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Opinión 21 de agosto de 2021

Los entramados del tejido social afgano

Por Raquel Pozzi

La hora de la retrospección de los analistas políticos sobre la situación en Afganistán es traumática. La República Islámica de Afganistán se ha transformado de facto en el Emirato Islámico gobernado por los talibán. La generalidad refiere al efecto sorpresa, sin embargo, los entramados del tejido social afgano tienen otros tiempos, otros líderes, como también otros intereses y los mismos escaparon notablemente de la visión occidental.

Los talibán realizaron su propia cruzada interétnica en un estado multiétnico. El silencio desde adentro de sus estructuras, los hace impredecibles, ni siquiera hay registros de la operatividad y directivas en tiempos del mulá Mohamed Omar. Los talibán son tan secretos como enigmáticos. No obstante, dieron notables muestras del objetivo apenas inaugurada en el año 2013 la oficina del Emirato Islámico de Afganistán en la ciudad de Doha, la capital de Qatar, el nombre de la misma presagiaba el destino de Afganistán. La representación política del talibán en Qatar fue funcional al reconocimiento tácito de una parte de la comunidad internacional. La subestimación de los Estados Unidos del poder de decisión del talibán, atravesó varias administraciones de la Casa Blanca desde Bush hasta Biden.

Sin embargo, el ex presidente Barack Obama reconocía las fricciones entre el ex presidente afgano Hamid Karzai y los rebeldes de Doha, como también Trump en una seguidilla de negociaciones que comenzaron en el año 2018 con la exigencia de los talibanes para firmar el definitivo acuerdo para llevar la paz a Afganistán. En la mesa de negociaciones en tiempos no estuvo presente el presidente afgano Ashraf Ghani. La deslegitimación talibán hacia los presidentes afganos desde el ingreso de los Estados Unidos en diciembre del 2001 y las constantes escaramuzas en la frontera con Pakistán, dejan entrever que nunca dejaron el poder político, aunque genere algunas incomodidades, los talibán cogobernaban en Afganistán.

 

Nunca se occidentalizaron

 

Considerar la llegada de los norteamericanos a Afganistán como la brisa fresca de la occidentalización planteado en términos políticos y culturales, es, en definitiva, no comprender la dinámica de la extrema plasticidad del léxico islamista, su origen y la base social que lo legitima. La brutal ignorancia de la política occidental en el mundo islámico ha sido una de las causas del mecanismo de la radicalización sectaria. Podemos inferir que la intervención militar, ha sido un resultado efectista y cortoplacista, con el objetivo de derribar el régimen talibán y mantener a Al Qaeda en alerta peregrinando entre Afganistán, Irak y Pakistán.

El islamismo en términos de Francois Burgat “es la expresión más genuina de la acción política en tierras del islam” y la radicalización proviene de forzar con elementos externos la reformulación del pensamiento radical religioso. La sinergia activa del talibán con amplios sectores de la población, expone el sentimiento nacionalista afgano que proviene de más de veinte años de guerra y de mantener el Pashtunwali -código de honor que regula las relaciones interindividuales- como forma de la yihad tribal que tuvo epicentro en Kandahar con la red tribal los durranis.

Desde 1995, la capital del talibán es Kandahar, producto de purgas sistemáticas a grupos y tribus opositoras, algunos de ellos enfrentaron al ejército soviético y otros al presidente Mohammad Najibulá, quién gobernó la República Democrática de Afganistán entre 1986 y 1987 -triunfo comunista de la Revolución de Saur 1978- y la República de Afganistán en 1986 al año 1992. La plaza de dominación talibán se extendería a Herat y Kabul y desde 1996 la interpretación extrema de la sharía -ley islámica- consternó primero a toda la región y luego al mundo. La inmediatez de las comunicaciones lleva en muchos casos a abolir las distancias para destacar los tótems o tabúes que forman parte de la producción cultural de sociedades que, a la vista del laicismo y el modernismo, el arcaísmo del Otro se transforma automáticamente en la negación. El coste semántico de la proximidad de “la barbarie” provoca ciertas patologías de radicalización y criminalización.

Afganistán, nunca se occidentalizó, ni siquiera los esfuerzos del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, en el año 2014 -con el proyecto “Fomento de la Capacidad Jurídica y Electoral para el futuro II” para las elecciones presidenciales y de los consejos provinciales con gran desafío logístico- lograron velar la identidad tribal y nacionalista.

 

¿Quién es el talibán?

 

El “talib” o los “talibán” -acepción en plural- proceden del grupo étnico mayoritario, los pastunes, sin embargo, nacen como una minúscula organización de estudiantes religiosos procedentes de las “madrasas” -escuela teológica coránica- de refugiados afganos en Pakistán, dirigidos por el Maulana -líder religioso- Fazlur Rehman líder del partido Jamiat-e-Ulema Islam (JUI) según Ahmed Rashid. Representan a los pastunes del sur de Afganistán y se consagran como milicias, adiestrados por partidos muyahidines en Pakistán.

