Lo nuevo de Moscardi y Gallina: un museo con los besos más icónicos de la historia y la cultura popular
'Museo del beso' exhibe desde el primer registro arqueológico de dos labios juntándose hasta los del futuro, pasando por el beso no consentido de Colón a la tierra americana o el tan esperado pico que Messi le estampa a la copa del mundo. En charla con LA CAPITAL, Moscardi desentraña por qué este acto tan íntimo puede ser una potente expresión de las tensiones políticas, sociales y culturales de cada tiempo.
Matías Moscardi, escritor, poeta, docente de la UNMdP e investigador de Conicet, y Andrés Gallina, escritor, dramaturgo, editor y docente de la UBA.
Por Rocío Ibarlucía
Matías Moscardi y Andrés Gallina lo hicieron otra vez. Después de ‘Diccionario de separación. De amor a zombie’ (Eterna Cadencia, 2016) y ‘Guía maravillosa de la Costa Atlántica’ (Sudamericana, 2022), los autores se embarcaron en un nuevo proyecto de escritura a cuatro manos del que resultó ‘Museo del beso’, publicado por Reservoir Books este 2024. Mediante el tono que caracteriza a esta dupla creativa, que se mueve entre lo poético, lo ensayístico y el humor, atravesado también por sus experiencias literarias y académicas (Moscardi es doctor en Letras y Gallina, doctor en Historia y Teoría de las Artes), se propusieron recorrer el arte de besar desde la antigüedad a la era digital, como anticipa el subtítulo.
El libro es un museo de palabras, sin imágenes, organizado en cinco salas donde se exhiben besos provenientes de la historia, la literatura, el cine, la fotografía, la pintura, la música, el deporte y la ciencia. Lejos de un estudio teórico o de una historia cronológica del beso, el lector encontrará una colección de ensayos “erotizados por la poesía”, como explica Moscardi en una charla con este medio. Por eso, va y viene entre besos reales e imaginados, amorosos y oscuros, besos que presagian conquistas, que rompen o refuerzan la lucha de clases, que matan, asfixian, rompen récords, hablan, excitan, succionan, alimentan e incluso militan.
Este museo, entonces, reúne besos de todas las épocas, materiales y colores a través de una historia definida por ellos como escurridiza y fragmentaria que invita a reflexionar sobre cómo amamos y también odiamos. Porque detrás de cada beso, los autores leen gestos que trascienden lo íntimo para pensar problemáticas que desbordan hacia lo político, lo social, lo cultural y lo estético.
Por otro lado, y como sucede en sus libros anteriores, este museo está habitado de citas, en este caso alrededor del beso, que pueden ir desde el Antiguo Testamento y el Kama Sutra hasta Marx, Lacan, Barthes, Deleuze y Derrida, pasando por “el beso más famoso de la literatura argentina” (‘Rayuela’), diálogos de películas como ‘Mi primer beso’ (con Macaulay Culkin) y canciones como el inolvidable hit de la Mona Jiménez o el bolero “Bésame mucho”. Por eso, es probable que de este museo el visitante salga con ganas de leer otros textos, de ver películas, de escuchar música, de buscar pinturas después de imaginarlas y, por qué no, con deseos de besar más.
En entrevista con LA CAPITAL, Matías Moscardi comparte sus motivaciones para escribir este libro con Andrés Gallina, cuenta las dificultades atravesadas para escribir los besos, así como analiza las posibles vinculaciones del arte de besar con la poesía, el lenguaje y el presente que nos toca atravesar.
-En el libro dicen, tras evocar el beso de ‘Rayuela’, que “escribir un beso es tan complicado como intentar hablar con la boca llena”. ¿Qué hace tan difícil escribir un beso? ¿Fue esta dificultad la que los motivó a escribir sobre besos?
-La mayoría de los besos que se nos venían a la mente eran en su mayoría cinematográficos, entonces ahí ya se empezó a ver una especie de default. No es que no haya, sino que no se nos venían tantos besos de la literatura. El beso por escrito parecía estar condenado al olvido, el único que recordábamos era el de ‘Rayuela’. No sé en qué se basa esta dificultad de escribir un beso. Creo que todo lo que tiene que ver con el cuerpo y con lo sensible ya de por sí es complejo, pero también el beso tiene algo de ocultación. Pablo Maurette dice algo así como nunca se sabe lo que sucede en el antro de las bocas. Lo que pasa adentro es un poco inaccesible y tiene algo de misterioso de alguna manera. Quizás la dificultad tenga que ver con esto, pero no lo sé en el fondo. Sí podríamos afirmar que los besos por escrito no tienen el mismo estatuto ni la misma preponderancia que el beso cinematográfico que todo el mundo se lo acuerda. Entonces sí nos parecía importante escribir los besos.
