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Y la segunda mecha fuerte que amenazaba con encenderse finalmente quedó también desactivada.
Después de la neutralización de la protesta de las organizaciones sociales de ciudadanos desocupados y asistidos por subsidios -que preveía ollas populares y reclamos de alimentos a los supermercados-, el gobierno consiguió parar una eventual huelga de la CGT.
En paralelo, se está dando una serie de reuniones y diálogos sectoriales de diverso calibre, que no contienen, hay que decirlo, más que buenas intenciones y promesas y por ahora sirven para ganar tiempo.
Quizás el más trascendente de esos encuentros fue el realizado entre la CGT y la Pastoral Social de la Iglesia Católica, en el cual llamativamente, además de los problemas que aquejan al mundo del trabajo, se abordó de manera especial la denominada “grieta” generada por la política en la sociedad.
Como dato hacia afuera quedó también la imagen de una central aún cohesionada, aunque todo el mundo sabe que la conducción personalizada en el triunvirato tiene plazo fijo.
La entidad sindical madre decidió, abortada la posibilidad de una nueva huelga, pasar para el 3 de octubre el Confederal donde podía llegar a arder Roma.
Es que los sectores internos hubieran llegado a puntos insospechados de enfrentamiento en torno a la pulseada con la administración Macri, habida cuenta de las posturas aún irreductibles sobre esa cuestión.
La apertura del paréntesis demora la batalla intestina, pero la cercanía de las elecciones legislativas para esa fecha seguramente servirá como para renovar esa virtual tregua en las entrañas cegetistas.
Ahora bien, no puede postergarse todo eternamente. Y después de los comicios, cualquiera sea el resultado, los capos gremiales deberán retomar las discusiones y/o negociaciones.
Que a la vez podrían tener otros condimentos quizás muy picantes. Es que si Cambiemos logra un triunfo importante, se envalentonará y querrá avanzar con cuestiones como la reforma laboral, el gran cuco de los sindicatos, sobre todo los que disfrutan de sus convenios rígidos e inoxidables.
Por ahora el gobierno está haciendo una tarea similar a la de la gota que horada la piedra, yendo de convenio en convenio, por actividad, tratando de no alterar demasiado a la fiera.
Igualmente, tampoco hay que aceptar como dogma religioso que los gremialistas no son permeables a aceptar cambios, cuando de toma y daca se trata. En ello tiene mucho que ver la mano abierta para las obras sociales, y la administración actual -como otras- ha dado sobradas muestras de que es flexible también en esta materia.
Todos se adaptan a la política del tero (aquello de anidar los huevos en un lugar y gritar en otro alejado), según la ocasión.
En cuanto a la conformación y conducción de la futura CGT, también los “muchachos” han levantado un poquito el pie del acelerador, aunque ya todos están de acuerdo en que debe haber, más a la corta que a la larga, un solo secretario general.
Parece que poco a poco, como les ha pasado tantas veces, después de darse mil golpes contra las paredes, van entendiendo que deben de dejar de tirarse con munición gruesa y empezar a buscar el candidato. Todavía está verde. Hay un grupo que dice tenerla más clara y pugna por Pablo Moyano, pero admiten que el hijo de Hugo es demasiado áspero para esta circunstancia todavía o que debería hacer un curso acelerado para morigerar un poco sus posturas y hasta su lenguaje. Hay otro grupo que obviamente no lo quiere en la cúspide. Y hay quienes, por otro andarivel, no descartan encontrar un “tapado”, evocando a Saúl Ubaldini, lo cual es por ahora bastante difícil.
Hoy la CGT sigue con sus tres sectores internos (moyanismo con Juan Carlos Shcmid, el barrionuevismo con Carlos Acuña y los “Gordos” con Héctor Daer), unidos con hilván; la Corriente Federal que lidera el bancario radical Sergio Palazzo, que presiona y brega para tener dominio en la central, y las 62 Organizaciones post-Venegas, con referentes como Ramón Ayala (UATRE), José Ibarra (Taxistas), Miguel Díaz (UDOCBA) y Marcelo Peretta (Farmacéuticos y Bioquímicos), quienes dicen que “no ponen palos en la rueda” al gobierno pero están “alertas ante la posibilidad de que se atente contra el modelo sindical argentino”. En ese sentido, advierten, “nos opondremos a una flexibilidad laboral salvaje y a que se precaricen los empleos y los salarios”.
Como se ve, al menos en las palabras no se baja la tensión, pese a la virtual tregua transitoria. Habrá que esperar entonces hasta después de las elecciones para ver la relación entre los dichos y los hechos.
DyN.