Los muertos y heridos del narcomenudeo que comienzan a preocupar en Mar del Plata
Se cierra el año con una baja cifra de homicidios pero un sostenimiento de la dinámica violenta vinculada al narcomenudeo. Una tercera parte de los crímenes de 2022 tienen alguna relación con la venta barrial de drogas.
Por Fernando del Rio
Narcomenudeo es un neologismo que se utiliza en la jerga policial y judicial para distinguir al gran negocio del tráfico de drogas de su escalón más bajo, el de la venta barrial. En el narcomenudeo no se encontrarán yates, viajes al extranjero ni automóviles de alta gama. No habrá poderosos en contacto con otros poderosos ni grandes inversiones. No habrá lavado de dinero ni cantidades escandalosas de drogas. Lo que sí se encontrará en el mundo del narcomenudeo es la vulnerabilidad de los adictos, las pymes familiares, la miseria de los “punteros” coptadores de pobres, la precariedad de los “points” y, sobre todo, la violencia.
Hace unos pocos días, la Red de Jueces de la provincia de Buenos Aires emitió un comunicado en el que advertía sobre el aumento de la violencia derivada del narcomenudeo y aunque estaba más bien dirigida a los extremos que se viven en el Conurbano, también describía lo que, en menor escala, sucede en Mar del Plata. “El aumento de la narcocriminalidad ha traído consigo un parejo crecimiento de hechos de una violencia inusitada: sicarios que acribillan a balazos a sus competidores, ajustes de cuentas, tiroteos en la calle, intimidación de testigos y luchas por la apropiación de zonas de distribución, entre otras. El proceso evidencia así que la vida en la provincia se devalúa en la medida que se expanden bandas y grupos criminales dedicados al narcotráfico. Ello adquiere ribetes aún más graves en los barrios populares, donde están representados los mayores índices de desocupación y pobreza y, en los cuales, se registran degradantes prácticas de cooptación a los habitantes mediante dinero o violencia”.
El año 2022 Mar del Plata comenzó, en materia de asesinatos, con el crimen de Víctor Vercelli dentro de un “point” del barrio Las Heras. Y está terminando con el de Aldana Llera, una adolescente de 16 que resultó víctima de la marginalidad que impulsa el consumo de drogas, las disputas mínimas amplificadas por el deterioro de social y la postergación a la que sume el Estado con su ausencia a esos ciudadanos. Es delito vender drogas, no es delito consumirla, pero la necesidad de consumo arroja a personas incapaces de delinquir a cometer acciones reprochadas por la Justicia.
En la escena del crimen del “Chile” Vercelli, dentro de una casa que ni siquiera es casa, en Labardén al 3000, la policía encontró el 9 de enero 17 vainas servidas, algunas de 9 milímetros, otras de 38 y de 22. Su muerte quedará impune porque no se pudo acreditar de dónde salió el disparo que lo fatal: si de donde estaba él consumiendo o de la calle, donde estaban los que fueron a tirotear el “point”.
De los 32 homicidios ocurridos en Mar del Plata este año los de Vercelli, Llera, Gastón Echeverri, Leandro Acosta, Leonardo Miranda, Rául Cordero, Ezequiel Chávez, Sebastián Bellini, Gonzalo Ibañez, Gabriel Romano y Luis Gómez tuvieron algún grado de vinculación con el narcomenudeo. O porque el conflicto madre fue alguna confrontación por la venta de estupefacientes o porque sucedió en el campo de acción de un “point”. Tal vez también se puede agregar, de manera indirecta, el de Romina Gilardi, la mujer baleada en el almacén de su padre en una madrugada de verano. Precisamente, allí en el barrio Nuevo Golf, donde mataron a Gilardi, se sitúa uno de los nuevos puntos calientes de narcomenudeo de la ciudad y todos los conflictos que acaban con personas baleadas tiene al menos un lazo con la problemática de drogas.
