¿La única verdad es la virtualidad?
Por Jorge Raventos
Para algunos observadores, los actos (reales y virtuales) con los que el peronismo celebró un nuevo aniversario de su jornada de irrupción histórica pertenecen a la misma categoría que los banderazos que vienen sucediéndose en los últimos meses.
Sin embargo, las diferencias entre ambos fenómenos no residen sólo en el número de participantes o en que los festejos del 17 de octubre tuvieron el aliento del gobierno y sus aliados, sino principalmente en que estos fueron la reivindicación de una identidad política (por más diversidad de colores que se pueda encontrar en ella), mientras que el rasgo dominante en los banderazos, el que atraviesa su abigarrada composición es, más allá de que cuenten con el respaldo de políticos opositores, su disgusto con la política; principalmente con el peronismo, por cierto, pero con éste como quintaesencia de la política, en general.
Cara y ceca del cualunquismo
Los banderazos son una expresión activa del creciente malestar de sectores que sienten que sus ahorros se evaporan, que su futuro se oscurece y no perciben autoridad ni rumbo confiables. Son primordialmente manifestaciones de rechazo que tampoco visualizan ni descubren alternativas que seduzcan.
El hecho de que buena parte de los involucrados en esas movilizaciones opositoras pertenezca a la vasta esfera sociológica que llamamos clases medias ha inducido a algunos sectores de la oposición política a ensayar un relato y una, digamos, épica de la clase media que, en pos de atraer a estos indignados, incurre en un seguidismo de su impronta antipolítica, algo que deriva en un especie de qualunquismo recocinado.
Inmediatamente después de la Segunda Guerra, un humorista animó en Italia un partido demagógico que llamó “de l’uommo qualunque” (del hombre común) y que, antes de disolverse, tuvo su cuarto de hora de popularidad escarneciendo a los políticos y agitando la consigna “Abasso Tutti!” (“¡Abajo todos!”) medio siglo antes del “Que se vayan todos” criollo de principios del siglo XXI.
En las fuerzas orgánicas de la oposición hay dirigentes que se niegan a coquetear con ese cualunquismo y ni participan en los banderazos ni los estimulan. Es el caso de las corrientes moderadas del Pro -encarnadas por supuesto por Horacio Rodríguez Larreta y María Eugenia Vidal, pero también por Rogelio Frigerio, Diego Santilli, Cristian Ritondo o Emilio Monzó, por citar a los más conspicuos-; y en la misma actitud se anota una figura de Juntos por el Cambio que no elude precisamente la confrontación, como Elisa Carrió.
Los moderados saben que todavía faltan meses hasta que las urnas ofrezcan una vía constructiva para que la oposición pueda crecer como alternativa y temen que las rebeldías a destiempo degeneren en situaciones caóticas.
Así, contra lo que piensan con imaginación conspirativa algunas corrientes del oficialismo, los banderazos no son emanaciones orgánicas de la oposición política.
En lo que coinciden con los actos del 17 de octubre es en que el peronismo también experimenta un malestar originado en la ausencia de autoridad.
Este sábado, como parte de las conmemoraciones peronistas, Alberto Fernández viajó a la isla de Martín García para recordar el período en el que Juan Perón fue marginado allí por sus propios camaradas, para ser finalmente rescatado y proyectado definitivamente al estrellato por la movilización popular del 17 de octubre de 1945.
Justamente la mayoría de la dirección sindical y de los gobernadores quisieron organizar el acto virtual de este sábado en la CGT como prólogo de un ofrecimiento a Fernández de la conducción del peronismo, un recurso destinado a rescatar su autoridad, que ha ido perdiendo peso e influencia en los últimos meses.
A diferencia de los banderazos, la movilización del peronismo trató de fortalecer la política y el poder. Claro que el fortalecimiento no depende de ceremonias, sino de decisiones y acciones. El Presidente, en su discurso del sábado -fue único orador en el Salón Vallese de la CGT- recordó la historia del peronismo y anunció que ahora él empezará una nueva etapa.
Las maduras y las duras
Si bien se mira, Fernández había empezado a emprender un giro en esa dirección antes del sábado 17. El gobierno reafirmó diez días atrás en la ONU su respaldo al informe sobre derechos humanos en Venezuela elaborado por la chilena Michelle Bachelet. Lo hizo a pesar de que el tema reviste alta sensibilidad para los sectores más recalcitrantes e ideológicos de su coalición, como lo demostraron los cuestionamientos y recriminaciones de la ex embajadora Alicia Castro, del relator Víctor Hugo Morales o de los periodistas Roberto Navarro y Oscar Giardenelli.
