“Los vientos de agosto”, o la invitación a participar de la ficción
por Carlos Enrique Cartolano
Es opinión generalizada que existe espacio aún para la literatura de ficción que refiera lo que nos pasó durante los años setenta. Obviamente, me refiero a la lucha armada, al terrorismo de Estado, a los crímenes de la dictadura cívico militar. Pero acaso es posible transformar en actores de ese tiempo tremendo a los jóvenes de hoy, a las últimas generaciones, que distantes en tiempo y realidad, naturalmente descreen de lo sucedido. Hacerlo por el camino de la literatura de ficción, digo, a través de la escritura ajena a la historiografía. ¿Es posible revivir esos años para los más jóvenes?, vuelvo a preguntar. Después de leer “Los vientos de agosto”, la última novela de Jorge Paolantonio (Imaginante editorial. Buenos Aires, 2016) respondo afirmativamente, y lo hago con total seguridad.
Si como dice Carlos Gamerro (1), con esta referencia existió primero una ficción de militancia (Rodolfo Walsh: “Carta abierta a la Junta Militar”) y otra reveladora del clima opresivo y contrario a la paz civil (Manuel Puig: “El beso de la mujer araña”, por ejemplo), también asistimos a la denuncia y relato de los hechos (Juan José Saer: “Nadie nada nunca” y Ricardo Piglia: “Respiración artificial”, entre otros), textos muchas veces escritos en el exilio. Pero nadie pensó entonces, y desde el “Nunca más”, en sentar las bases para que las generaciones posteriores pudieran “revivir” lo sucedido en nuestro país.
En la senda de la democracia recuperada, leímos a quienes hicieron una ficción de la mera verdad, un oxímoron, sin duda. Y así recuerda Gamerro “Auschwitz” de Gustavo Nielsen; “Recuerdo de la muerte” de Miguel Bonasso y “La voluntad”, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita. Finalmente, llegaron los libros de los hijos, de los testigos involuntarios que entonces no podían levantar la voz. Pero de allí en adelante, verdaderamente poco.
Coronando una investigación de muchos años, Jorge Paolantonio revela lo sucedido en agosto de 1974, en su provincia, Catamarca, cuando catorce jóvenes pertenecientes al ERP, cuyo promedio de edades era de veinte años, fueron fusilados según orden emanada del Tercer Cuerpo de Ejército. Habían sido ejecutados “por vestir un uniforme igual al que usan los soldados de la nación”. Un acontecimiento casi olvidado, más allá de la placa próxima a los hechos, que revela los nombres de las catorce víctimas.
El autor devuelve lo sucedido al día de ayer, conoce perfectamente el escenario -coincide con el de su infancia y juventud-, y sus personajes son gente sencilla, vidas moldeadas por dolores y alegrías cotidianos, que nada saben ni pueden presumir de rebeldías, guerra de guerrillas, foquismo, terrorismo de Estado, represión y soluciones finales. Simplemente asisten y actúan, según su leal entender. Y en esta modalidad narrativa, cada personaje queda expuesto a la lectura como paradigma de intervención inopinada, dejando amplia posibilidad de participación al lector, quien así reconstruye lo sucedido con absoluta objetividad.
El drama se desarrolla con la óptica de mentes sencillas, como dije antes, en un ámbito de gentes humildes, y el lenguaje que emplea Paolantonio es el genuino. Lo hace con maestría, como poeta y trabajador del idioma que es, y mueve a sus personajes como lo haría en un escenario teatral, como dramaturgo de excelencia que también es. Nada más alejado de la parcialidad y del folletín ideológico que “Los vientos de agosto”, una novela para quienes necesitan vivir su destino nacional, por lógica comprometido en la participación. Obra orientada por consecuencia a la verdad, y consecuentemente a la justicia.
Envuelta en la tragedia, se conoce una historia familiar querible e intensa a la vez, y un episodio amoroso con final trágico, que lastima por igual a personajes y lectores. Porque… ¿qué es la lectura, si no el acto literario por excelencia? Y en el caso de “Los vientos de agosto”, nos encontramos como pocas veces con un “lector partícipe” de la ficción.