Leonardo Padura, un escritor rendido ante los misterios de la ficción
Padura aseguró que la espiritualidad de su país está relacionada con el béisbol y le duele la decadencia de ese deporte en la isla. Foto: EFE | Mario Guzmán.
por Gustavo Borges
Aunque es uno de los novelistas hispanos más respetados de este siglo, el cubano Leonardo Padura mantiene una capacidad de sorpresa infantil ante los misterios de la escritura y confiesa estar incapacitado para explicar la magia de la creación.
“Me resulta absolutamente misterioso determinar de dónde salen las ideas de las novelas que escribo. Salen de lugares distintos, son acumulaciones de cosas almacenadas y en un punto algo mágico las sacas de la conciencia y dices: ‘este es un tema sobre el cual quiero escribir'”, asegura en entrevista a EFE el autor de 62 años.
Padura está en México, donde recibió hace unas horas el doctorado honoris causa por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), considerada una de las mejores de Iberoamérica.
Fue un reconocimiento a su obra que, según el caribeño, no es el fruto de un talento, sino de una disciplina casi animal a la hora del trabajo.
“No existe la inspiración, el talento existe, hay personas con talento para hacer literatura, pero yo lo que tengo es una gran disciplina y una necesidad expresiva que no se calma nunca. Cuando no estoy escribiendo una novela, escribo cuentos, ensayos, guiones de cine y periodismo, pero siempre estoy escribiendo”, confiesa.
Padura es el típico hijo de la Revolución Cubana que jamás entró por el aro. Siempre dijo las cosas por su nombre, no fue masón como su padre, pero tampoco militante comunista ni católico y mantuvo una coherencia que le generó ser acusado de tener problemas ideológicos.
“Era el lenguaje de la época, me mandaron al diario Juventud Rebelde para educarme. Yo no era periodista, escribí con recursos más literarios y logré vivir allí con libertad”, recuerda.
“Entonces, escribí de lo que quise, como quise y la cantidad que quise y aproveché, no solo para dar a conocer la historia no oficial de Cuba, sino para probar lenguajes, estructuras y formas de comunicación”, cuenta.
Fue un entrenamiento para saltar a las grandes ligas de la literatura y significó una evolución entre su primera novela “Fiebre de caballos” (1988) y la siguiente, cuando inventó al policía literario Mario Conde y escribió “Pasado perfecto”, primer capítulo de una saga que va ya por nueve libros.
“Mario Conde fue una necesidad, quería escribir una novela policiaca cubana diferente y logré un personaje que a través de su mirada dio una perspectiva de la realidad cubana. No podía ser un hombre simple, entonces creé a un tipo inteligente, sensible, que quiere ser escritor y con fidelidad por los amigos”, comenta.
“Vientos de cuaresma”, “Máscaras” y “Paisaje de otoño”, las tres obras que completaron la serie llamada “Cuatro estaciones”, mostraron una evolución del protagonista que poco a poco reflejó mejor la manera de vivir de los cubanos con sus carencias, su capacidad para adaptarse y sus deseos de elegir por cuenta propia sus destinos.
Esas cuatro obras y las siguientes -“Adiós Hemingway”, que Padura usó para calmar sus pasiones por el célebre escritor estadounidense, “La neblina de ayer” y “La cola de la serpiente”- son una especie de crónica literaria en la que los lectores se ilustraron con el sello de la ficción sobre las historias de los cubanos de puerta de casa para adentro.
“Tengo un personaje que puede ofrecer varios niveles de lectura y he seguido profundizando en él. Conde es ficticio, yo soy una persona real, pero hemos ido acercándonos cada vez más, sobre todo después de que deja de ser policía, eso se ve más a partir de ‘Adiós Hemingway'”, asegura.
Padura dio un golpe literario en 2009 con “El hombre que amaba los perros”, que recreó al personaje Ramón Mercader, asesino de León Trotsky, desveló los horrores del comunismo ruso y recibió numerosos premios.
Luego siguió con “Herejes”, un canto a la libertad publicado en 2013, dos años antes de que el narrador ganara el premio Princesa de Asturias.
Es un autor de culto entre los lectores de países hispanos, cuyos medios destacaron en grandes espacios el honoris causa que le entregó la UNAM, aunque en Cuba apenas se divulgó la noticia.
“Lamento venir a México, hacer siete entrevistas de televisión en un día, salir en las primeras planas de los periódicos y que en Cuba apenas se enteren porque alguien decide que no deben enterarse”.
“Que un escritor cubano que vive en Cuba reciba el honoris causa de la UNAM debía ser un orgullo para la cultura cubana”, dice, resignado a pagar tributo por la desobediencia de no pasar por el aro.
EFE.