Lo esencial es invisible a los ojos
Por Jorge Raventos
En una Argentina ansiosa por vacunarse contra el Covid 19 y donde las esperadas vacunas parecen lejanas y ajenas, el inquietante episodio de la desaparición de una niña consiguió varios milagros simultáneos. Desplazó por un instante de las conversaciones el tema de la pandemia y logró que la niña y su madre -tanto como su contexto- se volvieran repentinamente visibles para una sociedad que en buena medida, fuera de situaciones excepcionales, suele mirar para otro lado cuando se tropieza con el cuadro de la pobreza extrema y sus consecuencias potenciales o reales de marginalidad aguda.
Lo esencial es invisible a los ojos. “La paradoja es que esta chiquita apareció el día que desapareció”, reflexionó amargamente un cuadro político.
Otro milagro fue el despliegue exhibido por los gobiernos de la Ciudad Autónoma y de la provincia de Buenos Aires y su capacidad para movilizar fuerzas conjunta y eficazmente en la investigación para encontrar a Maia, la niña perdida. Estos comportamientos, que bien podrían ser normales se vuelven destacables curiosamente por su carácter anómalo.
Y eso, más allá de que, en última instancia, el hallazgo de M. se haya debido a un informe de procedencia vecinal y no a la actuación de las fuerzas de seguridad porteñas o bonaerenses, sino a policías comunales que, por ser instrumentos de cercanía, fueron las contactadas por la persona que descubrió el paradero del sujeto que retenía (al parecer sin ejercer violencia) a la niña.
No habría que escandalizarse por el hecho de que tanto el despliegue policial como las señales de cooperación estén motivadas por la ambición política: tanto el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, como el de la Ciudad Autónoma (el vicejefe de gobierno, Diego Santilli) aspiran a destinos de mayor jerarquía en el futuro próximo y ambos saben reconocer las oportunidades y leer encuestas. La desaparición y la búsqueda de Maia fue la noticia más atendida por la opinión pública durante la última semana y constituía un escenario dramático y políticamente atractivo. La sociedad esperaba que ante la necesidad se actuara en unidad, no competitivamente, y tanto el bonaerense como el porteño procuraron satisfacer ese deseo.
La trifulca que protagonizaron a la postre Berni y un funcionario de Seguridad de la esfera nacional fue una sobreactuación (un rasgo bastante habitual en el ministro bonaerense), pero en rigor se trató de un hecho secundario, que evidenció (según la ministra nacional Sabina Frederic) el “egocentrismo” de Berni pero no modificó el balance positivo de esa experiencia cooperativa en una coyuntura en que la polarización desbocada la vuelve tan improbable.
Frenesí y aguante
El calendario electoral coloca en el último trimestre una prueba que la mayoría de los actores políticos consideran concluyente y decisiva.
Ya se ha observado en esta columna que el oficialismo, además de lidiar con la carga de la gestión en tiempos de pandemia (trabajoso abastecimiento de vacunas, lento proceso de vacunación, expansión del gasto público y producción golpeada por las cuarentenas, para citar sólo algunos de los componentes de esa carga), tiene que soportar las tensiones de una coalición desbalanceada en la que el núcleo de mayor peso electoral impone una política agresiva, una agenda socialmente resistida y objetivos de muy improbable concreción.
De su lado, en el ámbito opositor pintan la elección de medio término como una situación de alto riesgo: anuncian que si en ella el oficialismo consiguiera incrementar su representación en la Cámara de Diputados hasta alcanzar (con miembros propios o con aliados seguros) la mayoría absoluta, las instituciones estarían en peligro: “Se agota el tiempo para evitar consecuencias imprevisibles”.
Del lado oficialista, entretanto, ganar se ha convertido en una meta existencial. Mientras una muy buena elección puede incluso volver factibles los fines ambiciosos (y hoy inalcanzables) que se suele adjudicar a la señora de Kirchner, una derrota -calculan en esos círculos- no sólo sepultaría ese programa, sino que consolidaría un escenario de ingobernabilidad.
Esta última convicción está impulsando fórmulas de manejo contradictorias, como emplear simultáneamente el acelerador y el freno. El primero se usa para encarar la “cuestión judicial”, donde desde la elección del nuevo ministro de Justicia hasta las verbalizaciones sobre magistrados y miembros de la Corte incrementan aventuradamente las chances de un choque.
El freno se aplica hacia adentro, y procura evitar que las fuerzas centrífugas deshagan el principal argumento de la victoria electoral de 2019: la unidad interna. La ofensiva para convertir a Máximo Kirchner en presidente del Justicialismo bonaerense no se tradujo -como muchos predecían- en un copamiento del poder partidario por parte de La Cámpora: el hijo de la Señora se mostró como un dúctil negociador y confeccionó listas que dejaron contentos a todos los sectores de peso (particularmente a los gremios y a los intendentes, con excepción del rebelde caudillo de Esteban Echeverría, Fernando Rey, que rechaza la asunción adelantada del joven Kirchner). Resulta indispensable, si el objetivo es ganar o ganar, que la fuerza propia no se disperse. Lo que ya hay afuera (Florencio Randazzo, el grupo “ Hacemos”, una red de organizaciones municipales con anclaje en la tercera sección electoral, sectores del duhaldismo, el peronismo republicano de Miguel Pichetto y Joaquín De la Torre) implica un desafío potencial, que puede hacer daño en el principal distrito del país a una fuerza que necesita desesperadamente un triunfo.
