Macri no quiere plan B pero Brasil prepara el suyo
Por Jorge Raventos
El almuerzo y la foto que compartieron el viernes en La Plata la gobernadora María Eugenia Vidal y su colega salteño, el peronista Juan Manuel Urtubey, no tendría una relevancia singular si no fuera porque los nombres de ambos protagonistas – juntos- circulan con insistencia en análisis de sectores supuestamente infuyentes para el caso de que la experiencia Cambiemos termine atascada por las dificultades económicas y los crecientes conflictos internos de la coalición oficialista.
El esfuerzo de comunicación del gobierno destinado a empujar la realidad económica (inflación, recesión) a la periferia de la atención pública no consigue su objetivo. Salvo algunas noticias deportivas, la información que prevalece sigue siendo la que evoca los malos tiempos económicos. El INDEC proporcionó material esta semana con las cifras de la inflación: el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, asegura que ya ha empezado a descender; lo deduce de que en septiembre (con 6,5 por ciento de aumento de los precios minoristas y 16 por ciento de suba de mayoristas) alcanzó “un pico”, aunque admite que el de octubre será también un índice alto.
Por otra parte, si algún otro tema reemplaza a la economía, también se evoca la crisis: crímenes horrendos recuerdan la miseria social, la degradación y la inseguridad; la doctora Elisa Carrió y las asambleas organizadas por el radicalismo ponen en escena los tironeos, pujas de poder y riesgos de ruptura de la coalición oficialista.
Ante ese paisaje, y a pesar del optimismo profesional que cultiva el gobierno, cada día más exponentes del llamado “círculo rojo” consideran que es preciso inyectar energía y ampliar las bases de sustentación del proceso de transición que se inició con la derrota del kirchnerismo en 2015.
De allí que imaginen algún “plan B”, fórmulas alternativas para la elección de 2019. La más mencionada en esos ambientes es la que podrían conformar Vidal y Urtubey. Son conjeturas plausibles. Ella es la figura política con mejores puntajes en las encuestas de opinión y el salteño, la expresión más contemporizadora del peronismo alternativo.
Esas construcciones teóricas son apenas exploraciones para que una eventual gran tormenta política no deje la transición a la intemperie y sin programa de sustitución. Sin ese terremoto, su concreción es más que improbable.
Aunque es cierto que Vidal y su equipo tienen divergencias con el estilo y con muchas de las decisiones que se cocinan en la Casa Rosada, ni ella ni sus colaboradores imaginan actualmente un destino separado de las decisiones de Mauricio Macri
La historia muestra, sin embargo, que hay fenómenos que irrumpen de modo imprevisto y, si se quiere, imprevisible. Véase, si no, lo que muestra la realidad brasilera.
La irrupción de lo nuevo
“Ya tenemos la mano sobre la banda presidencial”, aseveró esta semana Jair Bolsonaro, el ex capitán del ejército brasilero que seguramente se consagrará en la segunda vuelta electoral del domingo 28 como sucesor de Michel Temer.
La situación política y económica de Brasil, y el cambio que sobrevendrá a partir de ese resultado, ejercerán naturalmente una influencia enorme sobre Argentina.
Cierto impresionismo periodístico, en especial el más cautivado por el pensamiento políticamente correcto, destaca con una mezcla de morbo y espanto los detalles más coloridos y extremos del discurso de Bolsonaro, reeditando así la reticencia y el sesgo que desde su triunfo mereció Donald Trump, otro outsider del sistema político.
La antipolítica
Si la equiparación con Trump emerge naturalmente, tiene probablemente más interés comparar el fenómeno Bolsonaro con el macrismo, ya que todo indica que -al menos durante cierto lapso- el brasilero y el argentino están llamados a trabajar en un espacio compartido.
El fenómeno Bolsonaro, como el que llevó a Macri a la presidencia, está en gran medida motorizado por la irritación de las clases medias urbanas ante los procesos de corrupción estatal, un vicio que ha debilitado a toda la llamada clase política pero que en Brasil fue identificado principalmente con las conducciones del PT, así como en Argentina se encarnó en el kirchnerismo.
Pero esa irritación no parece originada sólo en la corrupción, sino también en la ineficacia de la política para mejorar la economía y garantizar seguridad, orden y bienestar.
Macri expresó en la Argentina una versión liviana de la antipolítica; Bolsonaro llega con un mensaje mucho más fuerte en ese sentido. La acción de la Justicia (específicamente, la de un grupo de jueces con un programa de acción, cuyo eje es el magistrado federal de Curitiba, Sergio Moro) allanó el camino para el triunfo de Bolsonaro, al desarrollar la llamada Operación Lavajato, un proceso que afectó a todas las fuerzas políticas, creó condiciones para una nueva etapa de la vida empresarial al encarcelar a decenas de empresarios involucrados en actos de corrupción, y sacó del juego electoral al candidato hasta ese momento más respaldado, Lula Da Silva, el líder del trabalhismo.
En el caso argentino, la acción de la Justicia recién adquirió dinámica después de la asunción de Macri y particularmente en virtud de un hecho acaso aleatorio, como la aparición de la colección de cuadernos en que el chofer de un funcionario K registró meticulosamente, por motivos misteriosos, largas recorridos de recaudación de coimas tributadas al poder político por empresas beneficiadas por el gobierno K.
Más allá de sus respectivas singularidades no es difícil descubrir rasgos comunes en ambos procesos. Si bien el macrismo se ha esforzado por envolver su programa con un packaging progresista y ha rechazado que se lo caracterice como fuerza de derecha (un requerimiento de parte de su base urbana y del paladar de algunos de sus socios políticos) la fuerza de las cosas y la lógica de su posicionamiento lo empujan a ocupar ese lugar en la dudosa geometría política de esta época.
