“Los personajes me hipnotizan, me toman por completo”
Florencia Canale presentó en la ciudad su último libro "La hora del destierro", el último de la trilogía sobre Juan Manuel de Rosas. Habló de los desafíos que propone la novela romántica histórica y el rol de la mujer, ayer y hoy.
Por Julia Van Gool
“Y ahora me toca a mí recordarte que el destierro es otra forma de muerte. Dénme por muerto, así me siento. Adonde vaya seré como un cadáver viviente. ¿Cómo crees que podría vivir sin mi casa, mi gente, mi voluntad? Cuando el barco parta habré perdido la vida”. Juan Manuel de Rosas se dirigía a su amigo Juan Nepomuceno Terrero, momentos antes de partir rumbo a Inglaterra y, según él, hacia lo que sería su fin.
El libro “La hora del destierro“, el último de la trilogía de Rosas que escribió la periodista y escritora Florencia Canale, está atravesado por el desasosiego y la tristeza que envuelve el ocaso de un poder que había parecido eterno pero encontraba su debacle tras la derrota en la batalla de Caseros.
“El destierro para los griegos era el castigo más feroz y él lo sintió así. La peor traición él la vive por aquella Buenos Aires a la que él sentía que le había dado todo y le daba vuelta la cara”, señala Canale a LA CAPITAL, horas antes de presentar su libro en la ciudad, dentro del marco del ciclo Verano Planeta 2018.
Al igual que con “Sangre y deseo” y “Lujuria y poder”, la escritora busca echar luz sobre el entorno de quien supo ser El Restaurador y El Tirano. Sus mujeres -las reconocidas y olvidadas-, sus miedos y su séquito más leal.
– Y finalmente llegó el final. ¿Qué sentiste al terminar el último de la trilogía?
– Fue durísimo pero a la vez quería terminarlo de una vez. Necesitaba sacarme a Rosas, pero a pesar de que ya estoy escribiendo mi próximo libro, no se fue del todo. Es muy difícil deshacerse de esa figura tan enorme y tremenda. Fue un hombre muy intenso en muchos sentidos.
– ¿Por eso, a diferencia de tus dos primeras novelas, necesitaste dividir su vida en tres?
– Claro. Yo empecé a escribir mi novela de Rosas como todas mis novelas, pero en un momento me di cuenta de que era muchísimo lo que yo tenía para contar, que era muy larga su vida y muy intensa, con muchas aristas. Sabía que o escribía un libro de mil páginas o dejaba mucho afuera, y ambas opciones me resultaban imposibles. Decidirme por la trilogía me tranquilizó aunque también fue un desafío grande el de dividir en tres una vida como la de Rosas, todos los libros tenían que ser igual de importantes y estar a la altura.
– Te centrás en las mujeres que lo rodearon a lo largo de su vida. ¿Creés que Rosas hubiese sido el mismo sin ellas?
-No. Por lo pronto sin su madre y sin su mujer Encarnación, no. Juan Manuel de Rosas hubiese sido Juan Manuel Ortiz de Rosas, el terrateniente importante que fue, dueño del saladero y una gran fortuna, pero no hubiera sido lo que fue. Creo que sobre todo su mujer colaboró mucho para la construcción del mito de Juan Manuel de Rosas, y por supuesto luego también su hija Manuelita, que con la muerte de Encarnación ella es quien toma la posta. De distinta manera, no tan vehemente como Encarnación pero también con inteligencia y con la cintura para apuntalar y sostener la figura de este hombre con la suma del poder público.
– ¿Puede que la novela histórica humaniza a estas figuras tan importantes?
-Sí, definitivamente. Dejarlos en el lugar del bronce, depositarlos ahí, es injusto porque lo interesante de estas vidas es que eran hombres con luces, con sombras, con caídas, y que con todo eso fueron capaces de hacer todo lo que hicieron. Eso los hace más interesantes. Por supuesto que eran seres humanos con un millón de dudas y con un millón de heridas y vulnerabilidades, pero cuánto más interesante es ver eso también.
