El lector que escribe un diario lee “Sentada en su verde limón”, de Marcial Gala. La lee a continuación de “La Catedral de los Muertos”. En la Argentina se han editado en el orden inverso al que fueron publicadas originalmente en Cuba. Por eso, el lector que escribe un diario lee para atrás, lee “Sentada en su verde limón” teniendo “La Catedral. . .” en la cabeza. Y, como ya escribió en la entrada anterior, la música le sigue dando vueltas en su cabeza, aunque esa música suene distinta.
La Catedral planteaba un coro, muchas voces contando la historia. Aquí, es un solo de saxo, un lento blues muy triste, pero con esa tristeza adictiva que compele a seguir adelante en la lectura y, pocas páginas antes del final, terminar deseando que no se termine.
Si algún prejuicio contra las familias felices, debe extenderse a los amores felices y eso lo sabe el autor de esta pequeña novela. Contra la multiplicidad de personajes de “La Catedral de los Negros”, Gala concentra la historia básicamente en tres (y uno secundario). Ricardo es un pintor de Cienfuegos que conoce a Kirenia, una chica de 18 años que quiere ser poeta y le presenta a Harris, un viejo saxofonista, una gloria del jazz a quien una vez John Lennon invitó a tocar. La historia será, entonces, la de Kirenia y Harris, narrada por Ricardo, aunque las voces de Kirenia y Harris puntuarán el ritmo con sus intervenciones, pura poesía desgarrada, letra cursiva y paréntesis para detenerse a escuchar.
Arte, marihuana, alcohol y sexo serán los puntos de encuentro de los personajes, que básicamente transitan desde y hacia la soledad. Fantasmas que se presentan a la vista y conviven en un mundo que no parece tan ajeno. Y la ciudad que no llega a ser, como se dice habitualmente, un personaje más sino el ineludible escenario donde se puede contar una historia como esta. En ningún otro lugar del mundo. Cienfuegos, “una ciudad de muertos”, dice Harris. Cienfuegos, de la que Ricardo comprende al final que hay que irse, “echar el ancla en alguna otra parte, pues la ciudad lo va asimilando a uno, convirtiéndolo en la nada”. Pero de la que no se puede escapar, a la que es necesario volver.
El relato es un universo cerrado, cerrado en tiempos y espacios. Los tres personajes cruzando la ciudad. A veces, alguno se va, pero eso sucede como en el teatro: cuando reaparece tras bambalinas contará qué estuvo haciendo y los otros le contarán lo que sucedió.
Además, el tiempo de la narración está clausurado, tierra amurallada en todas dimensiones. La novela delimita un tiempo para la acción, un tiempo que será algo más de un año, entre los 18 y los 19 de Kirenia. Dentro de esos límites, la narración fluctuará, hacia atrás y hacia adelante, añadiendo un pequeño dato por vez, una pequeña escena para ir armando un rompecabezas que está definido desde el inicio en sus líneas principales.
Y la poesía de las voces que hablan desde adentro, desde “Esta tristeza que te carcome y no te deja respirar, esa angustia terrible, ese deseo de no haber nacido que se te cuela por todos los poros y te deja tan seco”.
Tres historias en 124 páginas de tres personajes que, cada uno a su manera, terminan, como dice Harris, por “sentir que nos vamos, más que muriéndonos, rompiéndonos a pedazos, poco a poco, que vamos arribando a la nada y no podemos evitarlo”.
O, como sabe positivamente Kirenia, “los fantasmas siempre terminan ganado la partida. Estamos tan solos, Harris, seguimos estando solos, convertirme en fantasma me ha servido para entender que no entiendo nada”.
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