Las 8 preguntas para Diego García Lorente (*)
(*) Diego García Lorente es actor, dramaturgo y director. Tiene varias novelas sin editar aún. En teatro, trabajó en los proyectos escénicos “Las cuadrilátero (obediencia de vida)”, “Depensión”, “Amurados”, “Mamíferos (esperpento criollo)”, “Zurdo siniestro” y este verano se lo vio actuar en “Plaza Avellaneda”.
1) Bueno, en realidad no suelo ir en busca del error, que por otra parte no suele ser frecuente, hablando de los libros que suelo leer… me molestarían mucho los desaciertos históricos o superficiales. Lamento, sí, cuando advierto, faltas de ortografías, pero al mismo tiempo, ridículamente la festejo por haberlas hallado, como si eso, de manera idiota, me otorgara algún hándicap, que se me olvida a la página siguiente, por otra parte. Lo último que leí fueron textos teatrales, en donde no se da tanto el error, pero sí lo no logrado, aunque es una apreciación totalmente subjetiva; también encontré muchas faltas ortográficas, pero nadie está liberado, menos yo.
2) Fue hace muy poco, en la anteúltima función de “Plaza Avellaneda”. Faltaban quince minutos para dar sala y para apaciguar esa jauría de nervios que a mi ser actor devora antes de cada experiencia, salí por la puerta de emergencia de la sala B del Soriano a fumarme un cigarro. ¿Qué pasó? No más abrir la puerta, y pasar, se cerró atrás mío. No hubiese sido gran inconveniente de haber tenido un picaporte o algo, pero resultó ser de esas puertas que sólo se abren por dentro. La reja estaba cerrada, asi qué había quedado encerrado en un jaula oscura, y me fue inevitable acordarme al instante en la escena de la película “Birdman” cuando Michael Keaton se queda afuera de camerino y tiene que cruzar desnudo por Times Square. Por suerte, mis compañeros notaron mi ausencia y oyeron los golpes y patadas que le di a la puerta.
3) A veces hay hechos que suceden, que los leo en el diario de acá, que realmente me parecen increíbles, bizarros o sin ir más lejos, truculentos y bestiales. Hace poco leí que un hombre se ató a su moto y se tiró con ella en marcha por la escollera sur o norte, no me acuerdo… Entonces se me da por pensar en ese tipo, y en preguntarme qué lo llevó a cometer semejante acto incomprensible, pero rozando lo patético, sin hablar de lo estrafalario. Ahí tenemos el final (o en todo caso un principio) de novela, pero hay que ser capaz de imaginar todo lo anterior. Se puede matar una vieja, pero no escribir “Crimen y castigo”. También me llama la atención esos individuos que pasan de una singularidad cotidiana a convertirse en personajes emblemas, como el caso del “patinador feliz”, “Miguelito”, “el loquito Páez” o algún que otro trapito o cartonero, que siempre andan rayando la heroica o la deliberada delincuencia, todo muy maniqueo, la verdad. Escenarios hay muchos en Mar del Plata, los emblemáticos, por su puesto: Torreón, Casino, etc, pero particularmente me interesan aquellos que ya no están o no se mantienen de la misma forma. Por ejemplo, me es imposible olvidar un sitio, algo así como un bosque encantado, pero decadente y mustio, que se llamaba el “Laguito Estantien” o parecido, de hecho nunca supe cómo se escribía. Estaba por la avenida Luro al fondo y me acuerdo de ir en bicicleta con mis amigos de infancia en busca de aventuras que nunca sucedían, pero bueno, el solo ir implicaba un desafío.
4) Curiosamente suelo recordar más diálogos de películas que de libros, ya que a los libros los encapsulo en la memoria en forma de bloque de lo que me significó el libro: claro que hay mucho diálogos antológicos, empezando por El Quijote de la Mancha para acá, o antes si se quiere, desde “La Epopeya de Gilgamesh”. Suele ser más potente la imagen cinematográfica para que el diálogo se quede prendido en la memoria. Puedo recordar muchas escenas de “Birdman” y precisar de qué hablan en cada una de ellas. O “Whiplash”, “La Habitación”, la saga de “El Padrino”, “Los ocho más odiados” o “Candilejas”, por citar algunas.
5) Es interesante la pregunta porque tiene trampa: es decir, si uno se mete en la historia tiene que andar con cuidado para no cagarla, que sé yo, es como “Volver al futuro” dónde no podía alterar el orden de los sucesos. Posiblemente al primero que le hubiera echado una mano es a Santiago Nassar de “Crónica de una muerte anunciada” del Gabo, por lo menos haber estado con él en el momento de su muerte y abrazarlo en el instante en que cae de bruces agonizando, no tanto su vida, sino la traición de un pueblo entero. Pero hay muchos, se me ocurre Jean Baptiste Grenouille, el protagonista de “El Perfume” que si bien es un asesino serial, no es más que un pobre tipo, y que muere devorado por una tribu antropófaga o algo por el estilo. Me hubiera gustado haber podido charlar con el muchacho y contarle que no tiene la culpa de tener un olfato absoluto, pero que eso no le da derecho para extraerle el perfume vital a cada mujer que le impacta odoríficamente.
6) Jamás robé un libro, a lo mejor alguno que me prestaron, pero no, porque me jode mucho que no me devuelvan un libro, entonces intento que a nadie le suceda eso que a mí me molesta tanto. Parece un razonamiento de catequista, ja. A veces hay una mística sobrevaluada en el choreo de libros, cómo si eso te transformara en Bolaños o en un “maldito”.
7) Y habría que tirar tres tachos para que tarden más en avanzar las llamas o al hongo: “El Ulises” de Joyce, que está muy bien, pero te quedan al plato de tanto devenir de monólogo interior. “La benévolas” de Jonathan Littell, que debe ser uno de los pocos libros que abandoné, aunque era muy interesante, me mataba la nomenclatura jerárquica del ejercito alemán que, curiosamente, el traductor optó por dejarla en idioma original, con lo cual no te vas enterando mucho. Y para terminar arrojamos “Anna Karenina”, simplemente porque no lo leí y no tengo el valor para empezarlo. Vamos a salvar de las llamas a “Los hermanos Karamazov” (podemos pactar casi la obra de Dostoievski), “La Caverna” de Saramago y “La Mancha Humana” de Philip Roth, aunque creo que el dichoso hongo me morfaría a mí mientras me decido, no puedo dejar afuera a Coetzee, Sandor Marai , Stefan Zweig, Auster, Cortázar, Piglia, etc.. No podría.
8) Un clásico: A Borges, por qué nunca escribió una novela, pero únicamente para irritarlo, claro.
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