Una historia protagonizada por seres femeninos, las Siniguales, es el planteo del nuevo libro de María Rosa Lojo. En la frontera de la literatura para chicos, la novela salió publicada primero en idioma gallego. El tejido, los rótulos y el contenido mítico.
Por Gabriela Urrutibehety
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“Historia de las Siniguales y el único Sinigual” es el último trabajo de María Rosa Lojo en colaboración con su hija Leonor Beuter. Un ejemplar diferente de la poco difundida especie de “álbumes ilustrados no destinados específicamente a niños, objetos de arte que pudiesen ser disfrutados por todas las edades”.
Un libro que trata de unos particulares seres femeninos para los que la costura toma una dimensión especial de creación. “Aunque mi abuela intentó enseñarme a coser, fracasé en la empresa estrepitosamente. Pero aprendí a escribir, que es otra forma de tejido, y, muy tardíamente, intento recompensarle su esfuerzo”, sostiene la autora en diálogo con LA CAPITAL.
– Iba a preguntar por qué un libro “para chicos” pero me parece que la pregunta es ¿cómo te llevás con las calificaciones literarias (libros para chicos, para adolescentes, y ya que estamos, novela histórica, novela para mujeres, etc, etc, etc)?
-En realidad este no es un libro solo para chicos, a menos que –con Michel Tournier—consideremos la literatura infantil como aquella que también los niños pueden leer. Fue una creación espontánea, sin pensar en un público determinado. Es verdad que el texto-imagen evoca un plano mítico-mágico que suele aparecer en los relatos infantiles, pero no por ello está pre-dirigido a ellos exclusivamente.
En cuanto a las clasificaciones, no les creo. O no las obedezco. Los libros que me interesan las exceden o las rompen. Supongo que son cómodas para orientarse en el océano de la letra impresa, para vender libros, o para que la crítica elabore teorías sobre los géneros, pero realmente cada obra original siempre se escapa de las etiquetas, las moldea o las transgrede a su manera.
Una de las más tramposas consiste en atar los libros a un solo tipo de público, como si estuviera prohibido para otros. Quizá por eso, la primera vez que se editó, en gallego, la editorial Galaxia lo ubicó, con excelente criterio, en el anti-rubro y con la anti-etiqueta de “Libros singulares y fuera de colección”.
– Libro sobre mujeres, escrito por una mujer e ilustrado por otra que además tienen un vínculo madre/ hija: ¿cómo se gesta un libro en el cruce de esas coordenadas?
– No es solo sobre mujeres. O mejor dicho, sobre “lo femenino” (ya que las Siniguales son seres femeninos, pero no humanas). El libro tiene también un protagonista masculino: el importantísimo Sinigual. Lo que ocurre es que en este caso (contradiciendo lo que ocurre con la especie humana), el universal no es masculino.
El Sinigual es quien marca la “diferencia”, aunque no por eso (como ha ocurrido en el sistema patriarcal humano con las mujeres) es un sujeto subordinado o subalterno. Ninguno de los géneros está aquí subordinado al otro, ni vinculado por el placer sexual o por la reproducción. En ese sentido, es un orden extraño, distante de los vínculos de poder y de las tipificaciones a las que estamos acostumbrados.
Dicho esto, añadiré que tampoco hubo un vínculo de orden jerárquico entre madre/hija, o texto/imagen. La primera idea surgió de mi hija. Ella fabricó unas mini esculturas muy parecidas a los muñequitos Quitapenas para hacerme un regalo de cumpleaños.
Pero no le salieron en serie, sino distintas entre sí, aunque parecían pertenecer a la misma especie… Decidió que había algo particular y autónomo en esas criaturas y que merecían su propio mundo narrativo. Ella me convenció para que se lo construyera.
Y después de idas y vueltas y de algunas postergaciones, ese relato empezó a surgir, y se entreveró con las imágenes fotográficas en los escenarios especiales que ella iba montando. Ahí empezó un diálogo intenso, un ida y vuelta entre imagen y texto que se provocaban y estimulaban mutuamente conservando siempre su juego propio, su libertad creativa.
