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Opinión 17 de enero de 2018

Magui Bravi: el feminismo, su cuerpo, la actriz

De chica lloraba por el maltrato de sus profesores de danza clásica. La televisión la catapultó como una de las mujeres más destacadas de la comedia musical argentina. Hoy, mientras piensa su imagen, apuesta fuerte al cine y al teatro.

por Agustín Marangoni

Duerme once horas, trabaja otras once. En los ratos libres, casi nunca, hace alguna nota o se escapa a la playa para correr olas con la tabla de surf. Dice que está aprendiendo y que si no usara un traje de neoprene los medios obtendrían la foto del verano. Lo dice y sonríe apurada. “Sin bikini, desparramada por las olas, porque soy malísima”, aclara con esa sonrisa apurada. Casi todo lo que hace Magui Bravi es noticia. Lo que hace y lo que no hace. La farándula le inventa relaciones, le busca cualquier dato para que ella tenga que exponerse a desdecir. Y ni hablar de sus fotos. Medios de todo el país están a la espera de que suba algo para tipear títulos pajeros del estilo Magui Bravi derritió Instagram con una serie hot. A los medios digitales les sirve porque son miles de visitas concretas. Mucho fan, mucho desubicado, mucho de muchos que quieren verla en el mejor momento de su cuerpo y de su carrera. Pero trata de salir de ahí. Ahora es tiempo de mostrarse actriz. Un poco y un poco. Dice.

Esta temporada Magui participa en tres obras. De martes a domingo, en doble función, suelta líneas de diálogo en Mi vecina favorita, la comedia que capitanea Lizzy Tagiani en el Teatro Lido. De miércoles a viernes, en la sala Piazzolla del Teatro Auditorium, se encarga de las coreografías de Bollywood, una industria sin estrellas, obra que dirige José María Muscari. Y de tanto en tanto vuela colgada de un arnés con Fuerza Bruta, que va todos los días menos los martes en el Centro Cultural Estación Terminal Sur. “La feliz me está dando mucha felicidad”, dice. Aunque reconoce que también siente una gran responsabilidad entre tantos desafíos.

Su carrera, a decir verdad, es un desafío. Consiguió éxito como bailarina, trascendió todos los públicos en sus incursiones televisivas, pero ella es consciente que el baile arrastra una fecha límite para vivirlo al máximo. Tiene apenas 29 años y un largo camino por delante, sin embargo la pregunta por lo que vendrá se le enciende a cada rato. Cada paso que da una artista requiere de astucia y planificación. Como cualquier trabajo.

– Vos sabés que hoy tenés un cuerpo atractivo, pero también sabés que el tiempo pasa. ¿Cuánto pensás en esa relación?

– Uf. Hace unos años me lo planteo y por eso en el último tiempo me acerqué más a la actuación. Quiero ser tanto actriz como bailarina. Siento que podés actuar toda la vida. Bailar no. Quiero que se me recuerde con la perfección que tengo hoy. No quiero el recuerdo de un cuerpo cansado y no tan atlético. Prefiero virar del todo hacia la actriz. La bailarina tiene fecha de vencimiento, al menos para mí. Tengo que expandir el abanico.

– Hablás de perfección. ¿Sos muy exigente?

– Mucho.

– ¿Con vos misma?

– Y con los demás. Tengo gente a cargo y no dejo pasar un detalle. Soy tremenda.

– ¿Tremenda o insoportable?

– Un poco de las dos cosas. Yo vengo del clásico y en el clásico se busca la perfección. La perfección no existe, pero sí existe la búsqueda de la perfección. Soy exigente y un poco delirante, pero así soy yo.

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Magui Bravi se inició en la danza clásica a los cinco años. Vivía con su familia en La Plata. Su madre quería que ella bailara clásico. Magui recuerda que a la segunda clase no quiso ir más. Pero su madre la obligó. No tuvo otra opción que acostumbrarse de a poco a trabajar el cuerpo bajo el rigor de los profesores.

– ¿Qué recordás como terrible de esa época?

– Los profesores de clásico siempre te marcan lo malo, nunca lo bueno. Aprendí, ahora que tengo voz para decirle a otro cómo tiene que trabajar, a decirle también lo que está haciendo bien. De lo contrario el corazoncito se va rompiendo. De verdad. Gracias a eso aprendí que para avanzar tenés que dar de los dos lados. Esa es la forma. Tuve muchos profesores excelentes que me dieron conocimientos técnicos muy valiosos, pero eran tan malos que me iba llorando a mi casa. Me angustiaba muchísimo. Me llevaron muy lejos, pero eran muy crueles. Si tuviera un hijo o una hija, lo pensaría dos veces antes de llevarlos a bailar clásico.

A su padre no le gustaba nada ver a su hijita llorando. Pero su madre ganó la pulseada. “Yo tenía cinco años. A esa edad uno no decide nada. Perdón, seguro me equivoco, pero lo siento así. Mi viejo quería que terminara el colegio. De adolescente, quería dejar todo e irme a Buenos Aires para integrar un ballet más grande. Viajaba mucho y sólo quería bailar. En ese momento mi papá me dijo que si me quebraba un pie, sin estudios, no iba a tener nada. Por suerte tuvo esa frialdad”, dice Magui.

