Leonardo Padura: La literatura no es una respuesta a la realidad, es, si acaso, un reflejo, una reflexión”
Para el galardonado escritor "ningún premio te resuelve el gran problema de la creación literaria que es escribir bien".
Sin los viajes que detienen -aunque no interrumpen- la escritura y casi confinado en su casa de Cuba, el escritor Leonardo Padura aprovecha el estado generalizado de parálisis por la pandemia para revisar su próxima novela, mientras se refugia en la literatura, ese ejercicio que supo convertir en “una reflexión sobre la realidad” en su serie de Mario Conde o en “El hombre que amaba los perros”.
Cronista de su tiempo, Padura es una de las voces más destacadas de la lengua española: por su oficio de periodista pero más por su libertad narrativa y por la paleta de registros que se inscriben en sus textos, su obra es un encuentro con la experiencia social, porque entre la contradicción y el encanto, la crítica y la búsqueda sesuda por llegar a fondo, sus libros son una reflexión sobre la identidad, en especial de la isla, su país.
Premio Nacional de Literatura de Cuba y Princesa de Asturias, el nombre del escritor estuvo circulando estos días por el rumor que difundió un medio español de que su obra figura entre las candidatas al Nobel de Literatura; el rumor no debería tener más peso que la anécdota porque las decisiones sobre los aspirantes permanecen bajo llave durante medio siglo y en todo caso se trataría de una filtración, lo que debería ser inaudito si se recuerda la grave crisis que vivió la Academia Sueca a raíz de las denuncias por acoso, abuso y filtraciones contra el artista Jean-Claude Arnault.
“Lo de la presunta nominación al Nobel de Literatura -dice Padura en entrevista con Télam, desde su casa de La Habana- corrió como pólvora, sin que yo interviniera en esa propagación. Al contrario, me negué a comentar nada respecto a algo que es solo una especulación, o un comentario, o una lista de nombres con los que puede pasar algo o no pasar nada respecto a un premio tan veleidoso como el Nobel de Literatura”.
En cualquier caso “los premios honoríficos sí son un reconocimiento a un trabajo y como tal muy apetecibles. Algunos dan prestigio, visibilidad, categoría, como el Princesa de Asturias, otros solo el reconocimiento, como el Nacional de Literatura de Cuba que, en mi caso, se reduce a un diploma que se está haciendo invisible, como si se alejara de mí. Pero ningún premio te resuelve el gran problema de la creación literaria: poder escribir, y poder hacerlo bien. Ese sigue siendo el gran desafío y con el que debes luchar”.
T: En este contexto de reclusión y distancia ¿cómo es un día suyo?
-L.P: Hago, mejor, he hecho durante estos últimos 100 días más o menos lo mismo que en los anteriores 30 o 40 mil… trabajar. Solo que una parte del trabajo se ha congelado, y es la que tiene que ver con la presencia física en las promociones de los libros, que debí finalizar de forma abrupta en México, a mediados de marzo. Desde entonces estoy en casa, trabajando. Primero en la revisión final de mi nueva novela, “Como polvo en el viento”, que sale al mercado de lengua española en septiembre, con el sello Tusquets. Luego, he escrito prólogos, un posible argumento cinematográfico y ahora consulto bibliografía para un sector de la próxima novela que me gustaría escribir. Estoy casi casi confinado porque en realidad en Cuba no hemos llegado a ese nivel pero yo casi casi lo he practicado, aunque he tenido que salir y hacer algunas colas para comprar comida, el eterno problema cubano con la comida.
-T: La pandemia se plantea como posibilidad de repensar el futuro ¿cuán optimista es usted, o, por el contrario, está más cerca del desencanto que caracteriza a su personaje, Mario Conde?
-L.P: No soy tan desencantado como Conde. Me propongo ser optimista y logro serlo los lunes, miércoles y viernes. Los martes, jueves y sábado, pues me gana el pesimismo. Y los domingos, descanso, como Dios manda. En estos meses de pandemia hemos visto de todo, como siempre, pero quizás bajo una lente de aumento por el peligro en que estamos viviendo.Y por eso hemos asistido a muestras de altruismo, sobre todo por parte de ese personal de la salud que desde el inicio de la pandemia se puso a trabajar para curar y salvar, a veces sin los medios necesarios, pero con una gran conciencia de su labor. Y hemos visto, también, la gran estupidez del mundo, magnificada en algunos políticos que alguna vez deberían ser juzgados como criminales: no dar importancia, o toda la importancia, a una situación que cobra vidas, es un acto criminal. Y he visto, entonces, que hay gentes que aplaude a esos políticos, como hay gente que aplaude a los trabajadores de la salud. Hay razones para el pesimismo, para el optimismo, y también para tener dudas de que en el futuro el mundo sea mejor. Muchas dudas.
