María Inés Bedia: “No somos fieles a los hechos sino a la historia que contamos”
La crujía editorial acaba de publicar "No destruya las señales", una autoficción de la abogada y escritora María Inés Bedia en la que el amor por todo lo que hace está presente. En esta entrevista habló con LA CAPITAL sobre su obra pero también dejó algunos sagaces conceptos sobre el presente político del país y de su amado Boca Juniors. Su hija, su pareja, el fanatismo por el fútbol, su trabajo como abogada de Abuelas en su lucha por la restitución de los nietos, su familia de origen, todo condensado en una historia imposible de olvidar.
Por Dante Galdona
Una historia autobiográfica siempre es motivo para contar la vida en general, pinta tu historia y pintarás la historia univeral, podría decirse, actualizando la frase y así explicar este boom de la literatura del yo. María Inés Bedia entiende que cualquier historia puede ser literaria y que la clave está en el lector. Así transcurre esta dulce historia de una profesional que, a pesar de los lugares pesados que le propuso la vida, nunca perdió la alegría, el humor y la pulsión de vida.
-Hay una especie de boom de la literatura de autoficción. ¿Cuáles son los criterios, a tu entender, para que una historia personal se convierta en literatura?
-Pienso que la clave está en el modo de leer. Cualquier historia puede convertirse en literatura si la narramos usando los distintos recursos literarios que existen para lograr que un texto sea verosímil, esto es, que los lectores crean en el mundo que les estamos mostrando. Eso pasa tanto en una ficción como en una autoficción. Piglia dice que “Quizás la mayor enseñanza de Borges sea la certeza de que la ficción no depende sólo de quien la construye sino de quien la lee”. En una autoficción la particularidad es que lo que se narra proviene del territorio de la experiencia y de la memoria, entonces los lectores leen el texto en esa clave: saben que lo que están leyendo se corresponde con las vivencias del escritor, al menos en gran parte. Esto después lo pueden comprobar en alguna entrevista que le hagan al autor o a la autora, o en la propia biografía del escritor si es muy conocido. Pero la clave está en el modo de leer. Philippe Lejeune llama a esto “el pacto autobiográfico”, que consiste en un pacto entre lector y escritor acerca de que lo que se está contando proviene de la experiencia. Pienso que este boom de la literatura de autoficción de la que hablas, tiene que ver con un crecimiento de este modo de leer y también con una pulsión por escribir a partir de la memoria. Después, como siempre dice Mauricio Kartun, escribir no es un don, hay que desterrar el mito del escritor iluminado, para escribir es necesario que haya un deseo y disponibilidad para hacerle lugar a ese deseo, si partimos desde ahí se puede contar cualquier historia.
-¿Cuánta mentira y cuánta verdad forman este libro?
-La verdad que está en juego en este tipo de relatos es la verdad mítica. Creo que es un concepto que viene de María Moreno, que ella usa para hacer mención a una verdad que no se corresponde con los hechos tal cual sucedieron, porque es imposible que la memoria registre todo tal cual ocurrió, la propia memoria es arbitraria, recordamos algo que quizá si le preguntamos a alguien más que haya sido testigo de esa vivencia, lo recuerda de otro modo. Entonces, esta verdad que narramos ya tiene un nivel de elaboración ficcional. No somos fieles a los hechos sino a la historia que contamos, o como dice Piglia: la fidelidad es la del lenguaje. Al narrar ponemos en juego todos los recursos literarios que nos permiten maniobrar la historia y lograr que el texto sea verosímil. Mi maestro y amigo Juan Diego Incardona siempre nos enseña que “un escritor nunca pierde la posibilidad de mentir”. Más allá de que lo que aparece en No destruya las señales tiene que ver con mi propia experiencia, parto de recuerdos que no son verdaderos ni falsos, son míticos, lo que me interesaba contar son los hechos, no tanto cómo ocurrieron, sino cómo los viví y cuáles fueron las marcas que dejaron en mí. Hay algo de esas experiencias que son intransmisibles, pero que el lenguaje nos permite reconstruir a través de las palabras. No vamos a volver a vivir lo que pasó, pero a través del lenguaje podemos acercarnos.
-¿Qué significan Boca y el fútbol en tu vida?
