Max Gufler, el austríaco que emuló la leyenda de Barbazul
A mitad del siglo pasado, Maximilian Gufler se convirtió en Barbazul, aquel personaje de cuento que mataba a sus esposas y ocultaba su secreto en una habitación de su casa. Un episodio que aún conmueve la historia de Austria.
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Por Fernando del Rio
Barbazul era aquel potentado hombre que, a fuerza de tesoros y posesiones, convencía a las mujeres a que se casaran con él. Sus esposas llegaban tan rápido a sus dominios como desaparecían y nadie se aventuraba a sospechar de él porque tenía anticipada y socialmente ganado el beneficio de la duda. Hasta que una última esposa, hija de una vecina, sucumbió a la tentación de revisar un cuarto de la gran casa en un viaje de Barbazul. Al abrir la puerta, desobedeciendo la orden que le había dado su esposo, la joven encontró los cadáveres de todas las mujeres que, como ella, habían caído en la miel de las nupcias y el amor conyugal. La justicia le llegó al asesino múltiple desde el filo de las espadas de los hermanos de la joven esposa, quienes acudieron en su ayuda en el instante mismo en que iba a transformare en una nueva víctima.
Aquel cuento de Charles Perrault le dio forma a un personaje siniestro que tendría sus réplicas en la vida real, aunque ninguna como la que recreó Maximilian Gufler durante algunos años de la mitad del siglo pasado en Austria. El pequeño de 1,64 metros no tenía castillos, ni tesoros, ni aspecto llamativo como el que podía prodigarle una barba de color azul. Lo que sí tenía era una codicia y un amor por la sangre que lo habrían de llevar a apropiarse de las vidas ya no de sus esposas, sino de aquellas mujeres a las que seducía para, ilusas, llegar a serlo alguna vez.
La audacia de Gufler y su propia sobrestimación acabaron por mandarlo a la cárcel en la Austria de post-guerra, cuando el país se reconstruía de las garras de los totalitarismos más modernos. Fue una carta, el exceso de impunidad y la falta total de frenos o inhibidores lo que lo pusieron en evidencia ante las autoridades de Saint Pölten y una tarde de octubre de 1958 lo atraparon en su departamento con la certeza de que estaban ante el asesino de María Robas, una mujer cuyo cuerpo había aparecido más de un mes atrás flotando en el Danubio. Sin embargo, terminaron por comprobar que el simpático viajante de una marca de lavarropas era un despiadado asesino serial, que contactaba mujeres solas, les ofrecía una vida juntos y luego las mataba para quedarse con sus ahorros.
Max Gufler.
Un hombre, una historia
Gufler era un hijo ilegítimo de María Gufler y Georg Hackenbuchner, dos jóvenes habitantes del tirol austríaco. En medio de un paisaje de ensueño, con alpes nevados y arroyos de cauce cadencioso, el pequeño poblado de Run recibió en octubre de 1910 a un niño al que se lo miraba de reojo. Allí, en cercanías de Innsbruck, creció Maximilian, aunque todo el mundo lo llamó Max. Era menudo y, a juzgar por la estatura de su madre, no iba a ganar mucha altura en su crecimiento. Acaso fue por esa mirada de reojo que decidieron mudarse a Merano, más allá de esos picos que Max veía como inalcanzables.
Como suele ocurrir con frecuencia en los psicópatas, un evento traumático fijó en su mente el embrión de un trastorno. Cuando aún no era un adolescente recibió un golpe con una piedra y empezó a tener conductas violentas, a pelearse y a perderle el miedo a las reprimendas. También en Merano se aficionó a robar y cuando llegó a la edad de 22 años, edad justa para que lo reclutara el servicio militar italiano, regresó a Austria. Corría el año 1933 y buscó en el Tirol escapar no solo del reclutamiento sino también de algunas cuentas pendientes con la Justicia.
Aquella presunción de que no crecería demasiado se hizo realidad y apenas había llegado al 1.64 metros de altura, pero pese a eso tenía una gran autoestima y se creía un conquistador.
Sin constancia recorrió varios trabajos, desde jardinero hasta guardia de seguridad, pasando por una barbería y operario de una fábrica. Fueron unos pocos meses y antes de cumplir 24 años, Max conoció a la viuda de un funcionario y con ella tendría un hijo en 1935. Para una persona de tanta inestabilidad, permanecer casi diez años en condición de “familia” resultó una proeza, pero en 1946 regresó a Merano, Italia, donde lo hicieron cumplir 2 meses de prisión por los robos y lo enviaron a prestar tareas militares como peluquero en un hospital. Hastiado de esa vida, un año más tarde regresó a Austria y se afincó en la región de Saint Pölten.
