Leila Sucari: “Me interesa no humanizar al animal, sino animalizarnos un poco a nosotros”
La autora de "Adentro tampoco hay luz" y "Fugaz" acaba de publicar su tercera novela, "Casi perra" (Tusquets), en la que narra la transformación de una mujer que abandona su pasado hasta fusionarse con la naturaleza. La escritora y docente dialoga con LA CAPITAL sobre su fascinación por la pulsión animal y la búsqueda de estas fronteras entre lo intuitivo y lo racional en su escritura.
Leila Sucari (Buenos Aires, 1987) ha publicado novelas, relatos y poemas, dicta talleres de narrativa y escribe para la revista La Agenda y otros medios. Fotos de Adolfo Rozenfeld.
Por Rocío Ibarlucía
“Tengo miedo de romperme” es una de las primeras frases de “Casi perra” con la que la narradora anticipa el viaje físico y simbólico que emprende al dejar atrás su vida para ir hacia un mundo desconocido y salvaje. Porque la protagonista, quien no tiene nombre propio -otro anticipo de cómo su identidad se irá descomponiendo-, abandona su hogar, su pareja y su familia para adentrarse en la naturaleza. La tercera novela de Leila Sucari, editada por Tusquets, narra entonces el proceso de despersonalización de una mujer que quiere liberarse de las ataduras de su pasado, por lo que empieza poco a poco a desaprender los hábitos sociales y las limitaciones morales incorporadas desde pequeña para apropiarse de otros comportamientos, que son los de una perra: olfatear, babear, chupar, morder, masticar, gruñir, andar en cuatro patas, estar con y en la naturaleza.
En esa frontera entre lo racional y lo intuitivo, se mueve con soltura esta voz que durante su metamorfosis no llega a abandonar la reflexión. Necesita hacerse preguntas sobre el cuerpo, el deseo y la palabra, algo que no puede renunciar por completo a pesar de transformarse en perra o, mejor dicho, casi perra. Por ello, a la autora le interesa explorar “lo anfibio”, con un pie en cada territorio, entre el agua y la tierra, entre la humana y la perra, entre el yo y su entorno.
Tanto “Casi perra” como sus novelas anteriores, “Adentro tampoco hay luz” y “Fugaz”, también escapan a las categorizaciones fijas, en tanto son a la vez poesía, narrativa y ensayo. La ambigüedad, ese lugar “entre”, parece atravesar la formación de Leila Sucari, quien ha estudiado artes visuales, filosofía, periodismo y danza, todas disciplinas que le aportan a la hora de escribir y de pensar la escritura.
En entrevista con LA CAPITAL, Sucari sostiene: “Estudié artes visuales y hay algo en mi escritura que tiene mucho que ver con la imagen y, por otro lado, estudié filosofía y entonces hay algo de la pregunta, que a su vez también se relaciona con la poesía, que no busca cerrar ni dar certezas, sino abrir preguntas todo el tiempo. Y del periodismo creo que adopté la cuestión del querer comunicarnos y de no ser demasiado crípticos. Además, hace un tiempo hago danza, cuando empecé a desconfiar de la palabra, y siento que me está alterando la manera de escribir y de pensar el cuerpo en el espacio y, a la vez, en la escritura”.
A pesar de ser una novela de menos de cien páginas, se trata de un texto con densidad poética y filosófica que propone correr el punto de vista “humanocentrista”, como señala Sucari, para pensarnos en continuidad con el entorno natural, donde todo se fusiona y se disuelve.
Foto de Adolfo Rozenfeld.
-Decís que fue la novela que más tiempo te llevó escribir, ¿por qué?
-Porque fue mucho tiempo de búsqueda hasta encontrar la voz y el punto de vista. Primero, empecé contando la historia desde la pareja que se separaba, desde el punto de vista del hombre. Arrancaba con una escena haciéndose un electrocardiograma y escuchando su corazón y todo lo que le pasaba a él una vez que ella se iba. Y estuve bastante tiempo por ahí hasta que me di cuenta de que lo que me interesaba era dar vuelta la cámara y ver qué pasaba con ella, a dónde iba, por qué se había ido. Entonces, empecé a encontrar a la que terminó siendo la protagonista. Después, si bien es una novela muy cortita, hice un enorme trabajo de pulir y de sacar, o sea, fue mucha edición y relectura, buscando dejar la sustancia y lo que yo consideraba que era lo fundamental y todo lo demás elegí sacarlo.
