Las torres invaden la ciudad
Por Horacio Gualberto Richard´s
De los tiempos en que la naturaleza concebía hijos monstruosos, Charles Baudelaire en su poemario Las Flores del Mal evoca a una magnífica joven giganta y cierra expresando: “Me hubiera gustado… y a veces en verano, cuando los soles malsanos, cansada, la hicieran tenderse en medio de los campos, dormir a pierna suelta a la sombra de sus senos, como una aldea apacible al pie de la montaña.”
Bueno, parafraseando al poeta maldito – salvando distancias entre aquella imaginaria escena bucólica y este horror urbano real – tengo para mi, que no solo no dormiría a la sombra de las “gigantas” modernas –las torres del caso– sino que no viviría siquiera en su vecindad. ¡No, por favor! Y no le deseo esta suerte a nadie. ¿Es que no se dan cuenta? El impacto ambiental es perjudicial por donde se mire. Y si se dan cuenta, ¿cómo se permite? Y todo es así. Sin vueltas.
Y ahora a “llorar sobre la leche derramada”. Igual, va mi testimonio. En vano, dirán. No importa.
Y veamos.
¿Se beneficia, ello no obstante, al vecino?
No. Obviamente. A la vista está. Mega-obra, fuera de escala total. Proyecta sombras. Corta visuales. Devalúa propiedades. Afectando para siempre un contexto de poca/media densidad y casas bajas. Cambio cuya proyección además se extiende. Se reproduce. Ya se verá.
¿Se beneficia al barrio, sus calles aledañas?
No. Hoy el amalgamado resulta además ,uy feo. Así de simple. La agresiva presencia de la obra que cuestiono desequilibra sin atenuantes. Sin amortiguación ni transición alguna. Mal. Esto lo ve cualquiera. Jamás se debe implantar una torre al lado de un chalet. Y en la zona hay varios. En el patrimonio del caso o del barrio, respetar el Contexto existente es primordial.
¿Se beneficia el paisaje urbano del área?
No. Todo lo contrario. Ni de cerca ni de lejos. Sin duda alguna, la obra se construye en un lugar equivocado. A las claras, una nota disonante. Los desarrolladores lo saben. Y lo ignoran. Con total desprecio por el paisaje, Patrimonio de la Comunidad. Hoy degradado sin remedio. Dejando en evidencia, nuestra falta de compromiso, con el cuidado que todos le debemos.
¿Se beneficia el paseo costero?
No. La ostentación del peor escenario. En toda su magnitud, tenemos al convidado de piedra: La indeseable torre, la que nunca hubiésemos preferido tener. Ni ver. Y que a la fuerza vemos. Dada la conformación de bahía, su largo recorrido, el daño se extiende. Brutal contraste con el tejido urbano existente. Protagonismo excluyente, dominante. Y que los demás se arreglen.
¿Se beneficia la ciudad?
No. Salvo que reneguemos de los factores precedentes. Sería un sinsentido. La ciudad, su tan mentado borde marítimo, se beneficia con un desarrollo armonioso, no exento de belleza. Y esto también cualquiera lo sabe. Y el acervo ciudadano no se puede vapulear de este modo. Salvo que a nadie le importe nada. Que de hecho es lo que ocurre. Con estos atroces edificios. Ergo: los bienes comunes no se benefician, se perjudican. Y una sola explicación: el interés privado puede más que el interés público. Pocos prevalecen. Logran su cometido material, con negativos efectos sobre muchos que soportan el impacto ambiental que no afecta ni importa a los pocos que hacen su negocio.
Esto es así. Mal que nos pese. Y las consecuencias son irreversibles. Y si en el pasado o este presente hay otros ejemplos del mismo tenor, bueno, hoy es imperativo un alto en el camino. No capitalicemos más errores. Hagamos el mea culpa. Hagamos las cosas bien. De eso se trata. Pero veamos algo más. Todo acontece delante de nuestras narices. La Sociedad lo observa. Los hechos se desarrollan. La consumación de un sistema se expresa. Entonces, ¿qué sucede? Indiferencia. No hacemos propia la situación. Sabemos, hay quienes conciben y/o conducen
los procesos; otros que con variadas responsabilidades los observan; otros, mayoría, los ignoran, no les importan, o los ven, ven las obras desde luego y dirán: “Mirá vos, que lo tiró…” Al que le quepa el sayo que se lo ponga. Esto vale para todos. Carecer de un plan urbano es manejar a tontas y ciegas. Ausencia del Estado en un deber indelegable: regular la actividad de los particulares. No habilitando Excepciones que son la Norma. De la mano de vergonzosas
“Compensaciones”, una inmoralidad institucional. Sirva este aporte a un debate necesario.
El autor es arquitecto.