Las cenizas del califato del Estado Islámico siguen prendidas en Siria
Hace una semana, el EI fue derrotado por las Fuerzas de Siria Democrática en Al Baguz, el último reducto yihadista en el este de Deir al Zur.
Un miembro de las fuerzas kurdo-árabes vigila un puesto de control en Marqadah. Foto: EFE | Ahmed Mardnli.
por Isaac J. Martín
DEIR AL ZUR, Siria.- La lluvia asoma por el cielo encapotado del desierto sirio. Una pintada en árabe en un muro da la bienvenida a “La tierra del Levante”. Está tachada, pero aún se lee el nombre del territorio que llegó a dominar el peligroso Estado Islámico, cuyas cenizas se acumulan y esparcen en Siria.
Una carretera recta y llena de baches acompaña el camino a través de la provincia de Deir al Zur. Conductores de camionetas pick-up y motoristas, algunos armados hasta los dientes, se miran entre sí de soslayo cuando el destino les coloca a la misma altura.
Nadie se fía de nadie. Hace una semana, el Estado Islámico (EI) fue derrotado por las Fuerzas de Siria Democrática (FSD), una alianza armada liderada por kurdos, en Al Baguz, el último reducto yihadista en el este de Deir al Zur, en el extremo oriental de Siria y fronterizo con Irak.
Se anunció a bombo y platillo en una ceremonia el pasado 23 de marzo y ese júbilo continúa en Royava, el Kurdistán sirio, que se extiende desde el norte hasta el este del país árabe y que no está reconocido por el Gobierno de Damasco.
Ahora, como un ave fénix, el temido grupo yihadista se dispone a resurgir de las ascuas que no ha dejado que se apaguen.
La guerra no ha terminado
El último clavo ardiendo para las FSD fue la población de Al Baguz, donde un incontable número de combatientes yihadistas y sus familias se atrincheraron durante semanas.
Resistir hasta el final, morir por ataques de la coalición internacional, liderada por Estados Unidos y que respalda a las FSD, o rendirse. Esas eran las opciones de los barbudos y sus mujeres cubiertas de pies a cabeza, con sólo una rendija a la altura de los ojos que deja entrever la mirada.
En los últimos días de la batalla final, estos hombres y mujeres, junto a sus hijos, se agolparon en quebradizas tiendas de campaña o en túneles bajo tierra.
La ofensiva, que las FSD tuvieron que posponer en numerosas ocasiones por la presencia de civiles junto a los miembros del EI, no ha dejado ningún cadáver a la vista.
En los pasados días, las fuerzas kurdas no han permitido el acceso a los periodistas al área de Al Baguz: alegaron que “el camino no es seguro” por la multitud de minas dejadas por los extremistas.
Durante este tiempo y lejos de miradas indiscretas, el Observatorio Sirio de Derechos Humanos informó de que los bombardeos de la alianza antiyihadista continuaron y acabaron con la vida de más de 50 radicales en Al Baguz.
Pero fuentes kurdas preguntadas por EFE se limitan a decir que no saben nada y que la operación “ya ha terminado”.
Jean Charles Brisard, presidente del Centro de Análisis de Terrorismo (CAT), asevera a EFE que “la caída de Al Baguz no significa el final de las operaciones militares en la zona porque, en primer lugar, hay numerosos yihadistas que han huido de los combates y se han dispersado” en el área.
Es necesario “neutralizarlos” para pasar a “la siguiente fase”, en la que las FSD deben “asegurar las zonas, sobre todo desminarlas, antes de que los civiles puedan tener acceso” y regresar a sus hogares, un proceso que será “largo y laborioso”, arguye.
Una fase en la que se prevé que Estados Unidos tendrá menos presencia, después de que en diciembre pasado el presidente Donald Trump anunciara que retiraría a sus tropas, aunque dos meses después la Casa Blanca informó de que mantendrá 400 efectivos como “fuerzas de paz”.