-Boca Juniors fue el primer amor en mi vida. Con Boca descubro lo que significa amar. De chica ya era muy fanática, Boca determinaba completamente mi estado de ánimo, si Boca ganaba estaba contenta, si perdía era más hincha que nunca, pero estaba triste y ese lunes faltaba a la escuela. Igual a cuando descubrís el primer amor, que todo tiene que ver con ese sentimiento y se puede pasar de la euforia a la tristeza en cuestión de minutos. El primer recuerdo que tengo relacionado al fútbol es a mi abuelo paterno hablando de Maradona, Dieguito le decía. Mi abuelo era de Independiente y yo escuchaba los partidos en la radio con él. Se sentaba en la puerta de su casa y yo daba vueltas por ahí, me trepaba a un tapial y caminaba haciendo equilibrio, corría, juntaba flores y le decoraba su camisa, todo eso entre relatos de goles y pelotas que se perdían por arriba del travesaño. Sus ídolos eran Maradona y Bochini, y bueno, entre ellos elegí a Maradona y me hice fanática. Lo amaba a Diego, hoy lo extraño todos los días. Maradona y Boca para mí son lo mismo, son el pueblo y el carnaval. A mi papá no le gustaba el fútbol, pero después de mucha insistencia logré que me llevara por primera vez a la cancha y coincidió con el día de mi cumpleaños número dieciséis, con el último partido de Maradona y con el traspaso de la camiseta número 10 de Diego a Román. A partir de ahí me enamoré para siempre de Riquelme, mi máximo ídolo, el líder dentro y fuera de la cancha y el mejor ser humano vivo. Todo esto con objetividad. El fútbol para mí son los domingos en la Bombonera, es la previa con mis amigos, las calles de la Boca todas pintadas de azul y oro. También es sufrir, siempre, a lo Boca.
-¿Cómo analizás el presente político de Boca?
-El presente político de Boca es lo que me mantiene con esperanzas en relación con una actualidad política a nivel nacional preocupante y compleja. Creo que si Román gana las elecciones, como espero y milito para que eso pase, podemos encontrar ahí un dique de contención, como ese meme que circula estos días donde aparece de un lado Argentina, del otro está el agua que simboliza la democracia como la conocemos hasta ahora y Riquelme es el muro que contiene esas aguas. Con el fallo que revocó la medida cautelar y permitió que haya elecciones el domingo (por hoy) se abre un panorama alentador por varios motivos. En primer lugar, porque se les permite a los socios votar, que es un derecho inherente al hecho de ser socio, tal como indica el fallo. Y por otro lado, creo que si todo sale como espero, esto es, que la lista que preside Riquelme gane las elecciones, se va a poder continuar con una gestión que va más allá de los logros futbolísticos, que los hubo, ¡y muchos!, sino que piensa en el club como un Club Atlético, como un club en el que el fútbol no es la única disciplina. Un club que incluye al resto de los deportes invisibilizados durante veinticinco años de macrismo y, por sobre todas las cosas, un club que es de los socios, y no de las Sociedades Anónimas como pretende el macrismo. Un club que le pertenece, como dice Román, a todos los hinchas de Boca. Esos dos modelos se votan. Ojalá seamos muchos los que vayamos a votar y la elección sea una fiesta.
-¿Tu papá fue el primer traductor del Manifiesto Comunista? ¿Cómo analizás en términos históricos ese hecho?
-Como decía antes, la verdad que está narrada parte de lo mítico. Esto es, la narradora cuenta que la agrupación en la que militaba su padre fue la primera en traducir el Manifiesto Comunista en la Argentina. Ahora, yo autora, puedo contar que recuerdo ser chica y escuchar a mi papá contándome que había sido el primero en traducirlo, y que había estudiado alemán para leer a Marx y a Hegel sin traducción, pero a esta altura tengo mezclado qué fue lo que realmente pasó y qué es lo que yo recuerdo, qué fue lo que me contó mi papá y qué es lo que mi memoria quizá distorsiona. Porque lo que me importaba era narrar lo que a mí me deja esa experiencia, ese recuerdo de ser una niña y escuchar a un papá que por momentos se parecía a Superman y en otros parecía que le costaba mucho levantarse cada día. Él durante los ´60 militaba en una agrupación que se llamaba Baluarte y sé que tradujeron el Manifiesto Comunista, el que hacían llegar a los militantes forrado con las tapas de la Biblia, para camuflarlo. No sé si fueron los primeros traductores, pero una escritora nunca pierde la posibilidad de mentir una verdad.
-¿Guardás la carta del Che? ¿Qué dice? ¿Por qué su entorno militante tomó así la respuesta de no ir a Bolivia?