La estadística de los homicidios vinculados es solo una muestra de la violencia que emerge en el mundo del narcomenudeo, porque el resto del daño colateral se agrupa en los heridos que dejan las disputas. Heridos de bala, apuñalados, golpeados, atropellados o quemados pueblan las guardias del Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA) donde reina un sonido a código de silencio que aturde. Todo se arregla en la calle de la misma manera que hay asesinatos que “son de la calle”. Así dicen. O de la noche.
El negocio
El pibe, que tenía la ropa manchada con cal y pintura, no controló el volumen de su voz y creyendo que sus susurros no eran escuchados empezó a contarle a su compañero lo de los 7 millones. La gente se enfilaba en la vereda de la carnicería por eso de las promociones con Cuenta DNI, pero todos estabas en sus mundos. Solo un curioso paró la oreja. Las frases asincopadas y con la palabra “amigo” intercalada hasta el cansancio como un nexo de aseveración llegaron a esos oídos ajenos.
—Re salió la jugada esa que te conté, amigo. Siete palos, amigo. El “Fino” lo re entregó al chabón y le hicimos los bultos. A nosotros nos re cabió porque no nos conocen, amigo. Y perdió ahí no más cuando vio los fierros. Tenía una 9 y se la llevamos también. La tiene el Pelu.
Después del “bien ahí” del otro joven, el albañil, porque sin duda que lo era en su cotidianeidad, contó lo del robo de las plantas de marihuana en la casa de uno del barrio Las Heras que había caído detenido por un robo. “¿Viste que la chata hace la explosión esa cuando la pisás? Bueno el Pelu y el Marcos patearon la puerta cuando yo aceleré a fondo. Era como un pasillo. Rompieron y nos fuimos un rato. Después volvimos y cargamos todo en la caja. Ahí tengo las flores, son como un palo más”, dijo en lo que él creyó un murmullo. Pero el hombre que estaba detrás de ellos escuchó todo con curiosidad, cierto asombro, y sin dejar de usar su teléfono como parte de una estrategia de simulación, para dar la impresión de estar en otra cosa.
Ocho millones de pesos a repartir entre unos pocos resulta demasiado tentador como para andar perdiendo el tiempo en otras actividades menos lucrativas. Sin embargo, el pibe de la cola seguía siendo albañil. Eso parecía por su atuendo y sus manos. Incluso era probable que estuvieran por comprar unos chorizos para hacer en la pausa del mediodía, mientras esperaban que fraguara el concreto. Moverle la droga a un puntero o incluso alquilar la casa propia como lugar de acopio por si se tiene la mala suerte de que la policía allane el “point” es parte del negocio del narcomenudeo. La desproporción entre el dinero de la venta de estupefacientes en los barrios y un trabajo digno muchas veces es aprovechada por los mercaderes para atraer gente que al mismo tiempo atrae clientes-consumidores.
Es entonces cuando empieza aumentar las probabilidades de conflictos personales y todo eso desemboca en más violencia.
“Puntero” dispara contra un remís en la puerta de un point.
Las autoridades judiciales y policiales miran de reojo esta conflictividad por el incremento advertido en el último tiempo y que, como se dijo, no se refleja en cifras de asesinatos. Por el momento el análisis de cada uno de los homicidios o de los hechos en los que se acaba con personas gravemente heridas pone de manifiesto cuestiones más relacionadas a diferencias mínimas, a impulsos de consumidores o de vendedores, y no tanto a un crimen más organizado, con enfrentamientos entre bandas o disputas territoriales. No obstante, es un tema que dispara alarmas.