-Son tan potentes los besos en el cine que hasta, como ustedes dicen, aprendemos a besar con las películas, ¿no?
-Totalmente, tienen una pregnancia enorme y de alguna manera casi que no hay o es muy difícil pensar una película en donde no haya un beso. Alguno, aunque sea chiquitito, encontrás, forma casi una parte sustancial del cine.
-¿Y por qué eligieron el museo para estructurar el libro? ¿Les resulta productivo pensar en estos dispositivos para escribir como lo hicieron antes con el diccionario y la guía turística?
-Con Andrés estamos siempre buscando dispositivos de libros, que también tienen que ver con la escritura a cuatro manos, o sea, dispositivos que de alguna manera faciliten o incluso promuevan esa escritura. El museo tenía esa condición fragmentaria, como el resto de nuestros libros que tienen que ver con el fragmento, que te permite al escribir de a dos poner el foco, condensar. Uno escribe una cosa, el otro escribe otra, después nos vamos metiendo cada uno en la entrada del otro. Entonces, siempre buscamos algún tipo de dispositivo.
Recuerdo que la primera vez que nos juntamos en vivo y en directo, hicimos un índice ya pensando en el museo del beso de una y después la idea del museo nos empezó a generar dudas, le dimos muchas vueltas, lo transformamos en un libro sobre besos, pero no funcionaba porque eran todos ensayos uno atrás de otro. Entonces ahí volvimos a la idea de museo y empezamos a reordenar hasta que se nos aparecieron las galerías, que es lo que le termina de dar integridad al libro, en el sentido de que son estas figuras ordenadoras: de los primeros besos pasamos a los besos del futuro, de ahí seguimos a los materiales del beso, donde aparece la historia del arte, después a los ‘darkiss’ y, por último, a las militancias del beso para terminar con el beso de despedida.
“Estamos en una época en la que tendemos al individualismo. El beso, en cambio, reivindica lo colectivo”, dice Matías Moscardi.
Por otro lado, el beso es resistente al archivo, en principio por su condición proliferante, desbordante, había besos por todos lados. De hecho, hay un montonazo de besos que dejamos afuera. Y, por otro lado, por esta condición efímera de la performance del beso. Entonces también nos pareció interesante articular este muestrario a la manera de un museo y a la vez a la manera de museo sin imágenes, porque eso también fue otra cosa que barajamos mucho y, finalmente, por esto que te decía de la discusión en torno a la captura virtual del beso, pensamos que no tenía que tener imágenes, sino que eso tenía que surgir de la lectura.
-¿Cómo dialoga ‘Museo del beso’ con este contexto en el que los discursos de odio parecen instalarse por sobre el amor?
-Estamos en una época en la que tendemos al individualismo. El beso, en cambio, reivindica de alguna manera lo colectivo. Una de las salas del museo se llama ‘Militancias del beso’ donde escribimos sobre la figura del besazo y ahí pensamos que se necesita de un otro para besar. En realidad, deberíamos hablar de los besos porque no sé hasta qué punto un beso es uno solo porque involucra dos bocas. En ese sentido, está siempre el plural en el beso.
-Entonces, que hayan publicado ‘Museo del beso’ hoy, ¿puede leerse como un posicionamiento político? ¿Se propusieron que el libro sea un manifiesto a favor de besarse más?
-Sí, la idea era que aparezca la tradición del erotismo en el libro, pero metida dentro del ensayo, como si fuera la nafta del ensayo, un ensayo erotizado por la poesía, por decirlo de alguna manera. Con respecto a lo político, tampoco fue deliberado, pero sí en la sala ‘Militancias del beso’, por supuesto, no podíamos dejar de abordar ese aspecto que nos parecía central. Y de alguna manera también esta sala posiciona al libro en un lugar que tiene que ver con las políticas que se activan en relación a lo afectivo.
Los tres libros escritos a cuatro manos entre Gallina y Moscardi.
-Hablando del erotismo de la poesía, en una sala comparan el beso con el poema, a partir de ‘Notorious’ de Hitchcock y ‘Cinema Paradiso’, dos películas que logran sortear la censura de los besos. En este contexto, dicen: “El beso bien podría ser el poema epidérmico de las pasiones humanas”. ¿Qué tienen en común para ustedes el beso y la poesía, siguiendo esta reflexión?