–Se debe sentir una responsabilidad muy grande al ficcionar vidas como la de San Martín, Belgrano, Rosas…
-Sí, totalmente. Es mucha responsabilidad, uno no quiere hacer nada de más ni de menos. Yo trabajo con un historiador, Diego Arguindeguy, con quien consulto para ver si exagero o si omito; me recomienda libros o textos donde puedo encontrar lo que estoy buscando. Sí, es mucha responsabilidad pero me la tomo muy en serio porque sigo publicando, porque se siguen leyendo mis libros y no he recibido reclamos.
–¿Y te encariñás con los personajes?
-Sí, muchísimo. Soy ellos. Soy Manuelita, soy Encarnación, soy Juanita Sosa, soy Juan Manuel de Rosas. Me voy poniendo el traje de cada uno; soy todos y por eso después cuesta dejarlos. Por suerte vienen otros que ocupan ese lugar de fascinación, todavía me siguen atrapando e inquietando muchas personalidades e historias de nuestro pasado. A mí los personajes me hipnotizan, me toman por completo.
Las mujeres, la industria y la defensa del deseo
En tiempos donde el debate sobre el rol de la mujer en los espacios de poder está al orden del día, Florencia Canale habló sobre cómo se vive esto en la industria de la cultura y la literatura y destacó la existencia de ciertos “prejuicios” que deben ser derrumbados.
Reconoció que se está ante la presencia de un movimiento que anticipa un cambio – un “vendaval”- y que las conclusiones habrá que esperarlas.
– Sos la única mujer del ciclo. ¿Casualidad o reflejo de la industria?
– (Sonríe y piensa unos segundos) Puede ser la industria, aunque somos muchas las mujeres que escribimos y muchas las mujeres que somos leídas. Pero sí es verdad que hay muchos lectores, varones ridículos, que no se atreven, que les parece que la literatura de mujeres es de mujeres o un género menor que no está a la altura de sus lecturas. Me parece que se pierden enormes exponentes, y no hablo de mí. Hay grandes escritoras mujeres que me han dejado sin aliento y me siguen dejando sin aliento, que voy detrás de ellas, comprando sus últimos libros.
– Creés que algunos lectores, entonces, deberían dejar los prejuicios de lado.
– Creo que de a poco se irán tumbando prejuicios y correrán otros aires, que veremos hacía donde nos llevarán. Estamos todas y todos observando hacía dónde va todo este vendaval, donde hay polémicas, donde hay discusiones sobre si es más o menos puritano, sobre si permitimos la escuela francesa o la escuela norteamericana. Bienvenido sea todo eso para ver qué nos pasa. Soy la primera defensora de leer libros, de leer novelas, de leer ficción, de leer a buenos escritores y escritoras.
– En tu último libro hablás de las mujeres de Rosas. Se me viene a la mente la desafiante Juana Sosa, que de tanto luchar se sumió en la demencia.
– Juana era una desobediente, con mucha conciencia de sí y de su sexualidad, de su cuerpo. Una mujer que iba detrás de su deseo. Después la encierran en un loquero, porque qué se hace con tanta libertad, en 1850 debe haber sido muy difícil hacerse cargo de esa libertad. Qué difícil haber sido mujer en esos tiempos y haber querido defender el deseo a pesar de todo. A veces aún hoy nos cuesta salir a defender nuestro deseo. No hay que dejarse amedrentar, hay que salir a ser quien uno es.
– No se recomienda leer el pasado con ojos de hoy, pero en este caso, conociendo las batallas de algunas mujeres y sus sufrimientos, ¿esa lectura no les brinda el reconocimiento que merecen?
– Por supuesto que recomiendo revisitar el pasado con aquellos ojos, pero sí, hoy puedo entender lo que debe haber sufrido Juana Sosa, una mujer que había tenido a todos. El ser mujer, el ser femenino aún hoy, y a veces recién hoy, genera discusiones, preguntas, tentativas y borrones y cuentas nuevas pero bueno, bienvenido sea.