-La gran mayoría de los textos narrativos están en primera o en tercera persona, pero la novela empieza en una segunda: la protagonista le habla a su expareja. ¿Por qué optaste por esta voz?
-Me interesaba explorar la contaminación de voces, que en realidad no fue una elección previa, sino que se impuso mientras estaba escribiendo. Hay una segunda persona, después va a una primera, después vuelve a una segunda, pero que ya no es dirigiéndose a él, sino a Diamela. Y hay una cuestión ahí con el cambio de personas en cuanto a la elección y el desarrollo de la novela que tiene que ver también con cómo ella se funde a los otros, con esa frontera porosa que la separa del resto. Entonces, la segunda persona me servía para investigar un poco esa función y esa mezcla. A la vez, la segunda persona tiene algo del género epistolar, de la carta, que a mí me fascina y, por otro lado, siento que escribir siempre es estar en conversación con un otro, con alguien. De esta manera, la escritura fue como una conversación y la narradora le hablaba a alguien concreto. Y en esa conversación se empieza a abrir un mundo.
-En una zona del texto la narradora dice que no puede usar la primera persona. Ese no poder decir “yo”, ¿tiene vinculación con su proceso de despersonalización, de dejar de ser para transmutar en perra?
-Sí, es lo que te digo de la identidad porosa, ella no tiene tampoco nombre en la novela. Hay algo deL perderse y perder las coordenadas fijas de qué es yo, quién es una y es parte de un proceso de metamorfosis en donde ella no es nadie y es todos a la vez, entonces sí. La pregunta por el yo creo que está presente en toda la novela.
-La novela, de hecho, empieza con un epígrafe de Mary Oliver, considerada la poeta de la naturaleza, porque piensa la humanidad en continuidad con lo natural. ¿Compartís esta búsqueda poética y, creo, también política de Oliver?
-Sí, totalmente y coincido con que es poética y política. Hay algo ahí que se funde y una necesidad de adoptar el mundo de otra manera, de ser con y en la naturaleza de otra manera. Me encanta Oliver y, sobre todo, la novela la terminé de escribir durante los años de pandemia, cuando estábamos encerrados, y algo del sentido, de la narrativa y del argumento de la existencia, de la humanidad y de la vida en las ciudades empezó a ponerse en cuestión y también una reflexión sobre de qué manera queremos vivir. Y el silencio que había me permitió empezar a abrir otra escucha. Yo vivo en la ciudad, pero se escuchaban los pájaros de pronto y empecé a llenar mi casa de plantas y de brotes y salía con la bolsita del supermercado a robarme gajos. También fue un proceso muy personal, llevado a otra escala, pero sí de reflexión y de pensar la palabra como una búsqueda poética y a la vez política y de qué manera queremos estar en el mundo.
“Hay algo de la pulsión animal, del dejarse llevar, de la intuición y de la falta de una moral que limite que a mí me interesa un montón”.
-En “Casi perra” lo animal pareciera estar asociado a la posibilidad de liberación de la protagonista frente a todas las ataduras sociales, amorosas, familiares, que hacen que no llegue a ser ella, sino que esté siempre habitada por otras voces, como decías antes. ¿Qué es el mundo de lo animal para vos? ¿Por qué te provoca fascinación?
-Hay algo de la pulsión animal, del dejarse llevar, de la intuición del animal y de la falta de una moral que limite que a mí me interesa un montón. Desde siempre lo animal ronda en mis libros, en mis búsquedas y también en mi vida cotidiana. Me atrae mucho mirar y aprender de ellos; me interesa no humanizar al animal, sino animalizarnos un poco a nosotros. De todas maneras, pienso que lo animal es muy amplio, así que busqué mirar al animal de cerca y ver cada criatura viva y también hacerlo con las plantas. Mientras escribía este libro, leí “La vida de las plantas” de Emanuele Coccia, que me resultó muy inspirador y me ayudó a pensar mucho esto, que también se relaciona con Mary Oliver, de sus poemas que hablan de cada criatura viva, de poder mirar a cada cosa que vive con el valor de lo que tiene y salir de un lugar tan humanocentrista, que claramente nos está arruinando.
-Además de Coccia, ¿qué otras lecturas hiciste mientras escribías esta novela?