El objetivo primario del movimiento talibán era lograr un orden social en el desorden establecido por los “señores de la guerra” que conducidos por la conjunción ideológica y religiosa crearon según su versión, una sociedad islámica según los preceptos del Corán. No obstante, vale esta aclaración, el sentido utópico de la efectividad del islam político, no fue negligencia del talibán, sino la negación que profesan sus detractores, es el reduccionismo y el simplismo interpretativo de las raíces profundas de los islamistas.

Sin perder de vista la radicalización ejercida por este movimiento, el asesinato del ex presidente M. Najibulá profundizó la violencia que se hizo cada vez más efectiva a medida que avanzaban, logrando combatir a las tropas gubernamentales del mariscal y ex general A. Rashid Dostum y del “señor de la guerra” Ahmed Massud “el león de Panshir”, éste último, líder del bastión rebelde contra el talibán. El valle de Panshir, es el valle de la resistencia, actualmente comandado por el hijo de A. Massud, quien resiste el embate de batallones del talibán, que llegan desde la ciudad de Kunudz para recuperar Baghlan.

 

El despilfarro

 

Para la sociedad afgana, se diluye el panorama esperanzador con respecto las oportunidades de revertir los índices de pobreza y de marginalidad y mucho menos para los sectores vulnerables, aunque todos son vulnerables en Afganistán, la niñez, la juventud y la vejez. Mal que nos pese y a pesar de los esfuerzos retóricos, nada ha cambiado. La inversión durante la presencia norteamericana estuvo abocada a la “seguridad” en términos militares, gastos millonarios en mantener estructuras institucionales donde la corrupción comenzó como un embrión que creció al candor de la supuesta “occidentalización”. Y repito, nada ha cambiado, el despilfarro fue obsceno, sin educación, sin sanidad en plena pandemia de Covid-19, sin infraestructuras y tantos otros vacíos morales.

En ese contexto, el rol de la mujer, que lejos de obtener los mínimos derechos de igualdad, y mucho menos el empoderamiento a pesar de ciertos puestos estratégicos en las instituciones gubernamentales, siguió la tradición, por derecho consuetudinario, de la cosificación. Con el talibán, el prisma del mundo acudió asolado a la empatía momentánea, propia de la agenda emocional del devenir internacional. Con el talibán, la mujer como género desposeído de subjetividad, no augura esperanzas ya que la historia confirma la tendencia despiadada y de desprecio que han gestionado cuando gobernaban. Mucho para comentar y para levantar banderas en favor de los derechos de la mujer afgana y del mundo. Todo es poco en Afganistán.

 

Los negocios

 

El reconocimiento internacional del talibán tiene varias aristas, más allá del pacto de paz en la ciudad de Doha, en Qatar. Existe la tendencia de revaluar las perspectivas de desarrollo e inversión en un país provisto de recursos, depende de la cooperación que plantee el nuevo gobierno “de facto”.

Países vecinos como Turkmenistán, Tayikistán, Irán como también Uzbekistán tienen planes de mantener fastuosas inversiones. El gasoducto conocido por su sigla TAPI -Turkmenistán/Afganistán/Pakistán/India que comenzó a gestarse en el año 2015, con un recorrido de 1.800 km, es un proyecto esperanzador para Turkmenistán que depende del recurso de gas y es uno de los ejemplos de los “negocios” que corre riesgo, dependiendo de la capacidad negociadora de los involucrados con el “talibán”.

Uno de los factores que genera desconfianza es la fuente de financiamiento del movimiento talibán en torno a la producción de opio y heroína, este factor y otros son algunos de los presagios de las dificultades para continuar con algunos de los proyectos de infraestructura de los países vecinos.

En el caso de Irán, el proyecto oceánico de la construcción del puerto en Chabahar en el Mar de Omán es el proyecto estratégico que rivaliza con el puerto paquistaní Gwadar con financiamento chino. Como puede observarse es un juego de intereses comerciales y geopolíticos ya que el puerto en Irán le otorgaría una puerta de entrada a India y con ello el ingreso de exportaciones provenientes de Afganistán y países del Asia central. La rivalidad iraní con el talibán puede encontrar un punto de conexión y hasta de cooperación en torno a lograr mayor reconocimiento internacional.

Hasta aquí, como podemos observar, no es posible comprender la complejidad que requiere la actual situación en Afganistán, sin comprender el andamiaje de valores culturales orientales como también los negocios en torno al proyecto en marcha de China con la Nueva Ruta de la Seda y el rol que juegan otros actores como Rusia y Turquía.

Afganistán está nuevamente en las puertas del infierno, habrá que observar con que rapidez ingresarán al mismo o quizá mucho peor, cuan larga será la agonía.