“Me gusta que un cuento tenga la experiencia de lo extraño”
En "Nuestro mundo muerto", Liliana Colanzi presenta personajes marginados, situaciones delirantes, giros fantásticos, oscuros pasajes donde la muerte se abre paso de formas extrañas.
“Nuestro mundo muerto“, el nuevo libro de la escritora boliviana Liliana Colanzi, se mueve entre lo fantástico, la ciencia ficción y lo mágico para configurar una serie de cuentos sobre la alienación, la superstición, las diversas formas de la muerte y los modos más extraños de habitar, visitar y abandonar el mundo.
Publicado por Eterna Cadencia, el libro presenta personajes marginados, situaciones delirantes, giros fantásticos, oscuros pasajes donde la muerte se abre paso de formas extrañas y donde el espacio exterior se impone sobre el ánimo de individuos cruzados por las tradiciones culturales, ceremonias ancestrales y la relación con la vida urbana.
Colanzi (Santa Cruz, Bolivia, 1981) reside en Ithaca, Nueva York, y enseña en la universidad de Cornell. Es autora del libro de cuentos “Vacaciones permanentes”. Obtuvo el Premio Internacional de Literatura Aura Estrada 2015. La escritora habló sobre su nuevo libro, traducido al inglés, francés e italiano.
– Más allá de lo paranormal, lo fantástico y lo mágico, los personajes llevan una marca que los diferencia del resto, un estigma que los acompaña en su vida cotidiana. ¿Lo extraño aparece ligado a los sentimientos humanos?
– Para mí lo extraño no sólo tiene que ver con fenómenos sobrenaturales sino con una disposición de ánimo, una manera de estar en el mundo y una forma de intervenir en el lenguaje. Me gusta que un cuento introduzca la experiencia de lo extraño, no sólo en lo que narra sino también en cómo lo narra. Un paranoico, un esquizofrénico o un religioso, por ejemplo, pueden leer miles de mensajes en lugares o situaciones que para otra persona no tienen significación alguna. La posibilidad de experimentar el mundo de otra manera es fascinante pero también aliena, y por eso algunos de los personajes del libro se sienten marcados.
– La memoria indígena, los ritos ancestrales, las tradiciones aparecen en tensión con los modos de la vida moderna. ¿Ese choque cultural es rico para tu producción literaria?
– No lo vivo como un choque cultural sino como la yuxtaposición de varias culturas, de modernidad y tradición: el pensador boliviano René Zavaleta llamó “lo abigarrado” a la convivencia de tiempos históricos distintos y de diferentes formas de producción que existe en Bolivia. Tenemos la medicina occidental pero también están los saberes de los curanderos, y aunque ambas prácticas parezcan excluirse mutuamente, hay muchas personas que hacen uso de ambas. Así ocurre también con el catolicismo, que está atravesado por creencias indígenas, y con casi cada aspecto de la cultura. En mis cuentos está la tensión entre estas diferentes formas de ver el mundo: en “Alfredito”, por ejemplo, la madre de la niña considera las historias de la nana indígena son superstición, pero la niña se cría escuchándolas y forman parte de su imaginario, aunque quizás cuando crezca vaya a renegar de ellas.
– El espacio, la galaxia, lo extraterrestre tiene un lugar importante en el libro, un vínculo entre lo íntimo y espacial. ¿Esa atracción tiene un origen determinado?
– Crecí leyendo las revistas Muy Interesante y Conozca Más y escuchando a familiares que me hablaban de abducciones extraterrestres, reencarnaciones, colaboración entre los incas y los alienígenas y teorías conspiratorias diversas. Una de las primeras películas que recuerdo es “2001: Odisea del espacio”, que vi a los cinco o seis años una noche que me quedé a dormir en la cama de mis padres, y aunque no entendí casi nada, me impactó muchísimo la imagen del niño estrella flotando en el espacio. Hay, también, un componente melancólico en mi fijación con el espacio, porque creo que en 50 años viajar fuera de la Tierra no será tan difícil como ahora, y siento perderme esa maravilla.
– De Horacio Quiroga a Alberto Laiseca, se nota cierta sintonía con la tradición del cuento extraño. ¿Cómo es tu relación con la literatura argentina?
– ¡Intensa! Desde una autora infantil que me obsesionó de niña, como Elsa Bornemann y sus “Queridos monstruos”, a Fogwill, que me sacó en su momento de la parálisis creativa, o a Sara Gallardo, que me deslumbró con “Eisejuaz”, le debo mucho a la literatura argentina y a su costado delirante. Hay en la literatura que se hace aquí una manera distorsionada de acercarse a la realidad que es muy liberadora.