– Hay un fuerte sabor mítico en el relato. ¿Por qué rescatar el universo tradicional, incluyendo la tradicional actividad de costurera?
– Es cierto lo del fuerte sabor mítico. Pero las Siniguales, ni brujas ni hadas, ni humanas ni insectos, son incomparables y generan aquí su mito propio. No repiten una tradición, aunque tengan un dejo y un eco poético de muchas tradiciones, y quizás especialmente de la celta, tan ligada al imaginario de Galicia.
En cuanto a la escritura, el texto tiene otra particularidad. No solo dialoga con el mito, sino con el formato de los libros científicos, y los parodia. Describe a las Siniguales como se describe a los ejemplares de una especie, tal como se ve en muchos de sus títulos internos. Pero por supuesto, fracasa como texto científico porque no puede definirlas; mezcla escandalosamente los elementos biológicos con las materias que componen las mini-esculturas; hipotetiza sobre sus costumbres y sus objetivos.
Y triunfa, espero, como texto poético. Lo de la costura es una reivindicación de la actividad femenina y un homenaje a las antepasadas, implícitas en las letras de los títulos, que imitan el punto cruz (y que mi hija tomó de un bastidor real de principios del siglo XX, que era de mi abuela Julia). La reproducción es trabajada como genuina creación. Producir otra Sinigual es una libre y consciente tarea de la comunidad, no un automatismo genético.
Es una obra de arte o de “ingeniería textil”, un trabajo de diseño delicado y cuidadoso, la realización de un proyecto, de un sueño creador. Aunque mi abuela intentó enseñarme a coser, fracasé en la empresa estrepitosamente. Pero aprendí a escribir, que es otra forma de tejido, y, muy tardíamente, intento recompensarle su esfuerzo.
– ¿Se publicó primero en gallego? ¿Por qué?
– Porque Galaxia (grupo editorial emblemático de la cultura gallega) fue la única que creyó en las posibilidades del libro y yo tenía la suerte de conocerlos por mis actividades en las redes culturales de la comunidad. Mi novela Finisterre ya había sido traducida a la lengua gallega, publicada en 2006 por Galaxia y presentada en Santiago de Compostela.
Cuando Víctor Freixanes (un magnífico escritor que era entonces director de la editorial) supo del proyecto, pensó en editar este libro también. En esa decisión creo que influyó mucho su mujer: Malós Cabrera Iglesias, muy interesada en la problemática feminista, y también gran contribuidora a la tarea de Galaxia, en todos los sentidos.
Malós era una activa promotora de la publicación de álbumes ilustrados no destinados específicamente a niños. Objetos de arte que pudiesen ser disfrutados por todas las edades. Por otro lado, la obra también funcionaba como exponente de la cultura y de la historia de Galicia. No solo por ciertas resonancias ancestrales (la tradición de las meigas o hechiceras, muy poderosa en la cultura popular gallega y reciclada por la literatura).
También porque su protagonista humana es una nena llamada Isolina, que rescata una barca con Siniguales, encallada en los acantilados de Fisterra (el cabo de Fisterra, donde en la Antigüedad se suponía que terminaba el mundo). Ella quiere quedárselas, pero las Siniguales, que son aventureras y no domésticas ni domesticables, aunque puedan vivir durante años en los costureros, o escondidas en lugares insospechados dentro de las casas, se le escapan y huyen en su barca.
Isolina emigra, tiene una vida viajera, conoce el mundo, y, ya vieja, vive en una casa de las afueras de Buenos Aires. No ha olvidado a las Siniguales, aunque, como es una persona mayor y racional, no puede confiar a nadie el deseo de volver a verlas una vez más. Y tampoco sabe que todas conviven en la misma casa, ocultas las unas para las otras y sin reconocerse mutuamente.