Los avisos clasificados
Transcurridos un par de años desde su trabajo de peluquero advirtió una realidad y vio en ella una ocasión para ganar dinero: había muchas mujeres solas por la post guerra o simplemente divorciadas que se estaban haciendo mayores y muchas de ellas eran adineradas. Decidió entonces, a comienzos de los ’50, ya con 40 años, publicar avisos en los que se ofrecía para conocer mujeres. Aseguraba ser atlético, no beber ni fumar, y poseedor de una charla interesante. El medio elegido para publicar fue la Nueva Noticiero Ilustrado o “Neue Illustrierte Wochenschau”, una revista que circulaba con notable llegada a las clases altas. La firma en todos esos avisos era “Glücksfahrt”, que traducida significa “Viaje afortunado”. Y así empezó a conocer a las incautas mujeres de su vida.
Cambio la barbería por la venta de libros e insistió en la estrategia de los avisos matrimoniales con una visión más comercial que conyugal. Así fue como conoció a Auguste Lindebner, una mujer de 47 años que era dueña de un quiosco de revistas en la estación de trenes de Schwaz en Tirol. Su “charmed”, su aire de hombre serio y, en especial, su afición por una vida sana produjo un efecto de encantamiento en Lindebner, algo también potenciado por su estado de divorcio y soledad. Gufler se mostraba como un concubino en armonía, pero en la intimidad ni siquiera apostaba por las relaciones sexuales. Lindebner fue hallada muerta en el piso de su quiosco el 16 de abril de 1952 y el informe médico se centró en una aparente (y evidente) muerte natural.
Unos pocos días antes de esa muerte, solo tres, Gufler había verificado que uno de sus anuncios tenía respuesta de una mujer llamada Herta Junn. Se trataba de una viuda de 37 años residente también en Saint Pölten, cuyo padre tenía un kiosco de tabaco en el que trabajaba toda la familia. Gufler se contactó e inició una relación y también se acopló a las tareas en ese negocio, pero, a espaldas de sus nuevos parientes, le agregó un rubro: la pornografía. Por esos tiempos las imágenes pornográficas tenían una gran demanda aunque su inconveniencia era que se las consideraba ilegales. Detalle menor que Gufler prefería asumir como un riesgo dentro de un negocio rentable.
Max Gufler comenzó a vender esas fotografías hasta que fue descubierto y terminó apresado al igual que su suegro y la propia Herta. Necesariamente, por razones más que obvias, Gufler y Herta se mudaron en ese año 1955 hasta un departamento en Kupferbrunnstrasse, otro sector de Saint Pölten, donde convivieron en medio de algunos vaivenes económicos. Gufler, no obstante, había ya conseguido trabajo como representante de una firma de lavadoras y aspiradoras, y le habían entregado un vehículo para sus viajes: era un DKW color verde.
El icónico DKW verde de Gufler.
El diminuto y en apariencia bonachón viajante continuó con su afición a publicar avisos matrimoniales y tuvo aventuras con varias mujeres. Herta parecía desconocer esa doble vida y además tenía prohibido ingresar a una de las habitaciones, una especie de ático al que solo podía acceder Gufler. El fantasma de Barbazul rondaba aquel edificio de Kupferbrunnstrasse y nadie lo sabía. “Siempre se quitaba los zapatos y se acercaba sigilosamente a sí mismo, cuando llegaba tarde a casa. Estaba muy pensativo. Pensar que he estado viviendo bajo el mismo techo que este criminal durante tanto tiempo. Era un caballero extraordinario en sus modales y en todos los tratos”, dijo la dueña del departamento alquilado a Gufler.
Nada parecía perturbar la vida de Gufler hasta que en la tarde del 31 de octubre de 1958 el agente Brunntaler llegó hasta su departamento y le pidió si lo acompañaba a la comisaría. Ambos se conocían, por lo cual Gufler aceptó ir en la moto del policía. Al arribar a la estación le explicaron una historia que primero negó pero que luego, ante la prueba que le exhibían terminó por aceptar.
La carta misteriosa
Seis días antes de la detención de Gufler, el 25 de octubre de 1958 el ex marido de una mujer llamada María Robas recibió en su casa una carta en la que se le anoticiaba de un accidente en, Alemania, con fatal resultado. El remitente era “Dr. Eberharter, de Munich”, quien le decía que su ex esposa había muerto en un choque en Colonia. Al cabo de algunas averiguaciones con resultado negativo, el exmarido de Robas decidió denunciar la desaparición y en el estado de Carintia, a algunos kilómetros al sur, la Gendarmería relacionó el caso con aquel cadáver que había sido hallado flotando en el río Danubio el 22 de septiembre. En pocas horas se confirmó que ese cuerpo pertenecía a María Robas, de manera que las autoridades se abocaron a investigar las últimas apariciones con vida de la mujer. Así los gendarmes lograron llegar hasta una carnicería de la localidad de Nötsch.