Si los estadounidenses parten, las FSD temen que el EI rebrote de nuevo.
Venganza y miedo
“Podrían ocurrir actos de venganza porque hay células durmientes, puede ser, no sé. Pero puede ser que pase”, confiesa a EFE Abu Hamud, de 52 años, sentado en el asiento del copiloto de un vehículo que está detenido en la carretera de la población de Marqadah.
Desde el campamento de Al Omar, principal base de las FSD, en Deir al Zur, hasta Marqadah, se dibuja una especie de “triángulo de la muerte” compuesto por pequeños pueblos donde los extremistas siguen activos.
Es el caso de Busaira. A un dirigente de las unidades de seguridad kurdas de esta localidad le comunican por escrito el traslado al hospital de uno de sus hombres que ha resultado herido en un ataque. Poco después, le avisan de que ha habido una explosión, sin dar más detalles.
En Busaira hace pocos días detuvieron a un grupo de yihadistas cuyo “emir” era de nacionalidad tunecina, revelan a Efe oficiales kurdos, que pidieron el anonimato. Y es que los magrebíes han sido el grupo que más ha resistido en Al Baguz a los últimos embistes de la batalla, según las mismas fuentes.
Yusuf Mustafa, de 35 años, asegura a Efe que sí, que “de vez en cuando hay atentados y explosiones. Pero, en general, la situación está mucho mejor que antes, cuando estaba el EI”, expulsado de Marqadah en septiembre de 2017.
Los yihadistas que aún pululan por la zona “podrían ser ciudadanos de aquí, pero también desplazados de otras zonas”, afirma.
Con ropa deportiva y gotas de lluvia sobre la frente, Mjad, de 12 años, y Wael, de 14, discuten cómo era vivir bajo el EI.
“No tenemos miedo. La situación ahora es mucho mejor (…) Antes nos daba órdenes un grupo y si incumplíamos, nos mandaban a que nos flagelaran”, dice Wael, cuyo padre murió hace tres años por un bombardeo.
Mjad destaca que ahora es “diferente”. ¿Por qué? Porque antes el EI no le hubiese dejado cortarse el pelo degradado o llevar vestimenta para jugar el fútbol.
Pero, el comandante de las FSD Adnan Afrin lo tiene claro: “Hay células durmientes que están actuando ahora de una manera más activa que antes del final del EI geográficamente”.
“Esta es la verdad que debemos contar”, remachó.
Los cachorros del califato
Los menores que crecieron bajo el yugo de los acólitos del líder del EI, Abu Bakr al Bagdadi, se han convertido en los más afectados por la barbarie.
Estos pequeños, que han crecido sustituyendo los juguetes por las armas y aprendiendo a sumar con bombas, son los que “extenderán la vida del EI”, opina a EFE el experto sobre Siria Kyle Orton.
“El hecho de gobernar el territorio durante cuatro años deja un gran impacto, especialmente en los niños que han aprendido ideas y hábitos difíciles de erradicar, incluso si existiera un programa serio de desradicalización para los desplazados, que no existe”, señala.
“Criar niños en hogares donde el extremismo está normalizado es un problema que estará con nosotros durante mucho tiempo”, zanja.
“Todos los niños que han vivido bajo el control del EI han experimentado eventos horribles: es probable que hayan presenciado actos de violencia extrema, hayan vivido bajo asedio y bombardeos durante semanas (…) casi todos han perdido a sus seres queridos”, destaca a EFE Joelle Bassoul, portavoz de Oriente Medio para Save the Children.
“Estos tienen derecho a estar seguros, a aprender y a ser protegidos”, indica, pues “no son responsables por las acciones de sus padres y no deben ser obligados a pagar por ellos al ser privados de sus derechos básicos. Necesitamos que todos los involucrados en el futuro de estos niños actúen teniendo esto en cuenta”.
Estos cachorros son las grandes víctimas de un estado del terror que no se ha borrado del mapa, un terror que amenaza con resurgir.
EFE.