A los diecinueve, en la búsqueda de nuevos horizontes, se alejó de la danza y comenzó a trabajar como azafata en una aerolínea. Fueron tres años, en paralelo con sus estudios como licenciada en filosofía. Eso sí: nunca dejó de entrenar. Ni de bailar. Amplió sus conocimientos en otros estilos y se mantuvo en forma. Su llegada a los medios masivos fue culpa de un amigo que le recomendó anotarse en un reality de baile. Ella al principio se negó. Después probó con el casting y la eligieron entre veinte mil postulantes. Dejó los aviones, la filosofía y su pareja de ese entonces para dedicarse, otra vez, de lleno a bailar. De ahí apareció la oportunidad con Tinelli, el rating, los fans y todo ese laboratorio popular que fue su gran catapulta al mundo del espectáculo.   

Magui reconoce que buscaba un reconocimiento. “Quería que todo el mundo viera lo que yo puedo hacer bailando”, confiesa. Lo logró, está claro. Y, era de esperar, junto con la imagen de la bailarina talentosa emergió la mujer que hacía hablar al país con sus curvas. Ella no se quedó atrás. La astucia, la estrategia, lo lógico en la calesita del show. Ahora que es una figura consolidada aparece la tarea de administrarse. Eso de un poco y un poco. El asunto es cómo. La mujer está en el centro de la discusión política y da la sensación de que va a seguir estando durante un buen tiempo. Ser una mujer tan mediática arrastra una responsabilidad.

– Profesionalmente, una artista de tu circuito está obligada a mantener en movimiento sus redes sociales. Cómo pensás, cómo diseñás, tu imagen en las redes. ¿Hasta dónde mostrás? ¿Cómo te pensás a vos misma?

– Es muy difícil. Las redes forman otra etiqueta. Yo sé qué foto va a conseguir muchos likes y qué foto se va a viralizar. Pero esas imágenes ya no me representan. Hace un tiempo que estoy haciendo cine, por ejemplo, y sé que mostrar el rodaje no me da la misma repercusión que una foto súper fit. Tengo que mechar todas estas facetas. Soy consciente que una foto de un backstage no garpa lo mismo que una foto en calzas. Obvio. Es dos más dos. Pero necesito equilibrar lo que hago. En Instagram tengo mucho público masculino y, de alguna manera, tengo que darles lo que ellos piden. Pero no al extremo. Ya no. Pero sí, tiene que tener un costado sexy. Es medio inevitable.

– Con respecto a las fotos y los videos de tu redes. ¿Cómo te llevás con el análisis feminista al momento de pensar una foto? ¿Cómo te llevás con la postura de alejar a la mujer de la cosificación?

– Creo que se está avanzando mucho en ese punto. La mujeres están hablando y diciendo cosas importantes, en todo el mundo. Y estamos metidos en una vorágine que dice que la mujer tiene los mismos derechos que el hombre. Sí tengo una contradicción en relación a mostrar el cuerpo. Creo que no tiene nada que ver con cosificar. Es mi cuerpo, tengo ganas de mostrarlo y es mi decisión. No creo que eso me cosifique. Sí puede ser que si te mostrás en bolas sólo quede eso y se pierda un poco la llegada de lo que hay detrás en esa mujer. No es sólo el cuerpo. También está todo lo que sabe hacer y todo lo que estudió. Por eso es la doble vía que hablábamos recién. Yo subo una foto donde se ve mi cuerpo y los comentarios van ahí. Pero eso no significa que yo sólo sea eso. Pero tampoco quiero dejar de mostrar mi cuerpo porque lo tengo, me gusta y el día de mañana no lo voy a tener. Es mi herramienta de trabajo. Yo bailo con mi cuerpo. Tenemos que avanzar un poco más. Todo este movimiento feminista nos va a ubicar mejor. Vamos a mejorar. Vamos a poder mostrarnos sin que eso signifique que somos sólo eso. O que nos estamos cosificando.

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Magui dice que la fama le trajo luces y sombras. Por un lado, concretó su sueño de que el gran público le destaque lo bien que baila. Pero también están los excesos del periodismo. “No es agradable que se metan en tu intimidad. A veces no alcanza sólo con bailar, pero bueno, entiendo que eso es el show y ese es el precio. Disfrutas, si podés, la parte buena”.

– ¿Mucha presión?

– Muchísima. Además, yo no era un personaje de los medios, no estaba acostumbrada. Ni mi familia ni nadie a mi alrededor. Con el tiempo aprendí a entender que el manejo fuera de las cámaras es distinto. Las cosas no son a título personal. Es muy loco.

– O sea… esa parte del espectáculo es puro teatro, pura espuma.

– No sé si todo. Pero algo de lo que me pasó a mí, sí. Yo lloraba en cámara y después venía el mismo que me bardeaba y me abrazaba. Pero bueno, ya pasó. Fue hace seis años.

– ¿Cómo te llevás hoy con la fama?

– No sé. No tengo idea. Me llevo bien. Me gusta que me acompañe la gente en el teatro, en las redes, en mi programa de viajes en Canal 9. Eso es lo más lindo que tiene la fama.

En abril compartirá el rodaje de la película Que en paz descanse, con el Puma Goity. Ese papel la tiene ilusionada e incluso le permite pensar más allá: le gustaría transformar su imagen y crear un personaje completamente distinto. Habla de raparse, subir diez kilos de peso, comprometerse al máximo.

– ¿Te la bancás?

– Me la re banco. Me da adrenalina. Quiero un desafío fuerte en cine.

Dice que los seis años de trabajo en teatro le están dando herramientas nuevas para seguir proyectándose. Que se siente segura para arriesgar. Debe ser verdad. Cuando habla de ella y de lo que viene, la sonrisa se le dibuja con luz propia.

* Esta entrevista fue realizada en el programa Maldita Radio (Mega 90.1 mhz – de lunes a viernes, de 15:30 a 18:00).



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