Los niños que escriben en el cielo
Luzparís presentó su nuevo video, La invasión. En clave de terror, la banda sacude con un golpe certero a la violencia heredada por los adultos.
por Agustín Marangoni
Dos niños corren en un trigal. Se detienen bajo los rayos plenos del sol y uno de ellos, como si empuñara un fusil, le apunta con una rama a la cabeza de su amigo. Se miran a los ojos. El apuntado le baja el palo con un movimiento suave. Es un instante que funciona como enseñanza. Después miran al cielo. Hay una luz que brilla en pleno día. En ese cuadro la canción se quiebra.
La invasión –tema insignia del disco homónimo de Luzparís– se transforma entonces en un corto cinematográfico sobre los miedos y la degradación humana. El hilo sigue. Está por hacerse de noche. Uno de los chicos está solo, angustiado. El otro regresa a su casa, en una sala lúgubre su padre lo espera para cenar. Y en eso están cuando afuera se enciende una luz parecida a un destello. El hombre se levanta y obliga a su hijo a tomar un arma. Salen al trigal. La tarde muestra sus últimos tonos. Alguien o algo se mueve entre las espigas. El hombre apunta para mostrarle a su hijo cómo usar la escopeta. El nene a pedido de su padre apunta y dispara. La bala le quiebra el pecho a su amigo, aquel que esa misma mañana corría en el trigal empuñando la rama. En paralelo, hay seres que caen libres al centro de la tierra desde una altura que parece lejana.
De fondo siempre Luzparís, en esta versión, a diferencia del disco, con un puente extendido para darle ritmo y espacio a la trama. Los músicos casi no aparecen, son siluetas que se pierden en un contraluz o en tomas fuera de foco. Prefieren dejarle el protagonismo a la historia. Cada plano cuenta un fragmento. En seis minutos y medio se ensambla una crítica punzante sobre la violencia y los errores heredados en la sociedad. Sin caer en el mensaje berreta de hablar maravillas de la infancia, la historia deja en evidencia el autoritarismo de orden generacional.
La invasión es la llegada de lo mismo por imposición. El chico, en silencio, había señalado el camino equivocado, pero su padre lo obligó a avanzar con la seguridad de que ese asunto que desconocía se podía solucionar con plomo. Esta historia pide, en tono de terror, revisar valores. Bajar el arma. Cambiar el ángulo del oído. Así de sencilla es la metáfora. Es el error de todos los tiempos. Lo nuevo es resistido, mientras que lo viejo subsiste hasta una tragedia final. Así las cosas. Vivimos resguardándonos de una posible tragedia final, que se repite por no escuchar más allá del miedo. La invasión habla de la violencia y de la ideas que vuelven. Las víctimas, los débiles. Siempre.
La invasión –Luzparís
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