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Cultura 6 de agosto de 2024

Marco Polo y su estatua invisible

A setecientos años de la muerte del aventurero Marco Polo, un recorrido a vista directa por la Venecia que lo vio nacer y por una muestra que en su honor se ofreció en el Palacio Ducal despiertan algunas reflexiones sobre historia y actualidad en el cronista.

Por Claudio Siracusano

Meses atrás me había entusiasmado al enterarme de que en Venecia se conmemorarían los setecientos años de la muerte del gran viajero veneciano, mi admirado Marco Polo. La muestra I mondi di Marco Polo se exhibiría en el Palacio Ducal de Venecia de abril a septiembre de 2024, y aproveché mi visita a mi hija, en julio, para cruzarme a Venecia. Pero mi entusiasmo inicial se volvió estupor, porque al llegar a la muestra la encontré sin público. Vaya tiempos que corren, que apenas a unos pocos nos interesa un personaje tan singularísimo. Y más tarde descubrí que la casa natal de otro ilustre veneciano, Giacomo Casanova -calle delle Muneghe 2993-, ¡está siendo ahora increíblemente explotada como un bed and breakfast!

Lamentablemente fui por un solo día a Venecia, así que sólo pude compensar esos disgustos almorzando los diversos crostini de Baccalà Mantecatto en la mítica Cantine del Vino già Schiavi, en pleno Zattere, allí donde los venecianos vencieron a Carlomán cuando fue a tomar posesión de Italia y atacó Venecia. Esas balsas, las “zattere”, fueron letales frente a las galeras de Carlomán en aguas tan poco profundas. Pero eso fue después de visitar la muestra.

La primera etapa de I mondi… nos introduce en lo que primero fue la casa de mi notable inspirador, devenida Teatro Malibran, y a continuación nos sumerge en un mundo de mapas y planisferios derivados del relato poliano, exhibido en diferentes versiones editoriales medievales. Tejidos, especias, porcelanas e innumerables obras de arte nos tiran un baldazo de fascinación sobre la verdadera dimensión de los viajes de Marco Polo. Alejado de aquellos aspectos legendarios por los que es universalmente conocido -o, más bien, poco conocido-, el mítico Marco Polo emerge no empobrecido, sino más bien enriquecido: lo humano-histórico se superpuso al relato hiperbólico.

Cuenta el cronista Giovanni Ramusio, en su inverificable Epístola a Gerolamo Fracastoro, que en un día no especificado de 1295, Matteo, Nicolò y Marco Polo regresaron a Venecia después de más de tres décadas de ausencia, la mayor parte vividas en China, y nada menos que bajo la protección de Kublai Khan, sobrino de Genghis, señor de todos los mongoles, primer emperador de la dinastía chino-mongol Yuan. Vestidos con ropas tristes y hechas de paños gruesos, a la manera de los tártaros, habiendo casi olvidado la lengua veneciana, los tres se presentaron a sus familiares, quienes los recibieron con recelo. Para ganarse su confianza organizaron un banquete. Cuando llegó el momento de presentarse a la mesa, los tres salieron del salón vestidos de finos rasos, para posteriormente quitarse esa vestimenta y repartirla entre los criados. Luego de comer repitieron la escena con ropa nueva, y otra vez se despojaron de ella y las distribuyeron entre la servidumbre. Y lo mejor estaba por venir: fueron a sus aposentos y volvieron con viejas túnicas; pero, al deshacer sus dobladillos, los invitados pudieron apreciar con asombro que en el interior de esas prendas se escondían rubíes, zafiros, carbones, diamantes y esmeraldas.

El viaje de los Polo ha estado siempre rodeado de misterio. Y así como cuentan que el médico y astrónomo Pietro d’Abano llegó a Venecia desde París para obtener de Polo información sobre la visibilidad de la estrella polar y de un cometa en los cielos al sur de la línea ecuatorial, y sobre las características de la isla de Sumatra, por otro lado, Frances Wood, la orientalista del Museo Británico, negó la autenticidad del viaje -para ella, los Polo no habrían ido más allá de Persia-. Por cierto, la escéptica hipótesis de Wood fue refutada por un tal Vogel, basándose en documentos de la administración Yuan, cuyos datos coinciden con las anotaciones del Le devisement du monde (i.d. Il Milione) sobre la economía china del momento; fuentes indirectas, porque en ningún documento chino entre finales del siglo XIII y a principios del siglo XIV aparece el nombre de Polo.