Lo cierto es que la postura sostenida por el gobierno no fue objetada ni por la señora de Kirchner ni por voces autorizadas del Instituto Patria.
La entrevista que un domingo atrás el presidente Fernández concedió al portal El Cohete a la Luna, que conduce Horacio Verbitsky, es otra circunstancia significativa. La cordialidad de Verbitsky con el Presidente en una entrevista concretada inmediatamente después de que el Gobierno votara en la ONU como votó, denota que un referente ideológico indiscutible de la izquierda kirchnerista, como él, puede comprender que el gobierno tiene hoy prioridades que obligan a admitirle concesiones.
A buen entendedor, pocas palabras: se viene la negociación con el FMI (su misión de avanzada estaba justamente en Buenos Aires) y el indispensable arreglo con el Fondo requiere de la buena voluntad de Estados Unidos. Y Washington -mucho más en la atmósfera preelectoral- pide actitudes de firmeza frente a Maduro. Así, el giro de Fernández luce como inevitable, incluso para una parte decisiva del sector más ideologizado.
Preocupado por no fisurar su coalición, el Presidente practica esos pasos con cautela, midiendo meticulosamente las consecuencias. Es decir, tomándose mucho tiempo.
Hubo, con todo, otros hitos de un cambio en marcha. El Presidente asistió este año (virtualmente, como obliga la pandemia) al encuentro anual de IDEA, una cita que el kirchnerismo de paladar negro siempre eludió por condiderar a esa organización un vivero de neoliberalismo. Fernández marcó así una diferencia y su discurso buscó sintonizar con el espíritu empresarial, tratando de aventar las sospechas, juicios o prejuicios con que ese público observa al gobierno. Es dudoso que lo haya conseguido, aunque se le agradeció la intención.
Vaca muerta y vaca viva
En la misma línea, Fernández viajó a Vaca Muerta para anunciar desde allí el Plan Gas, una iniciativa que intenta alentar la inversión y sustituir con producción propia la importación de gas, de modo de generar “un ahorro por unos 5.629 millones de dólares y un ahorro fiscal de 1.172 millones de dólares hasta 2023”.
Dólares: esa música de fondo acompaña la preocupación y los empeños actuales del gobierno. El jueves se produjo una reunión clave en ese recorrido. Fue en el Palacio de Hacienda y estuvo su titular, Martín Guzmán, aunque la encabezó el Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero. Del otro lado de la mesa estaba la conducción del Consejo Agroindustrial Argentino.
En momentos en que hay sectores que quieren evocar el clima de 2008 y hablan de “una nueva 125”, el Gobierno se encuentra con la amplia cadena productiva que se basa en la productividad agraria, reunida en un cuerpo del que participan todas las entidades de la Mesa de Enlace agropecuaria salvo la Sociedad Rural. A la reunión asistieron, por ejemplo, el presidente de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires; el coordinador de la Mesa Nacional de las Carnes; el presidente de CIARA, la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina y el titular de Confederaciones Rurales Argentinas.
El Consejo ha presentado un plan destinado a formular una Estrategia Nacional Agroalimentaria, basada en incrementar la productividad de las distintas cadenas agroindustriales y fomentar el agregado de valor, la generación de empleo y el crecimiento de las exportaciones. Esto aspira a generar un impacto social que se traduce en 210.000 empleos en sectores del agro y 700.000 en el total de la economía.
Dólares y trabajo; razonablemente, el gobierno se ha abrazado a este proyecto y habría que esperar que de este vínculo surjan novedades que lo profundicen y que por esa vía aparezca la reacción política y la reactivación económica que la sociedad está esperando. Ya se aplicó una reducción de 3 puntos en las retenciones, que beneficia en principio, a los productos elaborados de origen agrario. No habría que sorprenderse si los estímulos se amplían y se incrementan. Con una devaluación en el horizonte, los alicientes para liquidar exportaciones se disipan muy rápido.
A decir verdad, el tiempo apremia. La brecha entre la cotización oficial del dólar y la del llamado “dólar solidario” supera ya con creces el 100 por ciento, y esa distancia presiona en el sentido de una devaluación que aceleraría la inflación y agravaría la ya dramática situación social que reflejan las últimas estadísticas sobre pobreza e indigencia.
El cierre de esa brecha no se conseguirá a corto plazo por obra de aquellas líneas económicas, que necesitan tiempos de maduración, sino por la recuperación de confianza política, algo que está asociado a la capacidad de fortalecer el poder legítimo de recuperar autoridad y expectativas. El giro que se espera tiene que ver con ese fortalecimiento. Habrá que ver si llega antes o después de que los hechos lo impongan. La única verdad es la realidad (repetía Perón).