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Cultura 17 de abril de 2017

La urgencia de la silla

Para matar la poesía

Por Odda Schumann
paramatarlapoesia.com

Estar de lado como un accesorio. Porque no se trata de jerarquías o cordialidad entre los muebles. Porque no estamos en la casa de Renilda, alrededor del brillo de la mesa. No. No estamos en ningún lado. Porque a veces son los cumpleaños de Felipe y otras los asados de la cooperadora; esos asados que te hacen temblar hasta los huesos de nombres complicados e impronunciables.

Porque cuando entra y entra gente y ves la bolsa de carbón, sabés que nadie se va a tirar al fuego. Y te tiemblan las patas como cuando Martita da un salto y le tiemblan los pliegues de la panza. Y estás estaqueado en el salón sin saber qué va a pasar. Y mirás alrededor y todos tienen sobrepeso porque hay que comer comida rápida.

Y desde ese momento, por primera vez sentís que no servís para esto. Que sos de mala calidad y no vas a sobrevivir al futuro, porque siempre es cada vez más difícil y, paradójicamente, estás inmóvil, pero ahora te preocupa porque ese tal Rubén se acerca a duras penas con el vaso de vino y es claro que te eligió, no hay chance. ¡Dele un paseíto! Cerca de la ventana está bien. Hay que orear el cuero. Me sacaron una pata. No espero amabilidad.

Rubén me va a maltratar tanto como el resto. Todo empieza y termina en sus ojos. El mundo vive a los lados de su nariz. Pero como todos, él llega y se va. Yo sigo inerte. No es que la gravedad no me afecte (se va otra pata al fuego)… Y sigue llegando gente. Por fin me abrazaron, viajo de la ventana a la parrilla mirando todo desde lo alto. Mis patas van adelantadas, casi por cremarse. Sigo yo. Un pedazo de cuero y pata de palo. Las manos desgarran, quiebran. ¡Pero qué bien se siente ser tocado por alguien!