La Red de Jueces profundiza esa mirada en el reciente comunicado al decir que “es función primordial de los jueces y juezas, la defensa de los derechos, la preservación de las garantías, la exigencia de que las investigaciones y la persecución penal no se aparten del modelo constitucional de un estado de derecho. Pero ello no impide que alertemos sobre la erosión de las condiciones de convivencia a partir de la retracción del Estado en los lugares donde más se lo necesita, la desprotección contra el crimen y la frustración de las políticas de persecución fragmentarias y faltas de coordinación llevadas hasta ahora. Esta realidad, cada vez más hostil, hace difícil no pensar en el riesgo que corremos los bonaerenses de quedar sometidos a un espiral de violencia ascendente que nadie merece y que, sin embargo, ya parece vislumbrarse en diferentes lugares de la provincia. Todos los poderes públicos deberían tomar debida nota de esta situación aflictiva y comprometer sus mejores esfuerzos institucionales para revertir el panorama descripto, a través de políticas integrales y racionales”.
Es cierto y riguroso también, que muchos magistrados parecen tener con la lucha contra el narcomenudeo un parámetro probatorio muy diferente a otros delitos. En ocasiones se ha exigido más caudal de pruebas para un allanamiento que en las investigaciones preparatorias de una causa de drogas, por la propia naturaleza de la actividad, es casi de imposible cumplimiento sin que los investigados puedan percibirse como tales.
El resto del panorama
Mar del Plata acabará este 2022 con una baja cifra de homicidios, la más baja de los últimos años, incluso por debajo de la del singular año 2020, el de la cuarentena por la pandemia de Covid 19. Son 32 los casos, sin contar el de Enzo Blasoni, quien desapareció en la Navidad de 2021 pero sus restos fueron hallados este año y por ese motivo se lo debe agregar a los del período anterior.
Este descenso en los asesinatos sirve para entender el resto del panorama. Mar del Plata (en verdad, el partido de General Pueyrredon) es una ciudad relativamente “fría” en términos de homicidios, y su tasa criminal es menor a la nacionalizada. Después de aquellas cifras de 2013 0 2015 que orillaban o incluso superaban las 70 víctimas fatales se visibilizó una pendiente que tuvo en 2017 solo 33 asesinatos, en 2018 otro 46, en 2019 se produjeron 47, en 2020, el año de la pandemia, se repitió la cifra de 33, en 2021 subió a 41. Para una ciudad que roza el millón de habitantes es una cifra más que positiva.
Gina Aroni Hurtado y Sebastián Alfonso Martínez.
El detallado repaso de las motivaciones y contextos de los homicidios dolosos concluye que en 2022 hubo un solo hecho de femicidio (Gina Aroni Hurtado) aunque hubo un segundo episodio al que no lo antecedía la violencia de género hogareña pero que asoma como parte del mismo problema. El doble crimen de Corina Tapia y su padre José Tapia a manos del hijo de ella, donde, una vez más, vuelve a parecer el trasfondo del consumo de estupefacientes.
Luego hubo dos homicidios en ocasión de robo, el del anciano Germán Román en su propia vivienda y el del remisero Carlos Guzmán, eventos que para los analistas de la dinámica del delito son los más representativos de lo que popularmente se conoce como “inseguridad”. Víctimas que desconocían a sus asesinos.
El absurdo crimen de Martín Mora Negretti, como consecuencia de una desproporcionada y demencial acción de personas a las que se les había reprochado una conducta peligrosa (lanzar bolsas de hielo desde un séptimo piso) o el de Maximiliano Rihl, tras una discusión en una fiesta de cumpleaños en un balneario, son casos que pese a no ser parte de una dinámica de esa “inseguridad” si testimonian la violencia enraizada en la sociedad.
Se contabilizan otros asesinatos intrafamiliares como el del pediatra Juan Ramos a manos de su hijo psiquiátrico o el de la pequeña Ceciliano López (7), cuya muerte fue atribuida a su madre por suministrarle alcohol y pastillas de éxtasis. O el de Esteban Zabala, quien fuera asesinado por su propio hermano.
La Mar del Plata de estadísticas bajas convive con la de la preocupante y ascendente violencia vinculada al consumo y venta de estupefacientes.
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