El 15 de septiembre, una semana antes de su muerte, Robas se había presentado en esa carnicería para retirar 24 mil chelines que le adeudaba el dueño del local. En aquel tiempo se estilaba financiar a algunos comercios a cambio de una pequeña rentabilidad. Los policías determinaron que el carnicero le reintegró ese día una parte y faltaba un resto que lo iba a hacer en uno de los días siguientes. Robas estaba obteniendo todo el efectivo posible y algunos vecinos de su departamento la vieron llevarse gran cantidad de ropa, joyas y enseres domésticos. La acompañaba un hombre en un DKW verde.
Un par de días más tarde un hombre se apareció en la carnicería de Nötsch a cerrar definitivamente la cuenta de Robas, con la excusa de que ella estaba enferma. Y entonces el carnicero aceptó, pero le pidió alguna documentación o algo que certificara el pago. Y el hombre dio los papeles de matriculación de su coche, un DKW verde con matrícula N° 153.098.
Cuando la policía investigó a quién pertenecía el DKW descubrió el nombre de Maximilian Gufler. Solo 6 días después de la denuncia del ex marido de Robas, el pequeño Gufler fue subido a una motocicleta, llevado a la estación de policías y expuesto a la prueba contundente. Un juez permitió allanar su departamento, allí donde vivía aún con Herta Junn y los policías decidieron ingresar a esa habitación prohibida, que en verdad era una especie de ático. El asombro fue absoluto: no solo allí estaban los objetos que María Robas había sacado de su hogar, sino también otros 3.500 como lavadoras, abrigos, piezas de joyería, dentaduras postizas, bebidas alcohólicas y botellas de Somnifen, un potente somnífero de aquellos años. Se creyó entonces que además de asesino era un fetichista.
Detectives revisan el ático de Gufler.
Todo pudo explicarse entonces y Gufler pasó a ser sospechoso de 18 asesinatos de mujeres que había conocido por medio de avisos periodísticos. Se explicó que antes de Robas, Gufler se había relacionado con Josefine Kamleiter, una mujer de 45 años que en verdad usaba el apellido Weilguny de su marido muerto en la segunda guerra mundial. Era una viuda a la que le encantaba cocinar, pero no estaba bien de salud y encontró en ese aviso clasificado una posibilidad de atenuar su soledad. Que Gufler la había envuelto con intenciones de una vida juntos y ella había decidido usar sus ahorros de 10 mil chelines austríacos para abrir una tienda juntos en Bad Vöslau. Tal había sido la simulación de Gufler que aceptó ser presentado ante las hermanas de la mujer como su futuro esposo. No solo eso, el 3 de junio habían visitado una iglesia en Mariazell y brindado dentro del mismo DKW. La vista era perfecta: allí estaba el Danubio. Horas después el cuerpo sin vida de Josefine Kamleiter había sido hallado flotando.
Pudo explicarse en la investigación que sedaba a sus víctimas con somnifen al hacerlas beber en señal de unión y luego las arrojaba al río.
Pudo explicarse que entre el crimen de Robas y su detención mató a Juliana Nass, de 50 años, quien también fue rescatada en el Danubio el 15 de octubre de 1958. Lo que nunca pudo explicarse es por qué envió esa carta al exmarido de Robas que acabaría por desenmascararlo.
Antes de llegar a juicio las autoridades sospecharon que tenían prueba para atribuirle los asesinatos de la kiosquera Lindebner, quien había sido su pareja, y también de Theresa Wesely , Juliana Emsenhuber y Josephine Dangl. Sin embargo, en el debate celebrado entre abril y mayo de 1961 los jueces fueron a lo seguro y le aplicaron la pena de prisión perpetua por aquellos crímenes en los que la prueba fuera irrefutable: el de María Robas, el de Juliana Nass, el de Josefine Kamleiter y el de una prostituta llamada Milie Meystrzik en el barrio rojo de Viena en 1952. A esta mujer fue a la única a la que Gufler no envenenó.
Austria conmocionada por su primer asesino en serie se enteró, en 1966, que un cáncer de estómago lo mató en la cárcel de Stein. En su celda aún resonaba aquella frase que dijo en el juicio pero que nadie le creyó: “¡Probablemente soy un fraude, pero no asesiné!”.
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