Las ansias de poder, el talón de Aquiles que acaba con la era de Evo Morales
Por Laura Núñez Marín
Evo Morales, el primer indígena en llegar a la Presidencia de Bolivia a través de las urnas, puso fin a más de 13 años de una Administración llena de luces y sombras, que le valió convertirse en el mandatario con más tiempo en el poder en la historia de la nación sudamericana.
Morales, que llegó a la Presidencia con el respaldo de sectores sociales históricamente marginados, empezó a sufrir un desgaste que se acentuó tras el referendo del 21 de febrero de 2016, en el que un 51,3 % de los bolivianos rechazó que se saltara la Constitución para que se pudiera presentar a las elecciones de 2019.
Pero Morales no escuchó ese resultado y aunque el Tribunal Constitucional avaló su candidatura para las elecciones del pasado 20 de octubre, fueron “la estocada final”. Ese proceso fue cuestionado por la oposición y la comunidad internacional y finalmente el mismo domingo la Organización de Estados Americanos (OEA) confirmó en un informe que detectó irregularidades “muy graves”, como manipulación en el sistema informático de transmisión y cómputo de resultados, y pidió nuevos comicios.
El desgaste
Para las elecciones del 20 de octubre, las encuestas lo dejaban lejos del 64,22 % con el que fue reelegido por primera vez en 2009. El líder del Movimiento al Socialismo (MAS), que el 26 de octubre cumplió 60 años, buscó contra viento y marea terminar el plan que diseñó para su país, la agenda patriótica 2020-2025.
El sindicalista cocalero que en 2006 se convirtió en el primer presidente indígena salido de las urnas en el país, uno de los pocos en la historia en América, siempre defendió su anhelo de extender su proceso de cambio hasta 2025, año del bicentenario de la Independencia de Bolivia.
Morales nació en una comunidad andina en el seno de una humilde familia campesina aimara y solo terminó el bachillerato, pero en “la escuela de la vida” de joven aprendió oficios desde pastor de llamas a panadero, albañil y trompetista. Luego migró al Chapare, una zona cocalera en el departamento de Cochabamba, donde ascendió hasta líder sindical, lo que le catapultó a la silla presidencial en 2006 por primera vez.
En su despedida prometió que volverá al Chapare, frente al temor de que huirá del país. Su llegada al poder fue encumbrada por movimientos sociales, deslumbró a muchos más allá de América Latina, a la vez que desencadenó los recelos de otros con decisiones como la nacionalización de recursos naturales como el gas, enfrentándose a multinacionales con las que luego en cambio firmó grandes contratos.
Morales, uno de los pocos defensores que quedaban del socialismo del siglo XXI en Latinoamérica, en estos años de Gobierno siempre se jactó de la estabilidad económica del país y de mantener a Bolivia con uno de los crecimientos más altos y sostenidos en América, de más del 4 % durante varios años, como recordó en su despedida.
Pero la bonanza económica o la reducción del 38,5 al 15,2 % de la pobreza extrema en este periodo o el crecimiento del PIB per cápita de 961 a 2.392 dólares, no le garantizaron ahora su permanencia en el poder para un cuarto mandato.
Las contradicciones
Los años han mostrado contradicciones entre su hablar y su actuar, sobre todo en el cuidado del medioambiente o en su condición indígena, lo que ha desgastado su imagen. Un Evo Morales que iba a organismos internacionales a hablar sobre la Pachamana, la Madre Tierra, y los pueblos indígenas.
Y otro que gobernó Bolivia aprobando decretos que autorizaban quemas controladas, propiciando grandes incendios, incluso, en espacios naturales. Sin temor a plantar cara a EE.UU., expulsando a su embajador, a la DEA y a Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid, en inglés), al inicio de su Gobierno, o de llevar, sin éxito, a Chile ante el Tribunal de La Haya en el eterno conflicto por una salida al mar, años después se le reprochó el vender su país a multinacionales de China o por mantener aliados como el mandatario venezolano, Nicolás Maduro.
A pesar de que hace cinco años él mismo dijera que al terminar esta gestión le gustaría retirarse, encontró la manera para presentarse de nuevo a estas elecciones, de forma muy cuestionada en Bolivia y por una parte de la comunidad internacional. Logró una sentencia a su favor del Tribunal Constitucional en 2017 y con base en ella la habilitación del órgano electoral en 2018, aunque los bolivianos le habían dicho que no en el referendo de 2016.
El temor a que se perpetuara en el poder caló entre una parte de la sociedad boliviana tras las elecciones del 20 de octubre, que salió a las calles clamando que hubo fraude electoral, con episodios violentos que dejaron tres muertos y más de cuatrocientos heridos.
La OEA emitió el domingo un informe pidiendo nuevas elecciones por no ser fiables las del 20 de noviembre y Evo Morales aceptó ir de nuevo a las urnas, pero su Gobierno se fue desmoronando hasta que apareció en televisión para anunciar que renunciaba por el bien de un país, inmerso en la peor crisis de su mandato. “Muchas gracias por acompañarnos”, exclamó en su adiós tras “trece años, nueve meses y 18 días” en el poder desde que tomó posesión el 22 de enero de 2006, pero advirtiendo de que “la lucha no termina acá”.