prioridad por extraer ciertos objetos que sean atractivos, que se puedan comercializar, que puedan dar prensa”.
“¿Qué historia estamos contando? Al final estamos contando la historia del gran evento, del gran acontecimiento, y la historia de, por ejemplo, quiénes eran todas las tripulaciones de marinos que iban a bordo muy pocos países lo tienen trabajado”, recalcó Grosso.
“Las tripulaciones eran como poblaciones multiculturales. Películas como ‘Piratas del Caribe’ las caricaturiza pero de algún modo también resalta que eran personas muy particulares”, agregó.
Una semilla en una vasija a la que una empresa “cazatesoros” no daría importancia podría dar a los investigadores la pista para saber de qué se alimentaban los marineros de un barco hundido.
Para preservarlos, lo mejor es no sacarlos del agua y estudiarlos mientras permanecen como esqueletos, en perfecta sincronía con el fondo del mar.

EFE.