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Cultura 26 de diciembre de 2016

Mauro De Angelis: “La poesía es el corazón del arte”

Al influjo del aura bohemia de los talleres de Daniel Boggio, nacieron muchos escritores de gran trascendencia nacional. Desde ese pequeño reducto vernáculo, Mar del Plata ofreció al país un importante cúmulo de criaturas de la narrativa. Mauro De Angelis tardó en nacer, es quizá uno de los últimos ejemplares en romper el cascarón. Lo hizo de la mejor manera, un libro de cuentos llamado "Vía crucis" producto de la más pura tradición literaria boggiana, marplatense y argentina.

Por Dante Galdona

-Si bien la tradición argentina es principalmente cuentística (Quiroga, Borges, Cortázar por sólo nombrar algunos), hoy en día parece ser que la novela es la reina. Prácticamente, a nivel comercial, no existe otra cosa. ¿Por qué un libro de cuentos para presentarte?

-La razón es simple: escribo cuentos. No escribí, hasta ahora, una novela, aunque tengo dos que cada tanto retomo por un tiempo y vuelvo a dejar en suspenso. Pero mi ingreso en la literatura y, sobre todo, mi gusto personal de lectura siempre se relacionó principalmente con el cuento y con esa tradición que mencionás, además de otros autores nacionales y extranjeros, claro. En cuanto al reinado de la novela, es verdad a nivel comercial. A nivel artístico, que es el importante, adhiero a esta frase de Abelardo Castillo: “Los novelistas y los editores creen que una novela es más importante que un cuento. No les creas. Sólo es más larga.”

-Perteneciste a los míticos talleres literarios de Daniel Boggio, de hecho le dedicás uno de tus cuentos, algunos los llegó a leer. Teniendo en cuenta las exigencias que tenía, ¿qué te queda de esa experiencia?

-Ir a los talleres de Daniel fue una de las experiencias más importantes de mi vida. Definió mi destino como escritor. Empecé a los 17 años y, con algunas intermitencias, permanecí hasta los 30. A todos sus alumnos (puedo nombrar a Fernando Del Rio, a Jorge Chiesa, Ignacia Sansi, Mercedes Alvarez, Miguel Hoyuelos, entre tantos otros) creo que nos transmitió la idea de tomar en serio la escritura, de ser rigurosos en la corrección y tratar de escribir con profundidad. Daniel era un excelente lector y tenía una inteligencia brillante. Ver trabajar esa inteligencia fue una revelación. Nunca me divertí tanto, además.

-¿Cuál es la dimensión de la importancia de un taller literario en un escritor?¿Qué influencia tuvo Daniel como docente y como persona en la formación del Mauro de Angelis escritor, el que al fin desembocó en Vía Crucis?

-No puedo hablar por los demás. En mi caso, su influencia fue inconmensurable. Durante mucho tiempo, en forma inconsciente, escribí para lograr su aprobación. Con los años, superé esa etapa. Hoy pienso que lo principal para un escritor es aprender a juzgar su material con distancia, reconocer sus aciertos y errores, como si leyera el texto de otro. Hay que intentar esa separación. No caer en la autocomplacencia. No es fácil.

-La editorial donde publicás el libro es marplatense y se preocupa por los autores locales, ¿Cómo es publicar desde Mar del Plata, asumiendo que las grandes distribuidoras son reacias a publicar noveles y sobre todo si no están metidos en el mundillo literario de capital?

-Apenas consideré que tenía un libro de cuentos que se podía publicar, lo mandé a Letra Sudaca. Me parece una muy buena editorial, con un excelente catálogo. Por otra parte, conocí a los editores; me cayeron bien. No pensé en ningún momento mandar el libro a Capital Federal o a editoriales más grandes o de renombre.

-El libro empieza con una cita de un poema de Joseph Brodsky, ¿cómo llegaste a esa cita, teniendo en cuenta ese artificial abismo que hay entre poesía y narrativa? ¿Qué opinás de esta distinción entre narrativa y poesía?

-Llegué a Brodsky como a muchos autores, de pura suerte, comprando uno de sus libros en la feria del libro. Me pareció excelente. De chico, empecé escribiendo poesía. Poesía espantosa y sentimental, como es inevitable. Después llegué a la narrativa. Me considero básicamente un narrador, un tipo que cuenta una historia lo mejor que puede, pero me gusta y me conmueve la poesía; para mí es el corazón de la literatura y del arte en general. Me gusta la prosa que está trabajada con el rigor y el espíritu de la poesía. No la prosa poética, que es otra cosa y no me interesa demasiado. Sigo escribiendo poesía. Tengo un libro llamado Tierra Leve, que ganó el Premio Soriano de Poesía 2011, pero que nunca fue editado por la Municipalidad. No había presupuesto. Parece que disponían esos fondos para tapar baches.