-T: ¿Qué puede aportar la literatura para leer este presente inmediato?
-L.P: La literatura no es una respuesta a la realidad, mucho menos es la realidad. Es, si acaso, un reflejo, aunque yo prefiero llamarla una reflexión sobre la realidad. Creo que escribir literatura ahora, sobre lo que estamos viviendo, es un poco irresponsable, o mejor diría, un aprovechamiento de la coyuntura, porque yo siento que la literatura, en especial la novela, necesita de un asentamiento de las realidades que se propone reflejar para realizar mejor su labor, que no es noticiosa o explicativa, sino reflexiva, desde la perspectiva de un autor que vive en una época y sociedad.
En momentos como este creo que cualquier literatura que sea capaz de nutrirnos, educarnos, complacernos, o simplemente entretenernos, es adecuada, siempre según los gustos o exigencias del lector. Da igual si son novelas, si esas novelas son históricas, policíacas, de aventuras; o si es filosofía o sociología; si es economía o medicina. Lo que cada cual necesite. Los libros siempre están ahí, a nuestra disposición, invitándonos a entrar y vivir en ellos.
-T: ¿Qué es lo que más quisiera hacer después de la pandemia?
-L.P: Lo que más deseo es poder volver a viajar. Me encanta ir a otros sitios, ver a amigos, comer, beber vino, pasear, comprar libros que en Cuba no encuentro. Quisiera que ese mundo por donde voy a moverme pueda ser tan seguro como lo es ahora mismo la Cuba donde vivo, en la que hoy, 24 de junio, se detectó un solo caso positivo de la Covid-19, lo que me da una alegría extraordinaria y me hace pensar que Dios es cubano.
-T: ¿Y hay alguna deuda pendiente, algo que reste?
-L.P: Mantengo pendiente todas mis deudas, esas que pago periódicamente y que, las muy cabronas, vuelven a resucitar y la más persistente de todas (por suerte para el deudor) es que apenas terminada mi más reciente novela, ya me apareció en la cabeza la idea para otra más y con ella, la deuda recurrente: ¿cómo voy a escribirla para que sea lo mejor que he escrito en mi vida, o lo mejor que soy capaz de escribir en esta, mi vida? Esa deuda me mantiene siempre en movimiento y me permite mirar hacia delante en mi trabajo, sin preocuparme demasiado mucho por las alharacas que pueda haber a los lados: las tóxicas de los envidiosos de siempre y la de personas que conozco o que nunca he visto, que se alegran de que siga escribiendo y que me siguen leyendo. Y a esos les pago mi deuda.
“Es más fácil culpar a otro que asumir responsabilidades propias”
A caballo entre el optimismo y el pesimismo, y testigo de su tiempo y la historia que le toca vivir, Padura asegura que algunas de las manifestaciones más preocupantes que despertó la pandemia son “los crecimientos de los nacionalismos, una especie de competencia por hacerlo mejor o diferente”.
En un escenario mundial donde la crisis sanitaria pone al descubierto dinámicas opresoras y habilita que se exacerben discursos de odio, el autor de “La transparencia de tiempo”- su última ficción publicada en Argentina- señala que en esos movimientos radica su perfil más pesimista. “Es más fácil culpar a otro que asumir responsabilidades propias”, dice.
Una de las preocupaciones que plantea el escritor está en “los crecimientos de los nacionalismos, una especie de competencia por hacerlo mejor o diferente; a las solidaridades condicionadas; está el problema de las libertades coartadas a que hemos sido sometidos (dicen que por nuestro bien, por salvarnos), y hemos estado expuestos a ciertos discursos mesiánicos que siempre me dan temor”.
Por su identidad cubana, estos movimientos adquieren una singular lectura para el escritor porque la isla históricamente ha sido señalada como un otro enemigo en relación a otro muy potente: Estados Unidos: “La ley estadounidense del embargo, decretada hace casi 60 años, ha entrado en una fase más agresiva con el gobierno de Trump, o debía decir, con las presiones que determinados grupos de poder o individuos han hecho sobre Trump”, sostiene.
“Y no es fácil vivir tan cerca y en tan malas relaciones con el país más poderoso y prepotente del mundo. Eso está claro. En los tiempos finales de Obama se vivió una distensión que nos dio un respiro. Pero solo fue un sueño en medio de una larga pesadilla. Y Estados Unidos se toma el derecho de ser árbitro internacional de la política y, estás con ellos o estás contra ellos”, argumenta y cita como ejemplo “hechos lamentables como la retirada de médicos cubanos de distintos países de América Latina o la presión, ahora, en tiempos de pandemia, para que terceros países no reciban brigadas médicas cubanas que trabajan en la lucha contra el virus”.
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