-Con este libro, un montón. Leí mucha poesía, más que nada, algo de la pérdida del discurso narrativo que se fue descascarando en los últimos años, como la estructura comienzo-nudo-desenlace, causa-consecuencia, que me llevó a ahondar en las preguntas a través de la poesía. Y poetas leo mucho a Mary Oliver, Cristina Peri Rossi, Idea Vilariño, Marguerite Duras. Sobre todo durante la escritura de este libro estuve con Emanuele Coccia. Y “Las metamorfosis” de Ovidio, que fue como un compañero constante, y que de hecho está citado en el libro.
“Hay algo de la escritura y de escribir que es un proceso de metamorfosis”
-Ahora que mencionaste la poesía, te han señalado que tu escritura es muy poética porque apelás a todos los sentidos y también aparecen motivos como la sensualidad, el erotismo, el cuerpo. ¿Estás de acuerdo? ¿Cómo describirías tu escritura?
-Autodefinir mi escritura me resulta una cosa imposible y extraña, pero sí busco a la hora de escribir algo de lo animal, en el sentido de dejarme atravesar por la emoción, por la intuición y buscar la forma. Nunca pienso una trama de antemano, sino que intento buscar un lenguaje y una voz y entrar ahí a ver hacia dónde me lleva. Me interesa la escritura también como un ir hacia lo desconocido, como esa incertidumbre, no sé a dónde. También hay algo de la escritura y de escribir que es un proceso de metamorfosis. Yo creo que cada libro me modifica y por eso tiene sentido escribirlo. Pero sí, esta cuestión de la palabra y de la palabra como materia maleable y de apertura de los sentidos y de pensar la escritura siempre a partir de un cuerpo y no desde una idea o desde una cuestión intelectual.
-Se despliegan a lo largo de la novela ciertas reflexiones sobre la palabra, se problematiza la posibilidad o imposibilidad de que el lenguaje le sirva a la protagonista para comunicar. En un momento la narradora dice “nuestro lenguaje ya no me representa”. ¿Te interesaba abrir preguntas sobre la palabra en la novela?
-Sí, también es algo que me interesa un montón porque es con lo que trabajo. ¿Hasta dónde llega la palabra? ¿Alcanza la palabra? ¿Qué nombramos? Y cómo también la comunicación y a veces la escritura y el lenguaje es un continuo malentendido donde cada tanto aparece un puente y un encuentro con el otro. Justo leía un libro ayer de Eugenia Almeida que se llama “Inundación”, que decía que la escritura es un acto de fe y me parece que coincido con esa frase. Un acto de fe en el sentido de que es un riesgo y un arrojarse a confiar en la lengua, cuando está atravesada por subjetividades y todo puede ser comprendido de otra manera. Entonces, ese es el riesgo de ir hacia el encuentro de un otro; un poco el sentido y la razón por la cual escribo es para buscar complicidades.
Leila Sucari se encuentra corrigiendo una novela que gira en torno de una adolescente y un tiempo “que tiene algo de la vorágine, del correr, de lo impulsivo”. Foto de Adolfo Rozenfeld.
-Por otro lado, ya habías hablado de la maternidad, del cuerpo, del deseo de la mujer en otras obras tuyas, como “Fugaz”, donde también hay un fluir de conciencia de la protagonista, que rompe con el estereotipo de la madre, que actúa por momentos casi por impulso animal, que también suelta su pasado ¿Encontrás conexiones temáticas y estéticas entre “Fugaz” y esta novela?
-Sí, no es algo que busco antes de empezar a escribir pero hay temas que se repiten. Creo que son del universo de cada escritor y escritora. En mi caso, sí, lo animal está muy presente, todo el tiempo la cuestión de la frontera, los territorios fronterizos entre la locura y la cordura, entre el otro y uno, entre lo animal y lo humano. Y también hay una cuestión con la fuga y con el deseo de salir y buscar afuera, corriéndose de lo que se supone que hay que hacer. Esos temas, desde distintos puntos de vista, están en las tres novelas que escribí.
-¿Por qué “Casi perra”? ¿Por qué “casi”?
-Porque creo que nunca llega del todo, siempre le queda una cuota de humanidad que es esa consciencia que le permite a la vez el habla y la escritura. Y también hay algo del “casi” que tiene que ver con esta frontera, siempre queda una cuota de ambigüedad, como un pie en cada territorio, en algo de lo anfibio. Me parece que lo anfibio tiene una potencia enorme, como ese casi y ese entre.