Entretiempo
La coalición opositora tiene su propio proceso interno (que son varios procesos paralelos, ya que hay tironeos en dos de sus principales fuerzas integrantes, el Pro y el radicalismo; la pata peronista de Pichetto por ahora no presenta turbulencias, y la Coalición Cívica tiene en Carrió una conducción informal tolerante pero inapelable).
En el Pro, Mauricio Macri (que imita ahora la táctica de editar libros y presentarlos que tan redituable le result+o a la señora de Kirchner dos años atrás) ejerce una especie de bonapartismo de mentirita entre el ala moderada y pragmática (expresada principalmente por Horacio Rodríguez Larreta, que atiende el único gobierno distrital del partido) y el ala ideológica, dura y expresión de la clientela electoral más exaltada cuya figura emblemática (a falta de Macri) es Patricia Bullrich.
Entre ambos fragmentos hay una disputa que, en última instancia, remite a un tema central de la política (vieja o nueva): las candidaturas, el ordenamiento de las listas, las cuotas de poder.
En el Pro empieza a detectarse embrionariamente otro frente de tormenta: el que atañe a las futuras candidaturas en la provincia de Buenos Aires. La perspectiva de que un porteño (y socio principal de Rodríguez Larreta) como Santilli quiera aspirar a la candidatura a gobernador y ya empiece a desplegar actividad en el distrito, solivianta a intendentes fuertes con aspiraciones análogas (como Jorge Macri o Néstor Grindetti), que empiezan a enarbolar ya el patriotismo provinciano y a reclamar, con una “doctrina Monroe” de campanario, que Buenos Aires sea para los bonaerenses. Por cierto, el distrito ha sido muy hospitalario con los porteños: de sus últimos siete gobernadores, seis han sido porteños (Antonio Cafiero, Carlos Ruckauf, Felipe Solá, Daniel Scioli, María Eugenia Vidal y Axel Kicillof): la única excepción ha sido Eduardo Duhalde.
Adelante, radicales
El otro socio importante de la coalición, el radicalismo, también tiene una cinchada intestina. Y es interesante que una causa central de la disputa sea el tipo de vínculo que el centenario partido tiene y debe tener con el Pro. Para un sector interno la UCR ha sido extremadamente permisiva con el Pro y no disputó con vigor la participación en el poder durante el gobierno de la coalición. Ahora se trataría de corregir rotundamente ese error. Y disponerse a competir por las candidaturas principales.
Los que formulan esa política con más energía son algunos porteños y bonaerenses, Enrique Nosiglia, el intendente de San Isidro Gustavo Posse, Federico Storani, Juan Manuel Casella, Martín Lousteau. Ellos enfrentan a la conducción nacional actual, que tiene como voceros más destacados al gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, el jefe de la bancada de diputados, el cordobés Mario Negri y el impulsor de la la alianza con el Pro, el mendocino Ernesto Sanz.
El último domingo las dos líneas se cruzaron en Córdoba, donde el oficialismo construyó una alianza entre Negri y su último rival interno, Ramón Mestre. El oficialismo ganó, pero no por escándalo, como esa unión permitía suponer, sino por un margen de alrededor del 5 por ciento (las cifras han sido disputadas: el oficialismo lleva la diferencia a más del 10 por ciento, la oposición (cuyo candidato fue el concejal Rodrigo de Loredo) la reduce a menos de 3 puntos.
Hoy oficialistas y opositores se verán las caras en la provincia de Buenos Aires, “la madre de todas las batallas”. Hay 320.000 votantes potenciales y 342 escuelas que albergarán las urnas. El presentismo electoral también será u n dato a tomar en cuenta.
El intendente Posse, con el respaldo del ala opositora y particularmente de Martín Lousteau, enfrenta al preferido de la conducción, el diputado provincial Maximiliano (Maxi) Abad, de Ranchos.
Posse no habla con eufemismos: “Se terminaron los años de un radicalismo que no emitía voz ni voto, que fue servil y sumiso al PRO”, proclama en sus presentaciones. El planteo evoca posicionamientos parecidos de hombres importantes del radicalismo del interior, como el mendocino Alfredo Cornejo. Como presidente de la UCR (y como mendocino, respetuoso de la norma de que los de afuera son de palo) Cornejo ha mantenido buen trato con las dos líneas de la interna bonaerense, buscando que “todos se encuentren bajo el mismo paraguas”
Al intendente de San Isidro tampoco le responden con demasiada cortesía: “Posse dejó la UCR en reiteradas oportunidades para sumarse al kirchnerismo (por el cual fue elegido intendente), el massismo y otras fuerzas políticas. Él es uno de los grandes responsables de la crisis del radicalismo. Por suerte, desde el 2015 esto cambió”, le telegrafió el actual jefe partidario bonaerense, Daniel Salvador, ex vicegobernador junto a María Eugenia Vidal.
El resultado del comicio bonaerense de la UCR permitirá adivinar el perfil que podría adquirir la oposición en un año decisivo.
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