Marguerite Yourcenar, la certeza de sí misma
La aparición de Opus Nigrum coincide con el Mayo Francés, un movimiento de crítica al que la autora adhirió en su vida. Perfil de una mujer itinerante, disconforme y peregrina, que había nacido en Bruselas en 1903.
Marguerite Yourcenar.
por Eduardo Balestena
Dos fechas centrales en la vida y figura de Marguerite Yourcenar se cruzan en estos días: el cincuenta aniversario de la publicación de Opus Nigrum, que coincidió con los violentos sucesos de mayo de 1968 en París, y el ciento quince aniversario de su nacimiento, el 8 de junio de 1903.
En mayo de 1968 se produce una rebelión contra el autoritarismo, la sociedad de consumo, la política colonial y surge de algún modo una nueva subjetividad que Marguerite Yourcenar encarnaba y que Opus Nigrum de alguna manera simbolizaba.
De origen aristocrático, la imagen que dejó en quienes la conocieron es indeleble. Una de sus alumnas de Saint Lawrence College la recordaba en esa poderosa presencia, hecha de distancia y delicadeza al mismo tiempo, que la hacía conducirse “como si las puertas fueran a abrirse a su paso”, en esa especie de cortés frialdad, la de alguien que nunca perteneció del todo al ámbito académico, pero que sin embargo supo explorar y alimentar la inteligencia de aquellas alumnas a quienes trataba como a personas adultas, inteligentes y críticas, alumnas que tanto contribuyó a formar. Con algunas siguió manteniendo una correspondencia que llevaba con todos quienes le escribían y enviaban manuscritos.
En un retrato de gran belleza y exactitud la escritora Dominique Rolin, que la sucedió en su sitial en la Academia Real de Bélgica, la recordaba en el momento de la recepción en su honor hecha por la editorial Gallimard, con motivo del premio Femina, que le fue concedido por Opus Nigrum. Marguerite Yourcenar no se mantenía en el centro de la escena como una estrella, sino apartada, como si todo aquello perturbara el hilo de sus pensamientos, erguida en su estatura, los profundos ojos azules como ocultos por sus cejas, sencilla en el atuendo, dando esa imagen de un orgullo que la había mantenido aun en los momentos más difíciles, cuando comenzaba su auto exilio en Estados Unidos, uno que la mantuvo, que la ayudó a persistir, a ser inquebrantable. Ese orgullo, observaba Dominique Rolin, esa conciencia de sí, era lo que precisamente la había sostenido, su actitud central ante la vida.
La mujer que persistió en su libertad y en su consagración a la literatura lo hizo precisamente por ser muy consciente de lo que era.
Entre dos mundos
Zenón, el personaje de Opus Nigrum, vive entre el mundo del Renacimiento y el de la Edad Media, sin reconocer a ninguno como suyo, extranjero en todas partes, itinerante, sólo le queda refugiarse en sí mismo, en su pensamiento y transitar lo mejor posible un mundo en el cual no encuentra un lugar propio.
Como Memorias de Adriano, Opus Nigrum se originaba en un anterior proyecto que retomó, su origen es el relato A la manera de Durero, al que volvió en 1962, para concluirlo en 1965, un espacio de tiempo mucho mayor del que le llevó Memorias de Adriano y que es indicador de cuánto de sus reflexiones más profundas colocó el Zenón, ese personaje con quien conviviría durante años, como ella, itinerante, disconforme en todos los lugares y eterno peregrino de sí mismo.
Marguerite Yourcenar pudo concebirlo por haber logrado, ella sí, una subjetividad propia, la que fue construyendo con su escritura y su vida pero, más que nada, con esa certeza de sí misma de la que nunca dudó y a la que su vida dio cauce.
Para los sucesos de mayo, ella y su compañera Grace Frick ya encarnaban y simbolizaban muchos de los valores que alimentaban aquella rebelión: vivían juntas en la sociedad pueblerina de Mount Desert, Maine; en plena lucha por los derechos civiles de las personas de color recibían a sus amistades de color en su casa, cuando las personas de ascendencia afroamericana sólo iban a las otras a hacer trabajos. Llevaban una vida de renunciamiento a los bienes materiales, sin un cuidado por su indumentaria, dedicadas a los proyectos literarios de Marguerite y a sus viajes. Grace, literalmente, le dedicó la vida: la apoyó, tradujo sus libros, los pasó a máquina, los leía apenas escritos, a lo largo de una convivencia que no siempre fue fácil.
Como Zenón, vivían entre dos mundos: el de una sensibilidad plasmada en la obra y en la vida, la producción y la traducción, y el mundo en el cual debían imponer esa sensibilidad.
Opus Nigrum señala la fórmula alquímica de la separación y disolución de la materia, pero su sentido se invierte y representa una de las obras mayores de alguien que renunció a la materia, que fue fiel a lo más profundo de sí misma, que lo compartió con Grace Frick desde 1937 en que se conocieron hasta la muerte de Grace en 1979 y que supo encarnar valores que entonces eran de avanzada y por los que se luchaba en las barricadas de París.
Marguerite Yourcenar siempre podrá erguirse en su presencia y decirle al mundo algo que valdrá la pena escuchar.
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