-La otra vez, Flavia Pittella reseñó el libro por la radio y en un momento, en el fulgor de la reseña, tuvo un fallido hermoso que en vez de besos dijo versos. Yo le dije a Andrés que esa nos la perdimos, porque la idea de verso en poesía tiene que ver con el corte pero también con el encabalgamiento, con algo que necesariamente sigue abajo y hace sentido con lo que sigue. El beso también tiene algo de encabalgamiento y de corte. Me parece que el fallido revela la semejanza entre beso y verso.
-En este capítulo también hablan del poder revolucionario de la poesía, por ende, ¿también es revolucionario el beso?
-Claro, porque en esa sala de ‘Cinema Paradiso’, retomamos la cuestión desarrollada en el libro X de ‘La República’ de Platón, en donde se expulsan a los poetas de la república porque consideran que la poesía, como te puede hacer emocionar, amenaza el gobierno de sí y quien no puede gobernarse a sí mismo no puedo gobernar a un pueblo, a la polis. Con el beso “el corazón se desgobernó”, dice Clarice Lispector. La poesía amenaza porque tiene que ver con la capacidad de producir una emoción que el sujeto no puede controlar. En eso se parecen el verso y el beso”.
-Por algo el beso se ha transformado en un símbolo de lucha para tantas minorías, como desarrollan en el capítulo del movimiento LGBT o con ‘Por una política sexual’ de Perlongher escrito durante la dictadura.
-Sí, total. Además, en otro momento decimos que también podrían pensarse los besos como los signos de puntuación de la historia y pensar todos esos besos como distintos momentos históricos y cómo se articulan. También es interesante el beso como una puntuación.
-Bueno, el libro empieza y termina con ensayos que vinculan el beso con el lenguaje. Describen el beso como una “extensión natural del lenguaje verbal”, como “un signo de puntuación del amor”, cierran con un beso intraducible. ¿En qué se relación habla y beso?
-Me parece que no existiría el beso si no existiera el lenguaje. A la vez todo lo que hacemos lo hacemos como seres hablantes. Sería imposible hacer nada si no fuera como seres hablantes. El lenguaje no es una cosa secundaria, sino que atraviesa todo lo que nosotros podemos hacer, pensar. Tampoco me parece del todo casual que sean órganos coincidentes el del lenguaje y el del beso.
***
En tiempos de individualismo y discursos de odio, libros como ‘Museo del beso’ invitan a volver al encuentro, al contacto con el otro, a hacer foco en el órgano de la boca, tal vez porque, como dice Barthes en una cita que recuperan Gallina y Moscardi, “cuanto más libres (de sus bocas) fueron los hombres, más hablaron y más besaron”. Será cuestión de, tomando las palabras de su prólogo, “abrir este libro para que lleguen los besos”.
Matías Moscardi y Andrés Gallina. / Foto: Constanza Peralta.
Todo lo que se esconde en un beso
‘Museo del beso’ se estructura en cinco salas: El primer beso; Besos del fin del mundo; Materiales del beso; Darkiss; Militancias del beso, y una sala extra de despedida.
En la primera, se exhiben besos inaugurales como el más antiguo que se haya registrado en la historia de la humanidad, grabado en una tabla de arcilla del 2500 a.C. en la Mesopotamia. También en esta sala se expone el beso que marcará la historia de las relaciones entre América y Europa: el de Colón a la tierra americana, que Moscardi y Gallina describen como “un beso no consentido”, que lejos de ser un gesto amatorio, es un símbolo “de la propiedad y el dominio”.
La segunda sala contiene besos distópicos o tecnológicos, como el de Elon Musk y un robot humanoide, los picos que viajan en forma de emojis de celular en celular y escenas como las de la película ‘Crímenes del futuro’ de David Cronenberg, donde los besos se vuelven quirúrgicos.
Oro, mármol, tinta, óleo y aire son los materiales que moldean la cuarta sala en la conviven el icónico beso dorado de Klimt, el beso de oro de Messi a la Copa del Mundo, los “besos con tuco” de ‘La Dama y el Vagabundo’ y el memorable beso literario de ‘Rayuela’.
Los más sombríos encuentran su espacio en Darkiss, donde habitan el beso vampírico, el negro, el fúnebre o el mafioso, como el de Michael Corleone a su hermano Fredo en ‘El Padrino’.
En contraste, Militancias del beso exhibe aquellos que fueron actos de resistencia, como los besos que lograron sortear la censura o los besazos colectivos de las minorías sexuales.
A través de este “sampleo de ejemplos”, como dice Moscardi, ‘Museo del beso’ es más que un recorrido por las múltiples formas de besar: es un análisis de que el beso, algo tan cotidiano como enigmático, puede ser un acto de amor, un arma de poder, un anticipo de la muerte o también un gesto revolucionario y liberador.
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