-Jamás vi esa carta. Mi papá me contó muchas veces sobre ella. Sé que convocaba a Baluarte a sumarse a las filas para luchar junto al Che en Bolivia. Lo que mi papá me explicaba tenía que ver con principios propios del marxismo: la existencia o no de las condiciones objetivas y las correlaciones de fuerzas. Lo que cuenta el libro tiene que ver con un padre que más allá de su militancia, su rol era el de un intelectual que dedicó toda una vida a estudiar el marxismo. Es la mirada de la narradora adulta la que se sumerge en los recuerdos de su infancia y de su adolescencia, la mirada de esa hija que intenta narrar a un padre con tantos pliegues.
-En lo personal, ¿cuánto marca la depresión de un padre la vida de un hijo?
-Esta pregunta se relaciona con el título del libro. La narradora va a atravesar una serie de duelos que la van a marcar, y mientras avanza en su recorrido no va a encontrar señales que le digan para dónde y cómo seguir. Por eso, un cartel en la ruta va a aparecer en un determinado momento de su vida, como si fuera una especie de faro, que guía pero que también confunde, a decirle que no hay que destruir las señales. La depresión de su padre va a funcionar como desvío, no como caída, y ese nuevo camino que se abre va a estar lleno de señales que no aparecen en los carteles, sino que tienen que ver con las cosas cotidianas: las frases de su hija, las de su pareja, los libros que lee; ella tiene que interpretar esas señales y ver para dónde seguir, sin una guía clara, pero con la única certeza de que a las señales no hay que destruirlas.
-Tu trabajo con las Abuelas, ¿cómo creés que se va a configurar en la etapa de Milei?
-Hace ya ocho años que no trabajo con las Abuelas, más allá de que sigan siendo, de algún modo, mi familia, mis amigues. Yo creo que el presente político es muy complejo y preocupante, pero también tengo la certeza de que ellas, las Abuelas, han sabido sobreponerse a las adversidades y delitos más atroces, como la desaparición de sus hijos y la apropiación de sus nietos. Y la manera en la que lo hicieron fue juntándose, no dejándose caer, porque había un motivo muy valioso por el cual había que seguir luchando: encontrar a sus nietos y restituirles su identidad. Faltan muchos jóvenes por encontrar, creo que serán años muy difíciles, pero confío en que podremos seguir adelante porque tenemos el ejemplo de las Abuelas.
-En términos políticos ¿qué expectativas tenés para este período?
-Un poco lo que dije antes, espero que más allá del contexto difícil que estamos atravesando a nivel país, no retrocedamos en las conquistas obtenidas durante estos cuarenta años de democracia. Espero también que como sociedad podamos ayudar a quienes la están pasando peor y que salgamos a la calle cada vez que sea necesario, como tuvimos que hacer aquella vez contra el fallo del 2×1 que intentaba dejar en libertad a los genocidas en un claro intento de retroceso en el proceso de Memoria, Verdad y Justicia.
-Es muy sorprendente la forma en que llegás a comparar los Pitufos con los desaparecidos. ¿Cómo llegaste ahí?
-Creo que eso es parte del humor con el que se cuenta esta historia. Tiene que ver con el camino que encuentra la protagonista para seguir adelante pese a los temas complejos con los que trabaja y que forman parte de su propia vida, ya que tiene un tío desaparecido durante la última dictadura cívico militar. Hay una frase que me gusta mucho decir cada vez que se hace un chiste en el medio de un contexto trágico, con la idea de poder atravesarlo de la mejor manera posible, y es: el que no tiene humor que no nazca. Ja. En esa escena que mencionás, la protagonista viene de una jornada de trabajo en la que estuvo en contacto directo con una de las partes más duras de su trabajo, exhumar los restos de los familiares de los desaparecidos, para lograr encontrar a los nietos. Su hija le propone ver una película y ella se predispone a hacerlo, pero no puede escaparle del todo al día, será su hija quien la ayude a desmalezarse.
-La maternidad ocupa casi todo el libro, ¿qué hubieras escrito si no fueras madre?
-Creo que no es la maternidad la que se narra en el libro, sino el universo de la narradora, que es madre, como también es hincha de Boca, abogada, militante de DDHH, novia y también es sobrina de un desaparecido e hija de un padre marxista y una madre que le va a mostrar el costado más luminoso de la vida. Si no fuera madre hablaría sobre Boca y las Abuelas, los DDHH y un padre marxista o sobre Román.
-Hay una relación muy linda entre tu pareja y tu hija, ¿cómo se logra?
-Habría que preguntarles a la enana y a Juan. Él seguramente diga que es puro mérito de ella, porque es una “niña trampa” que siempre hace que pensemos que todo es fácil, pero en verdad es ella la que lo vuelve fácil. Ella seguramente diga alguna frase ingeniosa que yo voy a anotar y guardar entre mis notas para algún otro posible libro.