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Opinión 15 de marzo de 2016

Mar del Plata y la disminución de sus homicidios en 2016

por Fernando del Rio

Hernán Mansilla (28) fue asesinado la semana pasada por su primo de 17 años. Habían discutido por la venta de un automóvil Fiat Uno y el menor lo acribilló a balazos y luego lo embistió con el mismo vehículo. La violencia del crimen asombró a muchos casi al mismo nivel que causó incredulidad el dato cierto que reveló: hacía exactamente un mes que no había homicidios en Mar del Plata. El anterior había sido el 8 de febrero cuando Nélida Terenzano (76) había sido misteriosamente asesinada en el interior de una casa perteneciente al golf Los Acantilados. Alguien la golpeó y ahorcó.
Entre el 1° de Enero y el 15 de marzo de 2016 se cometieron 7 crímenes en Mar del Plata, ninguno de ellos derivado de un caso que se encuadra dentro de las estadísticas de “inseguridad”. A Lucas Matías Lima (18 ) lo mataron durante una pelea de fin de año. Los dos lúmpenes que lo atacaron –cuidacoches drogadictos de la zona de la Plaza Rocha fueron detenidos-, a Ricardo Lazarte (51) lo mató su suegro en una presunta reacción por defender a su hija de malostratos. A Jorge Osvaldo Cuelli (35) y a Irene Esteche (48) los asesinó el ex marido de la mujer al hallarlos desnudos en una cama. Y Víctor Ponce (28) murió atacado a tiros por el ex novio de su ex mujer.
Fueron siete asesinatos horrendos: un chico atacado en la calle, cinco víctimas de conflictos intrafamiliares y un misterio, el de Terenzano. Pero más allá de las características de cada uno –o del conjunto- la realidad es que existe una retracción en términos de homicidios en la ciudad.
Para el mismo período en 2015 se habían producido 21 asesinatos. Las víctimas fueron José Rizzo, José Carricaburu, Sergio Urra Zapata, Néstor César, Guillermo Tótaro, Mauricio Brika, Matías García, Ezequiel Barreiro, Antonio Acosta, Jonatan Escobar, Fernando Dominicis, Juan Manuel Rico, Miriam Flurim, Jorge Pacheco, Marìa Cristina Distéfano, Rodrigo Luna, Héctor Destéfano, Erica Monzón, Facundo Dieguez, Vicente Porcel y Adrián Segura.
Los números son incontrastables: 21 en 2015 y 7 en 2016. ¿Pero tienen algún significado? ¿Hay una fórmula que esté funcionando o es solo una racha estadísticamente positiva (qué mal suena esto con los apellidos de los 7 muertos titilando párrafos más arriba)?
Al terminar la jornada laboral en el diario suelo salir con mi motocicleta a la 1 de la madrugada. Entre mi trabajo y mi casa, en línea diagonal, se encuentra el barrio Centenario. Nunca temí pasar por allí. Especialmente después de marzo del año pasado, cuando se tomó la decisión de reforzar la presencia policial en las calles. Desde comienzos de año, ya no se ve a Prefectura, Policía Bonaerense y Policía local como antes. Apenas un par de móviles. Y el ejemplo del Centenario –una mención que por sí sola no estigmatiza- es válido: compañeros de trabajo que viven allí dicen que es necesario.
La estrategia que en el 2015 sirvió para bajar la tasa de homicidios tras el crimen del ayudante fiscal Arturo Canales (de marzo a agosto, luego volvió a la normalidad) no parece estar desplegada. Sin embargo, la diferencia es abismal entre los dos primeros trimestres. O casi.

La complejidad

Mar del Plata es una ciudad compleja y en esa complejidad entra el delito. Es compleja en sus extremos. Es una ciudad plagada de droga, pero no es una ciudad narco. Es una ciudad con cantidad de delincuentes “activos”, pero la tipología de sus asaltos no incluye golpes comandos, ni robo a bancos, ni toma de rehenes, etc. Es una ciudad con una elevada tasa de asesinatos, pero la mayoría de ellos no son en ocasión de robo.
A Mar del Plata la afecta de manera decisiva el fallido sistema penitenciario reformatorio que es una penitencia deformatoria. La proximidad de la cárcel de Batán significa una tentación para muchos convictos y ex convictos de radicarse. Los primeros son los que gozan de beneficios como salidas transitorias, libertad asistida. Los otros son los que agotaron sus penas y se quedan porque en el tiempo en que la cumplieron generaron lazos, ya sea por los beneficios antes mencionados o por otras razones. Y como el sistema deforma, el nivel de reincidencia es alto.
Ese panorama cultiva la actividad delictiva pero no por la sola presencia de la cárcel, que tranquilamente podría convivir con la ciudad, sino por el sistema y la falta de control.
Así en Mar del Plata están dadas las condiciones para que la tasa de homicidio sea la que es: alta en el móvil interpersonal. Una metrópoli con gran desigualdad, con un tercer anillo urbano precario y con escaso control de tenencia de armas, donde los conflictos se dirimen en muchos casos con violencia. De hecho, si se analiza el mapa de asesinatos sorprendería descubrir la mínima cantidad de casos en el micro y macrocentro.
La ciudad tiene una problemática desbordada en delitos menores (hurtos, robo automotor, escruche, pungueo), preocupante en situaciones graves (robo en casas de familia y comercios) y, desde la óptica de la inseguridad, moderada en su alta tasa de homicidios. Vale apuntar que en los últimos tiempos la creación de la fiscalía especializada en robos a casas de familia permitió bajar enormemente los hechos –y con ello la probabilidad de un homicidio durante un asalto- aunque el piso de esa estadística sigue siendo importante.
Los homicidios en ocasión de robo son menos habituales, lo que no excluye al siguiente, al que está por llegar y que llegará.
Entonces, aquella pregunta inicial no tiene respuesta. ¿Por qué en 2016 se produjo en el primer trimestre apenas una tercera parte de los asesinatos que en 2015? Tal vez pueda arriesgarse que se trata de esas secuencias que cada tanto regresan y, aunque sabemos que serán reemplazadas por otras más dolorosas, ilusionan con una ciudad mejor.