El día que cayó el granizo, el martes 23 de enero, estaba en Playa Grande saliendo, justamente ahí, frente a la Base. Al día siguiente, miércoles 24, con fuerte viento pero con el sol arriba pasé otra vez.Como en la tribuna. Trapos. Los trapos aguantaron. Hasta creí ver algunos nuevos.
No sé la razón, pero cuando paso por el sitio donde las lágrimas se vuelven algo inatajable, para los que tienen relaciones con 44 argentinos que en algún lugar están, pero por acá no aparecen pienso en una canción. Me sale Atahualpa. Debo repetir textual el poema:… “Tanto torearlo al destino, el destino lo “pialó'”. Volvía buscando pampa, como vuelve un trovador, contemplando las gramillas, por esos campos de Dios. Volvía buscando pampa, como vuelve un trovador; rico de lindas riquezas: guitarra, amigos, canción. En la mitad del camino se le canso’ el corazón y entró de golpe al silencio, y el silencio lo tapo’. Lo mentaron algun tiempo el Peón, el Estibador, El Hombre de Siete Oficios, los paisanos del Frontón…Y como la vida tiene su ley y su sinrazón le fue llegando el olvido, y el olvido lo tapo’…”
Los versos son de Cantor del Sur, un homenaje a un payador anarquista que Atahualpa Yupanqui convierte en una milonga / relato que estremece y es eso, precisamente esos versos y eso, precisamente eso que cuenta Don Ata, lo que se me aparece frente al alambrado de la Base, aquí, en Mar del Plata. Estremece. Me estremezco. Los va a tapar el olvido. Como noticia, a los muertos del ARA SAN JUAN, los va a tapar el olvido. En su familia no, pero en el destino de una nación don Ata es claro: “… como la vida tiene su ley y su sinrazón…”
Algunos de esos trapos dicen Catamarca, Corrientes, mencionan nombres, distintos sitios, mientras se desflecan por el viento. En el día que pasé por el alambrado el viento movía esos trapitos, muchos de ellos banderas nuestras, banderas argentinas, que servían para arropar la nada contra el viento de la costa marplatense.
Conozco Catamarca, Corrientes, de hecho Santa Fe, el oficio de periodista me ha llevado a lugares donde no parece que hubiese memorias de algo y sin embargo una cuestión superior aparece en cada sitio y eso, la violencia contra el olvido, mantiene intacta la evocación. Un chamamé, una canción, una flor. Algo. El ARA SAN JUAN mueve esos sitios mínimos de donde salieron los muchachos.
Subiendo por Juan B justo a la vuelta, por calle Carlos Pellegrini, cerca del puerto, han pintado un mural. Un tapial que aún tiene brillante la pintura pero que después se irá despintando, si claro, es cierto don ATA, por la ley y la sinrazón de la vida porque seamos justos, la sinrazón pone a los 44 muertos en un lugar inasible. Ni de donde agarrarse ni de que abrazarse, salvo a la propia memoria, donde siempre estarán. Ahora que lo pienso tal vez ni don Atahualpa Yupanqui sirva como referencia en alguno que lea esta nota. A Don Ata el olvido se lo está llevando despacio.
Cuestiones del alma
Hay una pregunta que no podemos contestar pero que sigue y sigue. ¿Sabrán que se los recuerda, que se los buscó, que se los busca, que se los siente cerca…? No. No podemos contestarla. No sabemos si saben y se debe vivir con eso dentro.
Está claro que toda muerte está escrita porque apenas nos descuidamos nos avisa, la vida, que somos mortales. Pero…¿es Mar del Plata el sitio para buscar sus almas…? Medallitas, pequeñas vírgenes de terracota, de loza, de lo que sea, en los costados de la puerta de entrada de la base se quedan quietitas, como esperando algo. Las dejaron allí las familias. ¿Cómo se vive sabiendo que en algún lugar están? No hay respuestas. Ninguna.
Hay una pregunta al alma nacional. Cómo vive una ciudad que se concentra en el verano y la felicidad al sol, al yodo y al salitre con el mandato de estar distraídos para manejar esta contradicción. Aquí se recuerda a los del ARA. En qué dia, de qué modo. Hasta cuando los trapitos en el alambrado. Hasta dónde de profundo las lágrimas.
La inutilidad de la muerte
Y la calidad de los muertos. Es en enero que aparece el “no se olviden de Cabezas”. Es en enero cuando asesinaron a Nissman. Se los recuerda de modo diferente. La calidad de los muertos es injusta. Los asesinatos son todos iguales: asesinatos. Las muertes inútiles una pesada carga en quienes cometieron una tras otra las fallas, los desatinos, las pequeñas trampitas por dos pesos que llevan a la amargura colectiva: ARA. Desaparecidos. Inútiles muertes que se cargó la patria, las banderitas, los trapos, las personales lágrimas, el olvido inevitable.
Ya pocos encuentran la fecha de “los asesinatos en los basurales de León Suárez” (junio 1956) o “el asesinato de Aramburu” (junio 1970) y los muertos de Trelew. El Bombardeo a Plaza de Mayo. Todas muertes por manos específicas. No importa. De a poco el olvido las junta y un día, una vez, alguien hace memoria, pero es poco. Mucho menos se recordarán los muertos por desidias (21 por el gas en Rosario, 51 por los frenos de un tren maltrecho en Buenos Aires) muertes a las que pondrán monolitos y placas. AMIA. Embajada de Israel. Cromañon. Las placas son necesarias. No alcanzarán para calmar la angustia, cada angustia personal de quien tiene un muerto, un faltante en la mesa, en los planes para mañana, que ahora son diferentes.
El sitio absoluto para estas cosas ya no es una promesa de imposible cumplimiento, el “no lo haremos mas” sino el castigo de la historia, pero ni eso, porque tienen razón Mignogna/Nebbia cuando cantan: “si la historia la escriben los que ganan eso quiere decir que hay otra historia….” Claro que si, pero don Ata copa la parada y repite: …”Y como la vida tiene su ley y su sinrazón le fue llegando el olvido, y el olvido lo tapo’…” Duele. Ojalá que no. Argentina necesita que para muchas de nuestras cosas sigamos con esto: lágrimas y trapos. Muchas en muchos lugares, sin miedos, sin falsas vergüenzas. Llorar lo que haga falta y dejar banderitas despintadas. Y qué. Por lo menos eso. Hasta que aprendamos. Ojalá que si. La pelea contra el olvido la pierde el distraído.