De hecho, sin el testimonio del libro, el viaje no existe; pero, después de haber garantizado su existencia, el libro quedó absorbido por la sombra de la difusa figura del viajero que, con el tiempo, y particularmente en el siglo XX, emprendió por su cuenta una auténtica carrera pop como lo demuestran novelas, películas, series, videojuegos y 135.000.000 de resultados de consulta en Google.

Nuevos productos, como telas y especias, se volvieron atractivos para los comerciantes occidentales, y los Polo no fueron de los más lentos en aprovechar esa oportunidad, como lo manifiesta el indemostrable texto de Ramusio. En 1260, Matteo y Nicolò, tío y padre de Marco respectivamente, abandonaron Venecia para llegar a la corte del emperador mongol Kublai Khan, quien, curioso por conocer Occidente, nombró a estos comerciantes sus embajadores.

Pero el año 1261 fue un annus horribilis para Venecia, la Serenissima: los griegos reconquistaron Constantinopla, poniendo fin al Imperio Latino de Oriente, y con el Tratado del Ninfeo atribuyeron el monopolio de las rutas del Levante a los genoveses; desapareció así el marco institucional producido por la cuarta Cruzada, gracias a la cual Venecia había adquirido el control monopólico de las rutas entre el Adriático, el Bósforo y el Mar Negro. Su único momento de cohesión estuvo dado precisamente por su ubicación estratégica a lo largo de las rutas del Levante. Estos espacios garantizaron a los comerciantes infraestructuras materiales y apoyo legal, lo que permitió que sus entrepreneurs se expresaran con toda su fuerza, con inversiones de alto riesgo -y alto rendimiento- que trajeron una enorme riqueza a Venecia. La capital se convirtió en el lugar de intermediación obligatoria de todos los bienes desde el Levante hacia Europa occidental.

En 1266, el tornaviaje de Mateo y Nicolás fue en realidad una misión diplomática por encargo del Khan, que quería obtener del Papa cien hombres de fuerte fe cristiana y el aceite original de la lámpara del Santo Sepulcro en Jerusalén. Embajadores de los mongoles y comerciantes de ellos mismos, los Polo afrontaron así un viaje afortunado. El pontífice, entretanto, había muerto y, al no poder entregarle la carta del Khan, después de haber esperado en vano la elección del nuevo Papa, decidieron regresar a Venecia, donde los esperaba un joven: Marco.

Los frailes dominicos que ofreció el Papado para acompañar a los Polo quedaron aterrados por las tensiones en el reino de Cilicia, y abandonaron la delegación. Tan pronto como arribaron a la corte del Khan, Marco Polo se ganó el favor del emperador, quien lo convirtió en su embajador de confianza. El veneciano correspondió trabajando con dedicación en la administración mongola, haciéndose apreciar por su inteligencia, lealtad y sabiduría. Y también informando escrupulosamente al Khan acerca de innumerables detalles de los lugares que había atravesado. Marco Polo se movía con suma soltura en un mundo tan lejano, curioso por todo, dispuesto a liberarse de prejuicios e ideas que no tenían fundamento en lo que observaba. En su papel de embajador y comerciante, viajó por el vasto imperio mongol, entrando en contacto con gentes, costumbres y lenguas extranjeras.

En El Devisement du Monde, la diversidad humana, derivada de la tolerancia mongólica, se manifiesta en la descripción de las diversas religiones, desde los nestorianos y jacobitas, pasando por los idólatras, y culminando con los budistas y taoístas. No omite Marco Polo el culto al buey y la vida de las prostitutas sagradas; el brahmanismo y ascetismo de los yoguis y el chamanismo indochino. A la religión mongola la define de manera incierta, de la cual enfatiza más el carácter monoteísta que la dimensión chamánica.

A pesar de hablar fluido el idioma tártaro y varias lenguas asiáticas, además de manejar cuatro formas de escritura, nuestro viajero universal nunca aprendió el chino, que le hubiera permitido acceder a los clásicos de una cultura tan rica. Serían los oscurantistas jesuitas, más de tres siglos después, quienes llenarían este vacío.

Y tal fue la fama del gran Marco Polo y el crédito que le asignó el Khan que para los chinos, aún hoy, él representa un héroe que, a despecho de la indiferencia de sus actuales compatriotas, ha devenido símbolo y monumento. Un monumento que los chinos buscan en vano en la Venecia actual, porque simplemente no ha sido erigido nunca.