Cultura de género y mano dura
Por cierto, aquella retórica más o menos progre que cultiva una fracción del macrismo se diferencia del discurso áspero de los aliados de Bolsonaro y del mismo candidato en temas como los de la llamada “ideología del género” -que Bolsonaro repudia y, en cambio, el macrismo promueve desde el Estado- o el aborto, cuyo debate abrió el gobierno de Macri y respaldó una amplia legión de su propia fuerza política, mientras Bolsonaro ha convertido en bandera su ilegalidad.
Los parecidos se acentúan (siempre con un diferencial de continencia del lado macrista) en la cuestión de la seguridad. Patricia Bullrich, la ministra del ramo, es el punto más próximo del macrismo al énfasis que Bolsonaro pone en la lucha contra la delincuencia y el narco, así como a la defensa de las fuerzas del Estado. Dato de importancia: aunque otros exponentes de la coalición oficialista argentina recelan del tono y la propensión a la mano dura de la ministra, el propio Macri la sostiene y coincide con la línea que ella expresa en ese punto.
En Brasil, como entre nosotros, la inseguridad es uno de los puntos prioritarios para la opinión pública. Bolsonaro lo ha destacado. En la Argentina, pese a algunas reticencias internas del oficialismo, hay un consenso que excede a éste y que abarca a decisivos sectores del peronismo en el sentido de combatir con energía y conocimientos el desorden criminal.
Hubo quienes atribuyeron a Bolsonaro una línea económica inspirada por el antiguo nacionalismo sustituidor de importaciones. Se trataba de una mala información. El candidato ya adelantó quién ocupará el ministerio económico: se trata de Paulo Guedes, un hombre claramente inclinado a la apertura internacional y el achicamiento del gasto público. La presencia militar no es ajena a la elección de ese ministro, pero garantiza también un fortalecimiento de los roles estratégicos del Estado, sin excluir su presencia en sectores neurálgicos de la economía.
Este rumbo incluirá reformas en algunos rubros (por ejemplo, los atinentes a la vida laboral y al campo previsional) y se relativizará en otros (Bolsonaro promete mantener el subsidio a los alimentos populares consagrado por Lula Da Silva a través de la llamada bolsa familia).
Iglesia, campo y fuerzas armadas
A diferencia del macrismo, que ejerce la antipolítica con el respaldo de un partido histórico como la UCR y de su propia fuerza, construida en buena medida gracias a su inserción temprana en el rico aparato estatal porteño, Bolsonaro llega al gobierno de su país sobre la ruina de los partidos preexistentes y apoyado sobre tres ejes: las Fuerzas Armadas, las iglesias (en primer lugar las evangélicas) y el competitivo complejo agroindustrial.
En este tercer aspecto se notan claras coincidencias con el macrismo: el gobierno argentino decidió con claridad convertir al campo (el mayor proveedor de divisas, el sector más competitivo de la economía) en un asociado central.
En los otros casos la situación es más matizada. Las iglesias que allá son puntales del gobierno que viene, aquí toman cautelosa distancia del gobierno, al que cuestionan su posicionamiento cultural y en cuestiones de familia.
En cuanto a las Fuerzas Armadas y de seguridad, Macri se ha beneficiado sin duda de la polarización con el kirchnerismo, cuyas posturas tradicionales de hostilidad hacia las fuerzas empujan a estas a buscar alguna alternativa. Sin embargo, en esos sectores se considera que los tres años de gestión del macrismo no dieron satisfacción a las expectativas con la que la llamada familia militar ´votó a Cambiemos en 2015, ni en materia histórica (donde frente al relato K sólo notan tímidos progresos) ni en un fortalecimiento operativo de las fuerzas.
El caso brasilero parece ser muy diferente en este aspecto. Las Fuerzaas Armadas (junto a la Policía Federal, los bomberos y las iglesias) son las instituciones más confiables para los brasileños según una encuesta de Ibope. Y esas Fuerzas Armadas han sostenido y proyectado la candidatura de Bolsonaro y buscan rescatar a Brasil de una larga decadencia económica (que se acentuó en el período presidido por Dilma Roussef, la heredera de Lula) e impulsar a su país a una nueva etapa de desarrollo, adecuada a las circunstancias contemporáneas (es decir, las condiciones de la globalización) para que pueda ejercer su papel en la región y en el mundo.
Las Fuerzas Armadas constituyen la columna vertebral de la fuerza política de Bolsonaro y esa presencia se manifestará, entre otros aspectos, en su presencia en el gabinete del presidente, con al menos cuatro ministros En el Congreso elegido este mes, 31 diputados y 4 senadores son o fueron militares o policías.
Esta circunstancia inevitablemente ejercerá una influencia sobre la región . Un Brasil que crezca y se proyecte impulsa en el mismo sentido a la Argentina.
Los procesos de integración llevan implícitos impulsos a homologar situaciones. Un Brasil que combata eficazmente al crimen, por ejemplo, debe ser acompañado con un esfuerzo asociado del mismo vigor ya que de lo contrario sus vecinos sufrirían los efectos de un derrame delincuencial.
La sociedad argentino-brasileña está en la lógica de las cosas. Esa lógica es más trascendente que los nombres, los discursos, los detalles y las diferencias de sastrería.
La emergencia de Bolsonaro muestra que en situaciones críticas, los países abren las puertas a la irrupción de lo inesperado.
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