-¿Debería existir más promoción de los escritores de acá? ¿Más incentivos? ¿Ayuda comercial y económica de parte del Estado para editoriales como Letra Sudaca?

-Igualmente no me gusta cuando el Estado se entromete demasiado en temas culturales. La mayoría de las veces termina en corrupción y clientelismo, en personajes que cobran fortunas para hacer lo mismo que hubieran hecho por la mitad de plata. Creo que el Estado debería ocuparse de que la gente tenga trabajo con sueldos dignos; que debería garantizar seguridad, un buen servicio de salud y educación, con oportunidades reales para todos. Después, una vez cubiertas esas prioridades, el que quiera se va a poder comprar un libro o ver una película sin sufrir, como ahora, con los precios. No creo que se deba sustentar actividades privadas como una editorial, que no deja de ser una empresa, atada por decisión propia a los vaivenes del mercado. Además, ¿por qué ayudar a una editorial y no a un tipo que tiene un taller o que fabrica tallarines en la casa?

-Tus cuentos se insertan en la más pura tradición del género. “Vía crucis” es técnicamente lo más puro que se le puede pedir a un cuento si tenemos en cuenta las teorías del género. ¿Cuánto hay de decisión profesional, cuánto de azar, cuánto de oficio inconsciente en tu narrativa?

-Quisiera creer que todo nace del oficio, de una lenta labor consciente, que las decisiones fundamentales de un texto están basadas en el conocimiento y la reflexión. Pero todo el que escribe sabe que en el proceso intervienen fuerzas desconocidas. Nuestro pasado, nuestros pensamientos más oscuros y también los más luminosos, nuestras lealtades y miserias, todo aparece de alguna manera en los textos.
Intento controlar los detalles; soy obsesivo en la corrección. Pero cuando escribo, en un primer momento, trato de dejar que el cuerpo escriba, que la mano se libere. Después, sí, me pongo a corregir con intensidad. No hay que dudar en sacar, cambiar, tirar a la basura. No hay que enamorarse de las frases. Hay que ser implacable. Tener un detector de mierda, como decía Hemingway.

-También hay un cuento que es un perfecto ejemplar del policial norteamericano y esa búsqueda casi obsesiva del crimen perfecto que tienen (Una tormenta para Dillinger). ¿Es algún homenaje?

-No fue pensado como un homenaje, la verdad. Pero siempre me gustó el policial inglés y el norteamericano, las dos escuelas. Me gustan Ross MacDonald, Chesterton, los cuentos de la Serie Negra. Lo del “crimen perfecto” surgió en plena escritura, ya finalizando el cuento, aunque supongo que esa idea siempre estuvo en mi cabeza. Es uno de mis cuentos preferidos y disfruté mucho su escritura. El apellido del personaje lo saqué de una película de Woody Allen.

-El cuento del Pardo Ayala también parece ser un homenaje, más bien un contrahomenaje, a las historias de los guapos del 900. Ironías, como en el cuento del enano. Para caer en la carcajada, pero fuera de una atmósfera de humor, sin chiste, sin retruécano, más bien el absurdo. ¿El humor se coló por la ventana, o siempre estuvo ahí, desde la hoja en blanco?

-El humor me sale naturalmente. Está dentro de mi forma de ver la realidad. De soportarla, mejor dicho. Boggio siempre decía que el humor debía contrabandear otras lecturas, sentido, si no se transforma en el chiste del tipo que pisa la banana y se cae.

-Los cuentos de “Vía crucis” son todos realistas, salvo “El otro cuarto”. ¿Ya casi no tiene lugar el género fantástico, como lo supieron cultivar con maestría tantos de nuestros cuentistas?

-Está el cuento “El otro cuarto”, que podría leerse como literatura fantástica. Cuando empecé a escribir, me dedicaba bastante al cuento fantástico, de estructura clásica, con final sorprendente. Después, me dejó de interesar por resultarme bastante mecanizado. Le perdí el gusto. Es un género que me gusta más leer que escribir.

-¿Qué les hace falta a los narradores marplatenses, o a los escritores marplatenses en general? ¿Existe una literatura marplatense?

-Ni idea de qué les falta a los otros. A mí, tiempo y dinero. En cuanto a la literatura marplatense, diría que hay escritores y poetas que escriben en esta ciudad, pero me cuesta pensar en características propias que diferenciarían nuestros textos de los de escritores de Santa Clara o Cañuelas.

– Alguna novela para más adelante, más cuentos, qué estás preparando.

-Estoy trabajando un texto relativamente largo. Me da vergüenza decir nouvelle. Estoy buscando formas un poco alejadas del cuento tradicional, experimentando otros acercamientos. Igual, sigo escribiendo cuentos y algún que otro poema.



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